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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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domingo, 23 de abril de 2017

GRAMSCI, SECULARIZACIÓN Y VATICANO II -M. MARTIN


RESUMEN DEL PENSAMIENTO DE GRAMSCI

ESPECIALMENTE EN SU RELACIÓN CON LA

SECULARIZACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LA

IGLESIA CATÓLICA, VIA VATICANO II

 

El Eurocomunismo (y sus variantes), la Perestroika (que es modificar la revolución para conservarla) y las variadas corrientes ideológicas y culturales del Neomarxismo y la Nueva Izquierda, no son sino hijos de estas dos grandes influencias: el Gramscismo y el Concilio Vaticano II, claro que este a su vez fue totalmente impregnado previamente de Modernismo. La situación política, cultural y espiritual del Mundo es absolutamente imposible de remontar en un sentido positivo, tradicional o de Bien Común. Las fuerzas humanas de por sí no pueden con ello. Sólo hay dos posibilidades: un largo camino de caos y dolor, multisecular, o una intervención externa. Todo el texto es de Malachi Martin. RECOPILADO POR: Roberto López-Geissmann.

 

- Usar la estructura geopolítica de Lenin no para conquistar calles y ciudades, argüía Gramsci. Usarla para conquistar la mente de la sociedad civil. Usarla para adquirir una hegemonía marxista sobre las mentes de las poblaciones que deben ganarse… En otras palabras, debían unirse a cualesquiera causas liberadoras que pudieran aparecer en diferentes países y culturas como movimientos populares, sin importar lo diferentes que pudieran ser inicialmente esos movimientos del marxismo o entre sí. Los marxistas debían sumarse a las mujeres, a los pobres, a aquellos que encontraran opresivas ciertas leyes civiles. Debían adoptar diferentes tácticas para diferentes culturas y subculturas. Jamás debían mostrar un rostro inapropiado. Y, de esta manera, debían entrar en toda actividad civil, cultural y política en todas las naciones, fermentándolas pacientemente a todas, tan profundamente como la levadura fermenta el pan.

Aunque la crisis cubana dejó en claro que la resistencia militar y económica de Occidente al marxismo-leninismo era seria y estaba bien concentrada, seguía siendo cierto que todo el campo de la cultura occidental, y todos los lugares donde se elabora y difunde la cultura, no podían ser protegidos. Los blancos favoritos de Gramsci, las instalaciones educativas desde la escuela primaria hasta la universidad, por ejemplo, los medios, los partidos y estructuras políticas, hasta la unidad familiar, estaban todos gordos, contentos y completamente abiertos a la penetración sistemática y profesional marxista.

La primera apertura por la que en realidad la Iglesia católica romana se convirtió en el instrumento más útil de todos para la penetración gramsciana de la cultura occidental, se presentó sorpresivamente… en el otoño de 1958, cuando fue electo al papado como Juan XXIII el sonriente, rechoncho y pequeño cardenal…  En un periodo de tres meses después de su elección, el papa Juan asombró a su jerarquía católica y al mundo entero con el anuncio de que convocaría el vigesimoprimer concilio ecuménico en los dos mil años de historia de la Iglesia católica. El Segundo Concilio Vaticano. Con ese anuncio, llegó una especie de tregua no declarada en la profunda y profesional enemistad que mantenían desde hacía tiempo el Vaticano y la Iglesia contra el marxismo y la Unión Soviética. Durante todas las décadas desde el golpe de Estado de Lenin de 1917, y hasta el papado del papa Pío XII, la Unión Soviética y su marxismo fueron considerados y descritos como el enemigo del catolicismo y el semillero del Anticristo. Sin embargo, durante los tres años de preparación del Concilio que siguieron a su anuncio inicial, el papa Juan invirtió esa política por primera vez… fue la apertura de la primera brecha seria en el bastión católico contra el comunismo. Porque, ante la insistencia de Jrushchov, el Pontífice aceptó secretamente que su futuro Concilio no emitiría una condena del marxismo ni del Estado comunista.

El Vaticano II consistió en cuatro sesiones, y se extendió más de tres años, desde el otoño de 1962 hasta diciembre de 1965… Y la historia de la Iglesia se convirtió en la historia de la secularización del catolicismo romano… Más de quinientos de los obispos asistentes -muchos más de los necesarios para tener el quórum requerido- propusieron que el Concilio emitiera una condena del comunismo ateo y de su ideología. La propuesta fue invalidada unilateralmente por las autoridades vaticanas, así que nunca llegó a presentarse ante el Concilio para una votación final… En diciembre de 1965, cuando el Concilio terminó su sesión final, se habían colocado los cimientos para las transformaciones claves en la fe y en la práctica que seguirían después.

Como Papa reinante, Paulo VI pronunció un discurso de despedida a los obispos que partían del Concilio, el 5 de diciembre. El discurso proporcionó el amplio paraguas filosófico y casi teológico bajo el cual estaría protegido el secularismo dentro de la Iglesia romana de la tormenta de protesta e indignación armada por los católicos tradicionales en los años siguientes al Concilio. Mientras los fieles católicos estaban protestando, el mismo discurso fue usado por los herederos de Antonio Gramsci para inutilizar las disposiciones de la organización estructural mundial de la Iglesia católica romana elegantemente como querían. El papa Paulo VI les dijo a los obispos que partían, que su Iglesia había decidido optar, servir y ayudar al hombre a construir su hogar sobre esta tierra. El hombre con sus ideas y sus objetivos, el hombre con sus esperanzas y sus temores, el hombre en sus dificultades y sufrimientos... ésa era la pieza central del interés de la Iglesia, les dijo el Pontífice a sus obispos. Tan claramente elaboró el Papa sobre ese tema de la devoción de la Iglesia a favorecer los intereses humanos materiales, que el propio Gramsci no podría haber escrito un texto papal mejor para la secularización de las instituciones católicas romanas o para la descatolización de la jerarquía católica romana, del Clero y de los fieles.

 

La atención especial que los obispos habían deseado que prestara la Iglesia a la tribulación de los pobres del mundo se tradujo en algo llamado la "opción preferencial por los pobres", y que a su vez fue tomada como carta blanca para celebrar profundas alianzas políticas con socialistas y comunistas, incluyendo a grupos terroristas. El énfasis de Paulo VI sobre el interés humano se convirtió en la base para descartar el sacrificio, la plegaria, la fe y los sacramentos de la Iglesia como lemas de la esperanza en este mundo. Fueron remplazados con la solidaridad humana, que se convirtió en el objetivo y pieza central del esfuerzo católico. El ecumenismo ya no era un intento por sanar los desgarramientos heréticos y cismáticos que durante siglos habían dividido a la única Iglesia que Cristo había fundado sobre el cargo central de la piedra de Simón Pedro. El ecumenismo no era un medio para una genuina curación, sino para eliminar diferencias de cualquier clase entre todos los creyentes cristianos y no creyentes. Eso encajaba perfectamente en el nuevo objetivo central de la solidaridad humana como la esperanza de la humanidad.

La lucha fundamental en la que la Iglesia y todos los católicos estaban comprometidos ya no era la guerra personal entre Cristo como salvador y Lucifer como Adversario Cósmico del Altísimo, en la conquista de las almas de los hombres. La lucha ya no estaba en absoluto en el plano sobrenatural, en realidad. Estaba en las circunstancias materiales del tangible sociopolítico aquí y ahora. Era la lucha de clases que Marx y Lenin habían propuesto como la única zona de combate valiosa para los humanos. Por lo tanto, la liberación ya no era la liberación del pecado y de sus horribles efectos. Era la lucha contra la opresión del gran capital y de las autoritarias potencias colonialistas de Occidente, particularmente de Estados Unidos como el archivillano de toda la historia humana. A los cinco años de haber terminado el Vaticano II, a comienzos de los setenta, toda América Latina estaba inundada con una nueva teología -la Teología de la Liberación- en la que el marxismo básico estaba inteligentemente engalanado con vocabulario cristiano y conceptos cristianos reelaborados. Libros escritos principalmente por sacerdotes católicos reclutados, junto con manuales políticos y de acción revolucionaria, saturaron el área volátil de América Latina, donde más de 367 millones de católicos incluían a los estratos más bajos y más pobres de la sociedad. . . ese noventa por ciento de la población que no tenía esperanza concreta de ninguna mejoría económica para sí o para sus hijos.

La Teología de la Liberación era un ejercicio perfectamente fiel de los principios de Gramsci. Podía lanzársele con la corrupción de unos relativamente pocos Judas bien colocados. Pero se le podía dirigir hacia la cultura y la mentalidad de las masas. Despojaba a ambas de cualquier relación con lo trascendente cristiano. Encerraba tanto al individuo como a su cultura en el apretado abrazo de una meta que era totalmente inmanente: la lucha de clases para la liberación sociopolítica… Contribuyó a todo el esfuerzo la cuidadosa e intrincada red de una nueva creación, extendida por las diócesis católicas: la Comunidad de Base. Compuesta esencialmente por católicos legos, cada Comunidad de Base decidía cómo orar, qué sacerdotes aceptar, qué obispos -si es que alguno- tendrían autoridad, qué tipo de liturgia tolerarían. Se consideraba secundaria, si no completamente superflua, toda referencia a la teología católica tradicional y a la autoridad central de Roma… La acelerada difusión tanto de la Teología de la Liberación como de las Comunidades de Base fue fomentada enormemente por varios factores. Pero entre los más importantes, estaba la cadena de Comisiones Justicia y Paz (sucursales, se podría decir, de la Comisión central de Roma) que existía en todas las diócesis del mundo de la Iglesia romana. Su personal estaba compuesto mayoritariamente por clérigos, monjas y legos que ya eran marxistas convencidos, y se convirtieron en centros para la difusión de la nueva teología. Consumían los fondos vaticanos para pagar congresos, convenciones, viajes burocráticos y un aluvión de materiales impresos, todo lo cual se dirigía abiertamente a la reeducación de los fieles.

Había diálogos y convenciones cristiano-marxistas por todas partes. La influencia del inequívocamente marxista y pro soviético Consejo Mundial de Iglesias penetraba por todos lados. Los principios tradicionales de la educación se derrumbaban en las escuelas católicas, desde el nivel primario hasta el universitario. La negativa de los obispos occidentales a insistir en la obediencia de los fieles a las leyes de la Iglesia sobre divorcio, aborto, anticoncepción y homosexualidad se convirtió en la regla, no en la excepción. En realidad, por todas partes había un ímpetu masivo letal, de acuerdo con los términos de Antonio Gramsci, contra la cultura católica y cristiana de las naciones occidentales… quizá la victoria más profunda del proceso gramsciano fue básicamente visible en la pasmosa confusión, ambigüedad y fluidez que ya eran las señales características de la reacción de Roma ante la rápida descatolización de la Iglesia, así como de los tratos del Vaticano con obispos que a veces declaraban abiertamente su independencia de la autoridad papal. El control papal y del vaticano había sido eliminado efectivamente de la maquinaria georreligiosa de la Iglesia católica romana hasta un alto grado… Por cierto, en 1987, las Comunidades de Base pro soviéticas e inclinadas a la violencia, en América Latina sola, llegaban a más de seiscientas mil. Por comparación, no había ni siquiera mil diócesis católicas romanas en Norte y Sudamérica sumadas, y prácticamente todas ellas eran por lo menos dudosas en su lealtad a Roma.

 

Los sistemas de creencias profesionalmente seculares -el humanismo, la mega religión y el pozo de la fortuna de la Nueva Era, por ejemplo- forjaron sus propias y no-tan-extrañas alianzas con los herederos de Gramsci, precipitándose hacia el vacío religioso que se había creado en las sociedades anteriormente cristianas. Porque ellos también estaban unidos en la insistencia sobre la proposición fundamental de que la religión y la fe religiosa no tenían otra función más que ayudar a que toda la humanidad se uniera y estuviera en paz en este mundo, para alcanzar su cima más alta de desarrollo humano.

Dentro del "catolicismo moderno", como se llamaba a sí mismo, una gran mayoría de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos habían adoptado todos los rasgos de la nueva cultura que los rodeaba… El materialismo total era adoptado libre, pacífica y agradablemente en todas partes, en nombre de la dignidad y de los derechos del hombre, en nombre de la autonomía y libertad del hombre frente a las restricciones exteriores. Por encima de todo, tal como lo había planeado Gramsci, esto se hizo en nombre de la libertad con respecto a las leyes y restricciones del cristianismo…  en la década final del siglo veinte, hay un acuerdo tácito para no discutir el "hecho grande e incómodo" de que los líderes y las poblaciones occidentales, en su consenso público, han abandonado la filosofía cristiana de la vida humana… todo Occidente, al fin ha dado nacimiento al hijo del fantasma de Gramsci: una sociedad completamente secularizada. Y en lo que todavía se llama "el espíritu del Vaticano II", la organización institucional mundial católica romana de Juan Pablo ha sido al mismo tiempo la partera y la nodriza de esa fuerza.


Mijail Gorbachov irrumpió en la escena mundial como el primer líder soviético con mente suficientemente amplia como para evaluar, apreciar y abrazar plenamente la fórmula gramsciana. El único líder soviético suficientemente realista y valiente como para comprometer hasta sus propios territorios satélites al plan del difunto sardo para obtener la victoria en la consistente lucha del marxismo por el total predominio geopolítico entre las naciones, y por su total aceptación en los recientemente descristianizados corazones y mentes de los hombres y las mujeres que pueblan esas naciones… Flexibilidad leninista, coloreada por las sutilezas gramscianas y modificadas para agregar cualquier cosa que faltara en los anteproyectos de Gramsci para la victoria... esto constituye el programa de Gorbachov… La visión de Gorbachov estaba animada por "un sentido de inmanencia, y por su propósito de cambiar las relaciones sociales y económicas con vistas a producir un ‘hombre nuevo’, completamente liberado de los ‘viejos lazos morales’ de la civilización cristiana occidental”.

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