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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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domingo, 2 de abril de 2017

Entrevista con Antonio Caponnetto - Apostasía, Concilio e Iglesia

En ARCISTERIO tenemos la política de no pasar de artículos de mayor longitud, y los que exceden y valen la pena hacemos dos cosas: o se sintetizan, o bien se los publicita y recomienda –o una combinación de ambos métodos. Ahora bien, siempre habrá excepciones (el año pasado con la invasión musulmana) y en este caso consideramos que la entrevista con Don Antonio, realizada por el culto Sánchez Sáez lo ameritan. No es posible en estos temas que se hable menos, su importancia es prócer y además a Don Antonio se lo está atacando –como abundo un tanto en el comentario previo. Felicito a los dos Antonios.


RECIENTE ENTREVISTA CON DON
ANTONIO CAPONNETTO

Por Antonio José Sánchez Sáez

ANTONIO CAPONNETTO


Comentarios Previos de Roberto López-Geissmann

    El tema de esta entrevista es uno de los más candentes, complejos e importantes del mundo actual. No es, aunque algún despistado lo creyera, una cuestión propia de curas católicos, de eruditos o –peor aún -de fanáticos fundamentalistas; implica absolutamente todas las facetas del pensamiento y de la sociedad, afecta, quiéranlo o no, a cristianos, indiferentes, agnósticos y ateos.     Tristemente, como uno de los efectos de la soberbia igualitaria posmoderna, que se ceba más en los temas más álgidos, cualquier pelafustanes se cree con todo el derecho –no sólo de hablar, sino de criticar –de pontificar sobre asuntos de los que a menudo no ha leído más que unos pocos artículos (con suerte) y la importa un pito la erudición de quien lleva décadas pensando y consultando la materia en cuestión. Es más se atreven al insulto y a la calumnia gratuitas.
   Un intelectual de la talla del doctor Caponnetto, orgullo de Argentina, de la Hispanidad y del Catolicismo no puede ser injuriado sin más. Claro que sí es factible presentarle a él o a otros una oposición, disentir frontalmente en mucho o en poco –jamás pretendemos una tal restricción –pero la fundamentación de lo dicho debe tener una estatura evidente, no sólo decir por tener boca y menos acusar sin argumentos ni pruebas. ¡Que no se enfrente un águila al chirrido de una rata de pantano! Juzguen si no de la entrevista que sigue lo lúcido, valiente y claro del pensador. Aprendamos de quién, además, es un referente ético.


Con ocasión de la renovación de nuestra página web “Como vara de almendro” (http://comovaradealmendro.es/) tenemos el honor de publicar a continuación una entrevista que D. Antonio Caponnetto tuvo a bien concedernos hace un par de semanas. Agradecemos de todo corazón a D. Antonio por ponerse a nuestra disposición, por confiar en nosotros (una pequeña página web católica hispanoamericana de reciente creación) y por iluminar con su habitual clarividencia las ominosas sombras por las que transita actualmente la Iglesia. Ha tenido la enorme deferencia de hacernos un hueco en su muy apretada agenda, en mitad de la presentación en sociedad de su nuevo libro “No lo conozco”: del Iscariotismo a la apostasía, que recomendamos vivamente.
El Prof. Antonio Caponneto es un reconocido laico católico argentino que en el orden educativo, profesional e intelectual desarrolla, sin interrupción y desde hace más de 40 años, una tarea ingente de predicación y pedagogía al servicio del magisterio de la Santa Madre Iglesia, invariablemente unida al amor a su Patria, Argentina, y de la Hispanidad en general.
Maestro Normal Nacional, Profesor de Historia y Doctor en Filosofía, ha ejercido la docencia en todos los niveles de enseñanza; ocupó cargos directivos en la escolaridad media y asesorías pedagógicas en el ámbito universitario; participó en Congresos, Seminarios, Jornadas, Paneles y Foros ligados a los temas de su competencia, recibiendo numerosos testimonios de reconocimiento. Dirige la Revista cabildo, icono de la ortodoxia católica en Argentina.
En lo que a mí respecta, quiero añadir que he aprendido mucho de él en los últimos años, por sus libros y conferencias y, en general, de tantos buenos católicos argentinos como Julio Meinvielle, Alfredo Sáenz, Alberto Caturelli, etc. Me une a él, además, una simpatía natural que se fundamenta en tres graves razones: un concepto doliente y martirial de la fe; nuestra común filiación hispánica, que nos hace pensar y sentir al unísono;”y el considerarnos ambos – ¡y ya es un privilegio y un timbre de honor! – deudores del gran Leonardo Castellani, cuya obra ciclópea se agiganta a medida que sus avisos proféticos parecen cumplirse tozudamente en nuestros días.”
Comenzamos la entrevista.
-Ud. tuvo la lucidez y la valentía de escribir el libro “La Iglesia traicionada”, en el que denunciaba, antes de la elección papal del Cad. Bergoglio, su falta de fidelidad al Evangelio y sus compromisos con el mundo. ¿Qué podría decirnos de la intrahistoria de ese magnífico libro? ¿Qué le motivó a escribirlo?

Sería un poco más mesurado en los adjetivos que generosamente usas, y algo más preciso en algunas peticiones de principio. Por lo pronto, no sé si mi libro puede ser calificado de “magnífico”, como Lorenzo de Medici o el turco Solimán. Me conformaría con un calificativo más acorde al dolor que me causó escribirlo. Una suerte de liber lugubri o libro doliente. Tampoco sé si lo mío fue un acto de “lucidez y de valentía”. Si así se percibe, bendito sea Dios que me concedió esa gracia. Quede expresada mi gratitud hacia tí y hacia aquellos que con tanta caridad ponderen lo que he realizado.
Personalmente califico a lo que hice, por un lado, de manifestación de hartazgo ante un personaje cuya malicia se desplegaba con insolencia creciente ante nuestros ojos atónitos de católicos argentinos. Por otro lado, he intentado dar cumplimiento al elemental deber de testimoniar la verdad, oportuna e inoportunamente, según noble precepto paulino. Hay algo de lo que se explicita en el capítulo cuatro de los Hechos en mi posición: “no podemos callar lo que hemos visto y oído”. Y algo también de aquel hermoso texto joánico, contenido en el capítulo segundo de su Evangelio, en el que se afirma que los discípulos recordaron la firme confesión: “el celo por tu casa me consume”.
Si ésta es la “intrahistoria” del libro, lo ignoro. Sé que es la intrahistoria de lo que pasó por mi alma al escribirlo: un dolor inmenso al constatar que el pastor se convertía en lobo, y un anhelo lacerante de gritar desde los tejados, de clamar en el desierto, de no convertirme en un perro mudo. Pertenecen a Jesús aquellas palabras, según las cuales, si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. No pude, no pudimos evitar, que el ladrón ingresara. Y ahora estamos padeciendo el saqueo de la recta doctrina, el robo de la ortodoxia, el hurto de la Verdad. El desfalcador de la fe católica se ha sentado en la silla de Pedro. Dios sabe que intentamos avisar cuando muchos llamaban “Eminencia” al ladrón.

-Entiendo lo planteado, no sin consternación, y en realidad yo me refería a esto con lo de la intrahistoria de “La Iglesia traicionada”, más que a un anecdotario sobre su edición…

Anecdotarios siempre hay, y en este caso, el único que puede tener a la distancia alguna significación es la evidente presión que el Cardenal Bergoglio ejerció sobre un prestigioso sacerdote español radicado desde hace añares en la Argentina, tenido él por “un hombre de derechas”, para que me saliera al cruce y me descalificara brutalmente apenas hice circular uno de los capítulos –el quinto- que después compusieron el libro. La maniobra era cruel; y salvando las distancias, para que se entienda, era como si a Sandro Magister saliera a descalificarlo Burke. El maquiavelismo de Bergoglio, el uso de sistemas de coacción y de espionaje, no es mera leyenda. Es su modus operandi. Es un hombre que ha abrevado en las páginas del terrible florentino. Sobre todo aquellas –creo recordar que están en el libro quince de El Príncipe– en las que retratando la tipología necesaria del gobernante sostiene que debe mezclar la astucia del zorro con la fuerza del león. Cuando los modelos del regir humano se toman de los bestiarios y no de la hagiografía, algo anda muy mal.

-Ahora comprendo también, si esto le pasó entre los suyos, en su país natal, porqué muchos, sobre todo en la Iglesia europea, no le creyeron o pensaron que exageraba ¿Cómo podríamos hacerlo llegar a tantos europeos y españoles que nada sospechan del tema, sabiendo que su lectura resulta hoy imprescindible para entender lo que está pasando en la Iglesia?

No tengo ese dato sobre la repercusión del libro en Europa. Para mi sorpresa de ignoto escritor menor de un país “del fin del mundo”, como diría Bergoglio, el libro circuló bastante, alcanzó varias ediciones y fue citado generosamente por algunos autores de fuste como Roberto De Mattei, en su obra Vicario di Cristo. El mismo Monseñor Atanasio Schneider tuvo la deferencia de solicitarme un ejemplar; cosa que hice emocionado y agradecido a mediados de diciembre del 2016.
Es del célebre Terenciano aquello de “Pro captu lectoris habent sua fata libelli”; algo así como: según la capacidad del lector los libros tienen su destino. El destino de este libro mío, según creo, es que ningún lector verdaderamente interesado se ha quedado sin leerlo. Incluso sé que se ha digitalizado sin que se me consultara previamente, y que puede ser leído en pantalla. Quien lo quiera no tiene más que pedírmelo. Soy yo siempre el agradecido.

-Tengo entendido que tras “La Iglesia traicionada” ha escrito sobre el mismo tema dos trabajos más.

De uno soy colaborador, con tres capítulos y una especie de Introito. Se llama Francisco; y de subtítulo: “Significativas declaraciones de personalidades del mundo católico sobre el actual pontificado. La amenaza sincretista del Nuevo Orden Mundial”.

-Bueno; quien retiene el subtítulo ya no tiene porqué leer el libro…

Es una gentileza de los editores…En cuanto al otro libro, que acaba de salir, se llama“No lo conozco”: Del Iscariotismo a la apostasía. Aquí la microhistoria es más cómica que trágica. Cuando fui a registrar la obra me preguntaron por el título. Respondí: “No lo conozco”; y el empleado me replica: “Pues si no lo conoce estamos en un serio problema, señor”. Ya nadie lee los Evangelios mi amigo…

-Algunos quedamos, y por eso mismo los católicos fieles al magisterio y la tradición de la Iglesia estamos muy preocupados por la confusión reinante. ¿Cree Ud. que se trata de una situación pasajera, como creen algunos ingenuamente, o podríamos aventurar que nos encontramos ante la gran apostasía de la que hablaba San Pablo en la Segunda Carta a los Tesalonicenses?

Puede ser una situación pasajera, un paso, un tránsito, sin que ello signifique negar la hipótesis de la apostasía. Al contrario. En rigor, lo que sostengo en este último libro mío al que aludía recién, es que estamos viviendo un itinerario que tiene –simplificando un poco el relato- tres pasos o tres momentos. El primero es el del Iscariotismo, un aspecto inquietante que fue abordado, entre otros, por el maestro Alberto Caturelli. La traición acecha, ronda y se consuma. Nuestro Señor lo advierte y le dice al felón: “Lo que tengas que hacer hazlo pronto”. Y el desleal actúa. Recuerdo una alocución de Paulo VI de los últimos días de enero de 1976, hablando de “la traición del clero”; y hasta llegó a decir, hacia la misma época: “los traidores se sientan a mi mesa”. La constatación oficial del Iscariotismo ya era un hecho entonces. Imagínate ahora.
Pero el segundo paso es el del Pedro poseso o infestado, que merece de Nuestro Señor la más terrible de las admoniciones, la misma que le prodigara a Satán: ¡que se aparte, que retroceda! La posibilidad de un Pedro dominado y obnubilado por el mismo diablo está considerada en las Escrituras. Lejos de escandalizarnos con quien lo recuerda, deberíamos estar más atentos. Ojalá todo fuera tan sencillo como declarar la vacancia de la Sede. Más bien parece que el problema es el inverso; que la Sede ha sido ocupada, asaltada, invadida.
Finalmente, el tercer paso, que veo precipitarse con un vértigo inquietante, es el del Pedro que lo niega a Cristo. Y eso ya no es sólo traición, no es sólo herejía, no es sólo infestación u obsesión demoníaca. Eso se llama apostasía. “La verdad, sol duro pero claro”, decía Maurras. Llamemos a las realidades por sus nombres, aunque hieran. Y sobre todo recemos, para que el Señor convierta en corazón de carne el pétreo corazón de su vicario. Y de ser posible, claro, no sólo su corazón sino su testa. Que la apostasía no se consume.

– ¿En estos pasos que usted marca, qué papel juega Benedicto XVI, que opinión le merece su renuncia sorpresiva, dejando inacabada una Encíclica, quedando vestido como Papa, manteniendo sus atributos pontificales, su tratamiento como “Su Santidad” y decidiendo permanecer en el Vaticano?

No soy de los que desechan la teoría conspirativa o la tesis del complot. Procuro sí, cuidadosamente, no abusar de ella. No todo complot explica un hecho histórico, ni todo hecho histórico es hijo de una conspiración. Lo que trato de decir es que, quienes quieran explicar la dimisión de Benedicto XVI por la vía del conspirativismo, tendrán suficientes elementos de juicio. Es bien conocida, por ejemplo, la existencia de la logia o de la mafia de San Galo, que habría tenido parte activa en el desmoronamiento de Ratzinger. Y han trascendido ya bastantes detalles oscuros del cónclave que eligió a Francisco. Pienso, por ejemplo, en el libro de Socci, Non é Francesco.
Pero dicho esto, en mi opinión, ha habido y hay, por parte de Benedicto XVI, una alianza activa o pasiva en pro de Bergoglio. Si Benedicto quisiera, y si lo hubiera querido, estuvo y está lleno de ocasiones para desenmascarar esa presunta conspiración que lo derribó. Eligió y elige el camino contrario: da su respaldo a Francisco, lo convalida, lo avala, lo cohonesta, lo elogia. Sea por omisión o por emisión de juicios. En las contadas pero relevantes ocasiones en las que se los vio juntos, jamás faltaron los encomios recíprocos, y en el libro reciente de Peter Seewald, “Últimas conversaciones”, calla redondamente al respecto, cuando nada le hubiera impedido hablar claro. Se me perdonará la crudeza, pero yo  a esto lo llamo complicidad.

-¿No cabe algún atenuante, o la consideración de que factores que no conocemos lo obligan a comportarse así?

Por cierto que caben atenuantes, y por eso mismo expreso mi opinión de modo respetuoso y sin condenas. Pero supongamos que las amenazas que ha recibido y que recibe son tan brutales como para que no pueda levantar el índice acusador ante las ya inadmisibles impiedades y sandeces de Bergoglio. ¿Es necesario, además, que lo elogie, como cuando declaró, el 28 de junio de 2016, que se  sentía protegido por su bondad? Si hay alguna “bondad” bajo cuyo manto protector no quisiera estar, es la de Bergoglio. Los argentinos  católicos conocemos de sobra cómo funciona ese manto de bonhomía protectora. Y ahora también lo saben quienes no son argentinos.
Me resisto a creer que Benedicto está en un gulag que le impide filtrar cualquier protesta, queja, advertencia o disidencia. Porque hasta en los gulags verdaderos, que eran genuinos infiernos, se pudo hacer algo para que la verdad trascendiera. ¿Son tan infranqueables los muros del Convento Mater Ecclesiae, como para que no pueda llegarnos siquiera una pálida señal de que fue obligado a abdicar y de que en su lugar se encuentra el Pastor Insensato del que habla Ezequiel? Cabe la triste posibilidad, en suma, de que Benedicto y Francisco estén contestes en el curso de acción que han tomado los sucesos. Al fin de cuentas, hay diferencias sustantivas entre ambos, pero también hay un común denominador que coadyuva a instalar la hermenéutica de la ruptura. El espinazo que quebró el Concilio no lograron enderezarlo ninguno de los pontífices que le sucedieron. En el mejor de los casos, hubo intentos por ponerle un corset a ese espinazo fracturado.

-¿Cómo evalúa entonces, y en síntesis, la renuncia de Benedicto?

De evaluar su renuncia me ocupo en el capítulo tercero de este nuevo libro mío, “No lo conozco”. Se titula: “Ante una renuncia que nos duele”. No juzgo ni debo juzgar intenciones, pero entiendo que fue un acto de humana debilidad que podría haberse evitado; un abandono de rectificaciones incipientes que podrían haberse continuado hasta las últimas consecuencias. Una mirada más sobrenatural, acaso, hubiera podido retenerlo en el timón de la Nave. Hay unos versos del fraile Antonio Vallejos que se aplican al caso, y que pueden ayudarnos a entender mejor las cosas. Están dirigidos a San Pedro, y dicen en un fragmento:
“En ver­dad, en ver­dad te digo, Cefas:
cuando más joven, eras tú muy dueño
de ceñirte y de andar por don­de­quiera;
exten­de­rás, un día, siendo viejo,
tu dies­tra y tu sinies­tra;
y otro, no tú, te habrá ceñido y puesto
donde tú no quisieras.”
En determinadas circunstancias ya no puede Pedro optar por andar  “por donde quiera”. Debe aferrarse a la cruz y concluir allí sus días. Dios le dé a Bene­dicto, “siendo viejo”, la gracia de no ser dueño de “andar por donde quiera”, sino de pre­fe­rir la dies­tra y la sinies­tra ceñi­das al Madero, para sal­var con san­gre el honor de la Verdad. Y Dios quiera que signifique algo bueno, como tú me sugerías antes, que él conserve sus atributos pontificales y el tratamiento de “Papa Emérito”. Por el momento, esto, al menos para mí, es una incógnita. Pero en lo que tu pregunta tiene de llamamiento a la esperanza, la acepto y la suscribo.

– A mi juicio, los tres caballos de la masonería eclesiástica infiltrada en la Iglesia son el indiferentismo, el falso ecumenismo y la farisaica separación entre doctrina y pastoral. De hecho, estamos sufriendo hoy este embate en toda su potencia, y además, de una manera perversa, se nos intenta convencer de que esto es lo que querría nuestro Señor. ¿Qué opina Ud. al respecto? ¿Cree necesaria la respuesta de Francisco a las Dubia planteadas por 4 Cardenales de la Iglesia sobre Amoris Laetitia?

No niego la existencia ni la gravedad de esos caballos a los que te refieres. Pero no sé si son los más peligrosos. Repararía primero en otra tríada piafante de potros malignos. A saber: a) la instalación de la herejía judeo-católica como doctrina oficial, ya desde los tiempos de Nostra Aetate; b) la negación o minimización de la doctrina de la Realeza Social de Jesucristo; c) la adulteración del principio de la libertad religiosa, y con él la disolución de los pilares clásicos de la concepción católica de la política. Ninguno de estos tres jamelgos son recientes. Han brotado con el Concilio, aunque antecedentes existen aún antes de él. ¡Largo de hablar, si de hablar de cada uno se tratara! Conste además que no son los únicos caballos desbocados. El del divorcio entre la lex orandi y la lex credendi daría para una conversación aparte.
En cuanto a las famosas “dubia”, sinceramente, creo que es una pérdida de tiempo, aunque quienes las han planteado merezcan mi respaldo, mi agradecimiento y mi solidaridad moral. Porque la gran duda previa a cualquier otra, es si Bergoglio es la cabeza visible de la Iglesia o el cabecilla de la iglesia traicionada. Si la cantidad de insensateces que dice a diario, sin excluir incluso, el terreno mismo de la blasfemia que en ocasiones peligrosamente roza, nos permiten seguir guardándole obediencia, o si es la llegada la hora de aplicar la doctrina  clásica sobre la legítima desobediencia de los súbditos ante una autoridad que conduce a la mentira, la confusión, el error y la ignorancia. En pocas palabras: hay dudas más serias, más hondas y más graves que las que suscitan la Amoris Laetitia.

 Usted decía recién, y en otras muchas ocasiones lo hemos oído de sus palabras y de sus escritos, que el problema existe aún desde antes del Concilio Vaticano II. Que es un error importante, incluso, centrar la crisis de la Iglesia en dicho Concilio, y en tal sentido sabemos que Usted toma distancia de ciertas expresiones tradicionalistas. ¿Qué nos puede decir al respecto?

Es difícil hallar una síntesis. Al menos a mí me resulta difícil. Tomo distancias del tradicionalismo que se limita  a ser preconciliarismo; y que incurre en una dialéctica simplota y falaz entre Iglesia Preconciliar maravillosa e Iglesia Conciliar calamitosa. Tomo distancias del tradicionalismo que denunciara el mismo Pío XII cuando habló del arqueologismo, y que, en la práctica, convierte a nuestra Fe en pieza de museo. Tomo distancias del tradicionalismo que, sin saberlo ya es moderno, porque incurre en la espiritualidad de la devotio moderna, en la moral jansenista, en la estética del sulspicianismo, en el racionalismo de la escolástica decadente, en la casuística jesuítica y en el Tridentinismo como non plus ultra de la recta doctrina. Tomo distancia del tradicionalismo que no atina a advertir que, con vigencia plena y universal del sublime Vetus Ordo, la Iglesia no dejó igual de cometer errores graves. Lo que no quiere decir que la culpa de esos errores graves la tenga el venerable Vetus Ordo, sino que éste, solito con su alma, no resuelve mágicamente todos los problemas. Tomo distancias, al fin, de un tradicionalismo que no encuentra mejor ocurrencia que la de creer que el último papa fue el Cardenal Pacelli.
Puedo aceptar que se convierta en un objeto de análisis o de estudio las llamadas tesis de Juan de Santo Tomás, Francisco Suárez o San Roberto Belarmino, y aún si me presentan otras variantes argumentativas. Lo digo exclusivamente para  poner un ejemplo de elasticidad o de racionalidad en mi postura y que no se me acuse de apriorismo. No desdeño el estudio de las obras del Padre Sáenz Arriaga o las de Guérard des Lauriers, verbigracia. Pero el grueso de los sedevacantistas me recuerda una fórmula lúdica infantil que se usaba cuando yo era niño y que, no me preguntes porqué, se enunciaba como “pido gancho”. Cuando se iba perdiendo el juego se acudía a este procedimiento que tenía la fuerza de un verdadero habeas corpus o recurso de amparo o suspensión de penurias. Aquí pasa algo análogo. Voy perdiendo. No sé qué esta pasando. Me acosté católico y amanecí luterano. Acolitaba de cara a Dios y ahora la monaguilla es la vecinita rubia. “Pido gancho. No juego más. No hay más Papa”.

-Veo que usted introduce matices, grados, etapas, momentos en el diagnóstico de la crisis, y que –como dice- guarda una cierta equidistancia de ciertas manifestaciones tenidas por tradicionalistas. Pero entonces ¿qué papel juega el Concilio Vaticano II en esta crisis, o el tránsito de Pío XII a Juan XXIII?

Que yo tome distancia de ciertas expresiones tradicionalistas, no quiere decir que las rechace en su totalidad. Los representantes más destacados de algunas de esas corrientes, han salvado el honor de la Iglesia y han dado un testimonio inquebrantable de la Verdad, cuando la mayoría callaba o se hacía cómplice de la herejía. Pedir por la Iglesia semper idem o por la Fe de siempre, no fue un desvarío. Cuando ahora, por ejemplo, con toda naturalidad, se ha modificado el Novus Ordo para que se vuelva a la fórmula pro-multis, me pregunto si del Papa para abajo no tienen vergüenza de haber excomulgado a un obispo que cuando lo dijo cuatro décadas atrás, por lo menos, fue tomado por un orate, bizantinista y meticuloso.

-Me parece que lo entenderíamos mejor si pusiera algún ejemplo o si presentara algún caso concreto.

Lo que acabo de decir es un ejemplo. Pero busquemos otro, si te parece. Ha llegado a mis manos, hace poco, un libro editado por el Padre Matthias Gaudron, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que se llama “Catecismo católico de la crisis en la Iglesia”. Es un libro bueno, solvente, fundado, preciso, recomendable. De inusual capacidad didáctica, además. Pero la crisis que explica y que aborda esta valiosa obra tiene fecha de nacimiento en el Concilio Vaticano II; casi por contraste parecería que la ortodoxia tuvo fecha de vencimiento un día antes, como ciertos fármacos.
Yo creo que hay que ir más atrás. Bastante más atrás para explicar la crisis. Más atrás en siglos, no en años.
¿Es esto incurrir en el “qué largo me lo fiáis” de Tirso de Molina? No; es incurrir en el anhelo de ser simples mas no simplistas, de no deificar el llamado preconciliarismo –por bondades que haya tenido- de no creer que el misterio de iniquidad arranca el 11 de junio de 1962, ni practicar ese criterio ajeno a los oportunos matices y a las legítimas sutilezas. Necesitamos un dibujo completo antes que un croquis; una cartografía puntillosa y no sólo un bosquejo del terreno. No se presuponga más en lo que decimos.
En escritos como “De la Cábala al Progresismo” del Padre Julio Meinvielle, o “Libre Examen y Comunismo”, de Jordán Bruno Genta, nuestros maestros nos enseñaron a ver que el mal de una larga escalera mortíferamente defectuosa no está sólo en su descanso del entrepiso sino que arranca desde los primeros y torcidos peldaños. Lo significativo es que, desde el magisterio opuesto, autores como Antonio Gramsci o Ernst Bloch sostuvieron lo mismo, sólo que blasonando de lo bien que habían construido esos primeros y sucesivos peldaños del horror. Eso sí; tampoco quiere decir esto, para seguir con la metáfora, que algunas de esas gradas o estribos de la metafórica escalera, no hayan sido más letalmente sólidos e inconmovibles que otros. Al modo de esos mojones que una vez anclados en la tierra, la deforman para siempre.



-Francisco, en consecuencia, no se entiende sin esta escalera descendente. Y tampoco el Concilio. Son mojones de la decadencia según su perspectiva…

A Francisco no se llega de la nada, y el Concilio Vaticano II está siempre esperándonos para descargar sobre él culpas y causalidades culposas que tuvo en abundancia: ¡vaya si las tuvo! En el espíritu y en la letra, quede dicho. Pero también existen otras culpas que vinieron después, sin que se pueda aplicar necesariamente el principio “post hoc ergo propter hoc”; porque mucho sucedió tras el Concilio que no fue consecuencia del mismo. No al menos como una estricta correlación coincidente. Confundir la ocasión con la causa o el efecto con lo posterior, puede llevarnos a veces a creer que el sol se retira del firmamento porque bajamos las persianas. Lo digo en mi nuevo libro; perdóneme si para ser preciso se lo leo:
“¿Acaso –me pregunto- es esto un intento de atemperar las fechorías del Vaticano II? Después de que el Cardenal Suenens dijo que era 1789 en la Iglesia, o que el Cardenal Ratzinger definiera a la “Gaudium et Spes” como el Anti Syllabus, queda muy poco margen para hacerse el distraído al respecto. Son tantos los regocijos que provocó y que sigue provocando el Concilio entre las filas de todos los peores enemigos de Cristo; son tantos incluso sus frutos tormentosos –como lo reconociera el mismo Paulo VI- que se torna un poco complicado ensayar la defensa de lo indefendible. Donde haya continuidad la celebramos. Donde haya ruptura la denunciaremos.
Pero si estamos obligados aquí también a superar los márgenes del esquema, debemos otear el horizonte desde una atalaya, no sobre el taburete oficinesco. El historiador o el simple observador de la vida religiosa debe intentar escalar el Tabor, y no sólo el sicómoro de Zaqueo. Las balizas que demarcan tragedias eclesiales y periodizan sus vicisitudes, son más abundantes y más antiguas de lo que suele aceptarse. También, en ocasiones, poseen más entidad revolucionaria de lo que se cree. Los “silencios de Dios” -¡ay, mil vece ay!- no tuvieron que esperar al Concilio Vaticano II para hacerse oír; y para que la tierra entera crujiera por ese silencio, como una planicie pálida ante el estallido de un sismo. El Concilio habrá sido 1789 en la Iglesia, no lo negamos. Pero La Bastilla fue tomada muchas veces antes en los entresijos de la Santa Madre, y el Estado Llano tuvo rienda suelta para sus sucesivas devastaciones”.

– Gracias por el anticipo. Muchos de estos movimientos tradicionalistas caen en el error de considerar la tradición como algo muerto y petrificado, como diría el padre Louis Bouyer en su magnífica obra “La descomposición del catolicismo”. La liturgia, así, se convierte en un rubricismo, en un arcaísmo, y se deja de entender su sentido y significado profundo, de modo que se acaba sustituyendo la Verdad por un autoritarismo sin auctoritas. La Iglesia siempre entendió la tradición como algo vivo, encarnado en la vida de la Iglesia e inteligible por la razón, sin que, por supuesto, ello suponga un cambio en el entendimiento de la doctrina y del dogma, que son inmutables. ¿Ve Ud. necesario recordar el correcto entendimiento que la Iglesia siempre hizo de la tradición, para corregir los errores de un tradicionalismo mal entendido?

Te acepto la referencia a Bouyer siempre y cuando digamos, antes o después de citarlo, algo así como: “hasta Louis Bouyer advirtió los riesgos de tales y cuales posturas”. Porque por aprovechable que resulte leer su libro “La descomposición del catolicismo” (hace poco fue editado con gran esmero en Buenos Aires, y por eso lo tengo fresco) es la obra de un hombre que procede del error, y que ciertos vestigios del mismo se le han quedado adentro. No lo descalifico por ello. Al contrario; celebro su regreso y me gusta imaginar sus últimos años llevando una vida rural, alejado del mundanal ruido y de los desmadres de una Iglesia ya demasiado herida. Especie de ermitaño bucólico, diría Castellani. Estoy anoticiado además de una reciente reedición de su libro “El trono de la sabiduría”, dedicado a alabar a María Santísima, y eso aumenta mi contento.
Lo que trato de decir es que proporcionemos el valor de las fuentes de las cuales nos nutrimos. Para preservarnos del anquilosamiento de la tradición y recuperar su sentido, antes prefiero guiarme por el Comentario del Libro de las Sentencias de Santo Tomás, si me perdonas  el “garantismo” de ir a lo seguro. Para entender el significado del desierto, acepto leer a Saint Exupery. Pero me siento más seguro de la mano de San Macario o de San Pacomio.
Entre nosotros, hay una obra cumbre al respecto, que es la del Padre Julio Meinvielle: “De Lammenais a Maritain”. Es lectura provechosa.

– ¡Qué difícil que es deslindar, delimitar, distinguir! Pero también qué necesario que se vuelve. Veo que usted mismo, a cada paso, necesita hacer retoques, ajustes, deslindes. A veces el espíritu de esquema nos hace caer en un simplismo que poco explica. ¿Cómo podemos permanecer católicos en estos tiempos donde las tentaciones son tan sutiles, donde se etiqueta a los católicos que crecieron amando a Juan Pablo II o a BXVI (con sus errores y omisiones) como neocones? ¿No es trágico que para ser un buen católico haya que sospechar de todo el magisterio del postconcilio cuando Encíclicas como Veritatis Splendor, Ecclesia de Eucharistia, Caritas in Veritate, Familiaris Consortio o Fides et Ratio mantienen la sana doctrina de siempre y son hoy más atacadas que nunca?

Mira, si no distinguimos nos confundimos todavía más. Yo procuro en temas tan delicados no pintar con trazos gruesos sino con pinceladas que vayan retocando a medida que la pintura avanza. Así y todo, hay un punto en el cual, a mí al menos, las distinciones no me alcanzan para inteligir lo que sucede. Veo hasta donde puedo. Y en lo  restante procuro no ser un ciego que guíe a otro ciego.
He escuchado muchas veces esa expresión “neocon” y su plural “neocones”, y en un sentido puedo explicar y justificar su uso. El conservadorismo en la Iglesia, sobre todo después del Concilio, fue el nombre con el que se revistió la postura de aquellos que querían defender la Tradición pero no ser acusados de “lefevbristas”. No eran progresistas y combatían al progresismo. Pero tampoco querían quedar involucrados en lo que institucionalmente tomaba las formas de un cisma, por injusto que esto fuera.
Cuando asoma la posibilidad de potenciar la hermenéutica de la continuidad, precisamente con encíclicas como las que me mencionas; y de hacerse fuerte en la ortodoxia tras los actos de magisterio de esos papas que también me nombras, ese conservadorismo eclesiológicamente correcto, pulcro y sin penurias persecutorias, se consolida y saca pecho. No estaba del todo mal hacerlo. Pero algo de malo sí había y sigue habiendo; y era, precisamente que por hacerse fuertes y seguros y cómodos en la hermenéutica de la continuidad, no vieron la de la ruptura que también traían –y a veces a raudales- esos mismos papas. De allí el tono despectivo que el término encierra.
Ser un neocom es como ser políticamente correcto. No quiero tener hipótesis de conflicto. No quiero tener fisuras, rupturas, guerras, rebeldías legítimas, desobediencias justificadas, desacatamientos justos. Que todo transcurra con burguesa calma y sin sobresaltos. El Opusdeísmo es, por un lado, el ejemplo más acabado de esta religiosidad burguesa y políticamente correcta. Pero también es, por otro lado, la avanzada encubierta del progresismo, en temas candentes, como el de la relación con los judíos o el pluralismo, o la libertad religiosa. Por eso entiendo que “lo neo-com” sea juzgado con menosprecio. Porque en este sentido que hemos explicado lo merece. Tengo un amigo que define sabiamente a los opusdeístas como los fabricantes de los ojos de agujas para que puedan pasar los camellos. Y otro que los explica diciendo: “Cristo es el Camino, pero el Opus Dei cobra el peaje”
Por eso entiendo asimismo algo que tú mencionabas antes. Es paradójico y triste, pero para ser católico hoy, se necesita una sana cuota de sospecha de las cátedras y de los magisterios oficiales. Sólo quedan cuatro pilares seguros y no son de poca monta: El Credo, el Padrenuestro, los Sacramentos y el Decálogo. Lo que hay que creer, pedir, recibir y obrar. Aquí está la Iglesia. Y ella es la columna y el sostén de la Fe, como le dice San Pablo a Timoteo.

-Hablábamos de sospechas. ¿Somos sospechosos porque seguimos yendo a misas conforme a la forma nueva en aquellas Iglesias donde se celebra con el respeto debido, con sacerdotes que recalcan el carácter sacrificial y propiciatorio de la misa y de sana doctrina? ¿Deberíamos abandonar esta misa y acudir necesariamente a la misa tradicional?

No soy liturgo; y esta primera afirmación no es una evasiva. Es una definición. La liturgia es oficio de los sacerdotes, ciencia de los que están investidos del Orden Sagrado. Como la cardiología es especialidad de los cardiólogos. Esta laicización de la liturgia, según la cual, cualquier laico de a pie se siente autorizado a dictaminar sobre la lex orandi, es un fenómeno moderno. Impensable en épocas tradicionales.
Dicho esto es obvio decirte que la misa tridentina es un tesoro de la Iglesia. Perla preciosa que jamás debió perderse ni postergarse, y cuya celebración y frecuentación es un bien per se. El gran bien de nuestra lex orandi. Pero hay otros ritos, latinos y medievales, que son también un patrimonio valioso de la Iglesia, y que no tienen quien cruce una espada por ellos: el visigótico, el ambrosiano, el carmelita, el cartujo. Sin olvidarnos de los ritos orientales, como el bizantino, el armenio o el maronita. Por esas rarezas de la Providencia, a seis manzanas de mi casa (nosotros llamamos cuadras a vuestras manzanas) está la hermosísima Catedral Católica Ucraniana, con su rito propio impregnado del añejo sabor bizantino. Las veces que he ido he tenido la experiencia de lo mistagógico, de lo sublime que, según Santo Tomás, es la de la belleza en pos de la Belleza Increada. No me parece justo ignorar la presencia de esta riqueza ritual sólo por oponer el Vetus Ordo al Novus. No me parece equitativo hacer de cuenta de que no hay vida ritual antes o fuera de lo decidido en Trento. Por sabia y santa que haya sido esta decisión.
En cuanto al Novus Ordo, si se acude a él, pues hay que tomar los recaudos que tú enunciabas. Evitar la liturgia-show, la liturgia-espectáculo, la liturgia carnavalesca. Para lo cual hay múltiples y valiosos documentos de la Iglesia, tras el Concilio, que son desconocidos y traicionados. Hay infinidad de prescripciones para celebrar digna y decorosamente el Novus Ordo, desde el modo procesional de la subida al altar hasta las abluciones del final, pasando por la incensación, el Confiteor, los Kyries, los cantos interleccionales, el suspiciamur, el orate fratres, las anáforas. Todo un universo de indicaciones y de rúbricas tirado al canasto de residuos por la brutalidad de la mayoría de los celebrantes y del grueso de los feligreses. La vulgaridad campea hoy a sus anchas, alentada por ese patético Mingo Revulgo que se define como obispo de Roma. Si viviera Hernando del Pulgar volvería a escribir sus “Coplas”.

– Está bien; dejemos la liturgia a los liturgos; pero le pido, cambiando de tema,  que haga un ejercicio de memoria y que recuerde aquellas palabras proféticas del Card. Biffi profetizando cómo sería el Anticristo, según el gran Soloviev: ecumenista, pacifista y ecologista… ¿Qué nos podría decir al respecto?

Biffi hizo una presentación ante Benedicto XVI, el 28 de febrero de 2007; y allí mencionó la hipótesis de Soloviev. Yo confieso que no supe nada de este encuentro, pero que conocía el libro de Soloviev desde 1996, cuando nuestro querido maestro, el Padre Alfredo Sáenz, escribió su obra: “El fin de los tiempos en seis autores modernos”, e incluía allí un enjundioso análisis de la postura del ruso. Es posible que el Anticristo, entre otros rasgos, tenga esos tres que quedan mencionados. Si fuera así, ya se ocupó alguien de dedicarle una encíclica. Convengamos que en la Laudato si, un anticristo ecologista, panteísta, naturalista  y vegetariano se sentiría expresado. Es una pena que Biffi haya muerto. Su sentido del humor, expresado, por ejemplo, en su libro “La Bella, la Bestia y el Caballero” podría habernos ayudado a comprender mejor el rumbo actual de los hechos.

– Se nos van muriendo los buenos. Pero nos dejan sus obras, que es un modo de prolongar su presencia entre nosotros. Ud. ha sido un gran apologeta de nuestra patria común, España. Los españoles le agradecemos en el corazón su defensa sin ambages de la historia de nuestro país, el que más ha extendido la Cruz por el mundo, el que más mártires ha dado a la historia de la Iglesia, dejándose la sangre por infundir su fe en los pueblos y tierras que conquistó. Ahora, sin embargo, tras 40 años de ataques a muerte de la masonería presente en los dos grandes partidos de mi país (PP y PSOE), yace postrada en un apostasía terrible. ¿Qué podría decirle Ud. a esos españoles que odian a su país por su pasado católico y a aquellos hermanos hispanoamericanos que creen que España ultrajó a sus antepasados, que luchan por quitarse de encima el “yugo” de la fe y quieren volver a las religiones paganas precolombinas?

¿Qué podría decirles yo? Pues bueno; la verdad es que tengo un amplio repertorio de insultos, una amplia colección de vituperios. Y un viejo e hidalgo dicho de José Antonio para coronar la respuesta: “Cuando se ofende a Dios y a la Patria no has más dialéctica posible que la de los puños y las pistolas”.
Pero como se supone que yo debo dar una respuesta académica y mesurada, allí hay un libro mío, “Hispanidad y leyendas negras”, que refuta a los mendaces, de un lado y del otro del Atlántico, y reivindica la honra de la Madre España. También en este libro que acaba de salir, y que ya te he mencionado, hay un capítulo, el XII, que se titula “Francisco debe pedir perdón”. Debe pedir perdón por haber ofendido, con su ignorancia culposa, la acción de España en América, que como decía López de Gómara, es el hecho más relevante después de la Creación y de la Encarnación del Verbo.
En cuanto a aquellos que, según me dices, quieren volver a las religiones paganas precolombinas, pues no tendrán que hacer mucho esfuerzo. El permisivismo litúrgico posconciliar se ha ocupado bastante de hacer realidad este anhelo; sobre todo en ciertas iglesias “nacionales y populares”, como las de Bolivia, Venezuela, Brasil o Nicaragua. Lo que les recomiendo a los idealizadores de la precolombinidad, es que, si son requeridos de un modo poco gentil, para participar de ceremonias antropofágicas, después no digan que no les avisamos.

-Estamos en 2017. Celebramos un año que es altamente significativo porque se conmemora el tercer centenario de la fundación de la masonería en Londres, el centenario de la Declaración Balfour o de la sangrienta Revolución bolchevique. Por otra parte, también de la aparición de la Mujer vestida de Sol en Fátima. ¿Podría explicarle a tantos hermanos católicos que nunca han oído predicar al respecto, qué es el misterio de iniquidad, ya incoado en la Iglesia desde Judas, y antes con Caín, Esaú y su estirpe? ¿Está llegando ya a la cima de su poder? ¿No es sintomático que parezca que se hace más hincapié en rehabilitar a Lutero que en celebrar las proféticas denuncias de nuestra Madre del Cielo en Portugal?

Perdona amigo Antonio, pero me parece que la pregunta (al igual que las anteriores con las que me has atormentado) excede con creces mi posibilidad “respondedora”. Te has equivocado de interlocutor. Yo creo que aún si juntáramos aquí y ahora a Alcuino, Alfonso el Sabio y el Cardenal Cisneros, los tres juntos te dirían: “¿Nada menos que explicar el misterio de iniquidad? ¿No será mucho?”. Pues lo que creo es que hay que ir directamente a San Pablo; a su Segunda Carta a los de Tesalónica; al anuncio de la Gran Tribulación que aparece en el capítulo 24 de San Mateo, y a la definición y la condena que hace de la iniquidad San Juan, en el capítulo tercero de su Evangelio. Pero muy sobre todo, hay que leer y releer ese pasaje maravilloso –aquí sí que uso el adjetivo magnífico- que está en Lucas 21,38: “Cuando estas cosas empiecen a suceder, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención”. Es decir, ¡qué venga la iniquidad, que se manifieste de una vez y cómo quiera, que ose tener los adalides más poderosos del planeta, los líderes más encumbrados, los apóstatas más populares! Nosotros le presentaremos batalla, con el pecho erguido y la cabeza alzada.
El misterio de iniquidad recorre la historia, como bien dices; desde la ciudad caínica inaugurada sobre un crimen horrendo, hasta la ciudad apostática de nuestros días, instalada, para nuestra pesadumbre, donde debería tener su centro la Ciudad de Dios. Sin embargo, la Revolución no prevalecerá sobre la Revelación. Y al final, la Mujer aplastará la cabeza del Infame. Que festejen 300 años de masonería ó 100 de Balfour u otro tanto del bolchevismo. Si van a creer en el número, decía Vázquez de Mella, sepan que la tradición es el sufragio universal de los siglos. Sepan, como lo gritó hasta el día de su martirio, Anacleto González Flores, que hay un plebiscito de los mártires. Contra la sangre martirial se estrellarán los inicuos. Contra La Virgen Santísima no podrán los judas, los caines, los Lenin o los Rothschild.
Y ya que te has puesto memorioso con los aniversarios, permíteme que te diga que este año se cumplen 400 del natalicio de Murillo, paisano tuyo de Sevilla y gran pintor de María Santísima. Espero que lo festejen como corresponde.

Y espíritus que enturbian hasta lo profundo
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 Le agradecemos mucho su disposición a concedernos esta entrevista, D. Antonio. Somos muchos los que, desde España, admiramos su labor de docente y luchador incansable por el Reinado de Cristo Rey. Muchos de nosotros somos también deudores del muy añorado padre D. Leonardo Castellani. ¿Qué cree Ud. que diría si estuviera vivo al día de hoy? ¿Qué panorama columbra Ud. para nuestra amada Iglesia a corto plazo?

El agradecido soy yo. Agradecido, emocionado y honrado…Castellani lo dijo todo, lo vio todo y lo dejó escrito todo. Tuvo un don anticipatorio, si no se lo quiere llamar profético, y pagó caro ese oficio de profeta. Porque como él mismo escribiera, en el país de los ciegos al tuerto lo matan, porque ve más. De modo que no sé qué diría hoy este hombre singular. Sé que lo que dijo nos sirve para inteligir cuanto sucede. Posiblemente hoy, si estuviera vivo y joven, andaría subiéndose a los tejados y gritando que Cristo Vuelve. Por algo lo motejaron de “cura loco”. Con esa sacra locura quijotesca que tanto añoramos y que tan necesaria es.
No sé qué pasará en la Iglesia a corto plazo. Pero es difícil imaginar que pase algo distinto a lo que ya está anunciado; esto es, a lo que Dios tiene previsto que pase. Aumentará la iniquidad, se hará cada vez más pesada la tribulación, arreciarán las persecuciones, la Bestia impondrá sus fueros y quien le sirva de Profeta o de Sacerdote hallará los favores del mundo.  A nosotros nos toca saber, como decía Castellani y ya que lo has traído al ruedo, que el Apocalipsis no es un libro de terror sino de esperanza. Marchemos enarbolando la Esperanza. Marchemos, pequeña grey. Marchemos. ¡Cristo Vence! ¡Cristo Reina!, ¡Cristo Impera! ¡Viva Cristo Rey!

 ¡Viva y amén!, repetimos nosotros.


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