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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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viernes, 16 de septiembre de 2016

LA DESAPARICIÓN DE LAS VERDADERAS ÉLITES - COMO OPERA

Presento ahora el ensayo –La extinción del tipo serio -del abogado, politólogo, docente y escritor argentino, Pablo Javier Davoli, que es uno de los cuatro interesantes temas de reflexión, contenidos en sus Meditaciones Sociológicas.

   Con Lucas Carena, Graduado en Comunicación Social, escritor y especialista en psicología de masas y medios masivos de comunicación, conducen con soltura y dinamismo el fascinante programa televisivo La Brújula –en TLV1 (Argentina), cuyos programas pueden verse en la red.

   He encontrado una extraordinaria afinidad con sus razonamientos, unido esto a la importancia social y hasta histórica que resulta de un hecho que, visto por encima y superficialmente podría ser anecdótico, cuando se trata de un síntoma gravísimo que se inscribe nada menos que en la decadencia, debilidad y agonía por la que están pasando nuestras sociedades. Desde el grupo de amigos y compañeros (o ex) de estudios, hasta los de trabajo o camaradas de gremio, etc. se observa el fenómeno aludido. Reflexionemos sobre las formas de ataque y sobre quiénes y por qué causas tratan de aniquilar a los líderes o “tipos serios”.

PABLO JAVIER DAVOLI



LA EXTINCIÓN DEL TIPO SERIO

Por Pablo Javier Davoli

   El tipo serio no es el “seriote”; vale decir, el que, meramente, parece serio; el que “posa” de serio, sin serlo verdaderamente (aunque él mismo así lo crea); el que cree que la seriedad pasa por poner “cara de serio” todo el tiempo. Tampoco se trata del “amargado”; esto es: el que carece de simpatía, gracia y sentido del humor; el que es incapaz de sonreír y de reír; el que se encuentra embargado por la tristeza la mayor parte del tiempo.
   Lejos de ser una personalidad “gris” ni -mucho menos- “oscura”, el tipo serio es una personalidad “luminosa”, intensamente “luminosa”. Básicamente, el tipo serio es una persona sensata que distingue con claridad la distinta importancia que revisten las diversas cosas de la vida, propinando a cada una de ellas el tratamiento que las mismas efectivamente merecen.
   Es un hombre que posee, fundamentalmente, la virtud de la “gravitas”, de la que hablaban nuestros “abuelos”, los geniales romanos. Cualidad, ésta, que aquellos grandes hombres del Lacio oponían a la “levitas”, que importaba liviandad, ligereza, frivolidad e inestabilidad.
   Advirtiendo la distinta jerarquía que revisten las cosas, el hombre serio -a diferencia del superfluo- puede captar la existencia en su hondura y, en consonancia con ello, diseñar un esmerado proyecto de vida que apunte a colocarlo por encima de la mediocridad. Un proyecto de vida orientado a su perfeccionamiento, a su propia superación, a su plenitud...



   De ahí que la seriedad constituye una condición indispensable para la adquisición de la sabiduría, la obtención de la felicidad y el logro de la trascendencia. Metas, éstas, cuya exitosa concreción requiere también de la constancia y la (auto) disciplina, entre otras cualidades.
   Para el filósofo español José Ortega y Gasset, pasa precisamente por esa feliz “constelación” de virtudes la distinción esencial entre la “vida noble” y la “vida vulgar”, entre un auténtico noble y un verdadero plebeyo (2/3).
   Tal vez sea por ello que, en Argentina y hasta no hace mucho tiempo, era muy común calificar al tipo serio de “señor” (tal “es un señor” o bien, más enfático aún, “es todo un señor”) y referirse a él –en el trato cotidiano- anteponiendo la palabra “don” en señal de respeto (“buen día, don Rodrigo”, “¿cómo le va, don Pérez?” o “buenas noches, doña Rocío”) (4) . En suma, la seriedad, en su sentido pleno, es un rasgo de genuina nobleza.
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 2 Amigo lector, si te interesa profundizar en este análisis de Ortega y Gasset, te sugiero leer su obra “La Rebelión de las Masas”; en particular, su Capítulo VII.
3 En el mismo sentido, el sacerdote argentino Alfredo Sáenz ha escrito: “el verdadero aristócrata, que nada tiene que ver con el oligarca o el tecnócrata, se caracteriza por el honor y la nobleza. (...) si alguno es más noble que él, no por eso se siente humillado” (autor citado, “El Hombre Moderno. Descripción Fenomenológica”, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 2.005, páginas 49 y 50.
4 El señor es aquel que inviste señorío, esto -según la Real Academia Española- es: dominio; dignidad; gravedad y mesura en el porte y las acciones; libertad, racionalidad y auto-control en el obrar; etc.

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   En la sociedad argentina de hoy (aunque no sólo en ella), el tipo serio es una especie en extinción.
   Por su parte, la palabra “don” proviene de la voz latina “domĭnus”, es decir, “dominio”. En la acepción que aquí nos interesa constituye un “tratamiento de respeto, hoy muy generalizado (en el mundo hispano-parlante en general), que se antepone a los nombres masculinos de pila. Antiguamente estaba reservado a determinadas personas de elevado rango social”. Si se usa sola, esto es: sin anteponerla a un nombre, significa lo mismo que “señor” (conforme la misma página “web” recién citada).
   Específicamente, en nuestro país, ya desde la época colonial, el “don” y la “doña” se aplicaban a toda persona respetable y prestigiosa, más allá de su extracción social así como también de su posición económica. Los españoles se quejaban de este uso espontáneo del “don” y la “doña”; veían en él una suerte de “insolencia criolla”; sin advertir que dicho uso respondía al significado originario y esencial de la nobleza (porque la verdadera nobleza, tal como ha quedado colocado de relieve más arriba, proviene fundamentalmente de la dignidad especial que una persona inviste en sus actitudes y comportamiento).
   Antaño, en nuestro país, en toda oficina, en toda aula, en todo equipo deportivo, en toda mesa de café, en toda tertulia, en todo asado, había un tipo serio, reconocido como tal por los demás y valorado especialmente por estos últimos. En efecto, todo grupo contaba, al menos, con un tipo serio, quien ocupaba -dentro de aquél- un lugar respetado, que le permitía incidir positivamente sobre los demás integrantes.
   Desde el aludido sitial, el tipo serio compartía su modo de ser con sus compañeros y amigos del grupo. Los invitaba a ser serios. Les infundía su seriedad; los hacía partícipes de la misma. Fenómeno, éste, que, ciertamente, se producía en medidas muy distintas, según los diversos casos.
   El tipo serio introducía a los demás en los grandes temas, cuestiones y asuntos (muchas veces, desconocidos para ellos, ocultos a su mirada). Les transmitía su interés, su entusiasmo, su pasión y su compromiso con tales temas, cuestiones y asuntos. Les regalaba impresiones sobrias, observaciones lúcidas, consideraciones profundas y apreciaciones mesuradas; abriendo, de este modo, un camino que –si bien muy a la larga- conducía (y aún hoy conduce) hacia la sabiduría. Sendero, éste, por el cual todos podían transitar, al menos, algún trecho, de manera conjunta y solidaria.



   La función propia del tipo serio, su vocación o “llamado”, su rol social, su “lugar en el mundo”, consistía (y, aún hoy, consiste) en rescatar a quienes le rodeaban de la superficialidad, de la frivolidad, de la banalidad, de la trivialidad, de la vulgaridad... ¡De la pavada!
   En efecto, el tipo serio mostraba a sus compañeros, vecinos y amigos un “mundo” distinto. Les ofrecía una nueva visión de la existencia, más profunda y, por lo tanto, más rica. Les indicaba cómo “pararse” de otra manera frente a la vida y sus problemas y desafíos; con sobriedad y gravedad. De este modo, el tipo serio prestaba a quienes le rodeaban una ayuda indispensable para mejorarse, para elevarse e, incluso, para trascender; avanzando él mismo -gracias a ello en el proceso de su propia realización personal. (5)

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   Dije antes que el tipo serio es una especie en extinción. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿cuáles son las causas de dicho proceso extintivo?
   Tras haber pensado largamente sobre el tema, he concluido que tales causas son, básicamente, dos, a saber: primero, el igualitarismo y, segundo, el “diversionismo”.
Vamos por partes...

a)     El Igualitarismo.
   El Igualitarismo equipara las observaciones de una persona lúcida con las de una persona confundida. Pone en pie de igualdad las apreciaciones de una persona sobria y mesurada con las de una persona exaltada y desaforada. Al mismo tiempo, es incapaz de advertir jerarquía alguna entre las cosas y, por ende, entre los diversos temas, cuestiones y asuntos.
   Gracias a la difusión del igualitarismo, todos opinan acerca de todo con la misma autoridad (que, de esta manera, termina no siendo ninguna). A todos los temas, cuestiones y asuntos se les asigna la misma importancia (que así también termina no siendo ninguna).
   De acuerdo con esta mentalidad, da exactamente lo mismo que “hablemos de Dios o de dinero; que entremos en un templo o en un “boliche”; que asistamos a clases o a un partido de fútbol; que participemos de un acto cívico patriótico o de un recital de “cumbia villera”; que cantemos “Aurora” o un tema de Madonna; que los“medios” nos informen acerca de una nueva vacuna o del escándalo sexual protagonizado por una “vedette”...
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(5) Dada la naturaleza gregaria del hombre, el recorrido de la senda hacia la propia plenitud personal depende del satisfactorio cumplimiento de una cierta función social positiva determinada por la propia vocación.
   Ciertamente, un hombre accede a su propia plenitud personal en la medida de que colabora con el desarrollo de su vocación en el “terreno” social, en la realización de la comunidad a la que pertenece.

  
   Se produce así aquel “cambalache” del que se quejara, tan temprana como preclaramente, allá por 1935, nuestro brillante poeta y compositor Enrique Santos Discepolo (6): “Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor, / ignorante, sabio, chorro, / generoso, estafador. / Todo es igual... Nada es mejor... / Lo mismo un burro / que un gran profesor / No hay ‘aplazaos’ / ni escalafón... / Los inmorales nos han ‘igualao’... / Si uno vive en la impostura / y otro roba en su ambición / da lo mismo que si es cura, / colchonero, rey de bastos, / caradura o polizón...”. (7)
   En este famoso y querido tango, la denuncia contra el igualitarismo es tan clara como contundente. Se trata de una queja amarga y directa en contra de esa equiparación absurda, inmoral y destructiva.
   El igualitarismo promueve una fatal dinámica descendente; deprime y deprecia; aplasta, achata y aplana; nivela hacia abajo; para que, finalmente, nos encontremos “en un mismo lodo, todos manoseados”, citándolo nuevamente a Discepolo. (8)
   


   Por su parte, Ortega y Gasset -declarado enemigo de la igualación masificadora- se quejaba particularmente de la anulación, en las tertulias, de las personas que sabían debido al avance avasallador e insolente de los mediocres, los frívolos, los necios y los irresponsables, con su infundada “doxa”. (9)
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(6) Hace ya varios años, escuché a nuestro escritor Ernesto SABATO afirmar por televisión que gracias a Discepolo el tango adquirió profundidad filosófica.
(7) Contursi, Manzi, Santos Discépolo, Ferrer, Blázquez y otros, “Letras de Tangos. Seleccion (1.897-1.981)”, Biblioteca de la Cultura Argentina, Edición de José Gobello, Ediciones Nuevo Siglo, Buenos Aires, 1.997, pág. 210.
(8) La frase citada también pertenece al tango “Cambalache”.
(9) De acuerdo con la teoría gnoseológica elaborada por PLATON, la “doxa” u “opinión” constituye el más bajo de los grados que puede asumir el conocimiento humano.
   Se trata de un saber vulgar, precario, confuso e, incluso, engañoso (no porque necesariamente engañe, pero sí porque genera siempre ocasión de engaño). El mismo está referido al “mundo sensible” (o “visible”), compuesto por las “imágenes” y las “cosas sensibles” (o “visibles”) propiamente dichas. Por lo tanto, el conocimiento en cuestión es conformado por la “imaginación” (“eikasia”) y la “creencia” (“pistis”). Facultades, éstas, que -al igual que los niveles del “mundo sensible”- acabo de mencionar según su jerarquía, de menor a mayor.
   Por encima de la “doxa” se encuentra la “episteme” o “ciencia”, que está referida al “mundo de las ideas” (o “inteligible”), compuesto (de “abajo” hacia “arriba”) por las “ideas matemáticas” y por las “ideas morales y metafísicas”. El conocimiento de las primeras (y de los conceptos fundamentales de todas las ciencias particulares) depende del “entendimiento” (“dianoia”), en tanto que el conocimiento de las segundas se produce por la “inteligencia” (“noesis”), cuyo método es la filosofía (“dialéctica”).
(Conforme: Carpio, Adolfo P., “Principios de Filosofía. Una Introducción a su
Problemática”, Edit. Glauco, Avellaneda, Prov. de Bs. As., 2.004, páginas 86/93.

   Esta anulación conlleva una cierta frustración para la persona que sabe, porque le imposibilita cumplir con su función social. Lo esteriliza, impidiéndole fecundar al grupo al que pertenece con su sabiduría. Análogas apreciaciones se pueden hacer respecto del tipo serio.

b)    Vamos a discurrir ahora acerca del “diversionismo”.
   Ante todo, considero necesario aclarar que me he visto obligado a acuñar este neologismo por no habérseme ocurrido otra palabra que ilustrara mejor el fenómeno social y cultural al que me voy a referir aquí.
   En la Argentina de nuestros días, impera en forma casi absoluta - esto es: ilimitada- el afán de diversión. Prácticamente todos quieren divertirse todo el tiempo. En los ámbitos educativos, se pregona que las clases deben ser divertidas. En los ámbitos eclesiásticos, se difunde que las ceremonias religiosas también deben ser divertidas. La televisión nos ofrece diversión de toda clase, todos los días, a toda hora. Los políticos intentan presentarse ante el público (a veces, sin ningún éxito) como tipos divertidos... En fin... Parece ser que todo tiene que ser divertido... Que la diversión ha pasado a ser el valor más importante... Y que las cosas que no son divertidas carecen de valor... Hay una suerte de obsesiva manía (10) con la diversión...
   La palabra “divertir” proviene del vocablo latino “divertĕre”, esto es: “llevar por varios lados” y “verter afuera”. De ahí que “divertir” significa “entretener, recrear”, pero también “apartar, desviar, alejar”. (11)
   El “diversionismo” constituye una exacerbación de la sana diversión. (12) La degenera por “hipertrofia”, convirtiéndola en una suerte de “cáncer” cultural que invade todos los campos de la vida pública y privada, amenazando con ultimar el “cuerpo” social en cuyo seno naciera y se desarrollara.


   El anómalo “expansionismo” de la diversión obstaculiza el reconocimiento y la atención de las instancias superiores de la vida humana, tanto en su dimensión individual y como en su dimensión social. Es un “imperialismo” que conspira en contra del cultivo de aquellas áreas existenciales (las superiores), impidiendo -por lógica consecuencia- el gozo de sus enjundiosos frutos (es decir, el “dis-frute” de los mismos). (13)
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(10) Cabe aclarar que no uso aquí la palabra “manía” en su sentido científico-psicológico, sino que la empleo en su significación vulgar, es decir, como “extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada” y “afecto o deseo desordenado” (conforme: Diccionario de la Real Academia Española. http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=manía).
12) La diversión, para ser sana, tiene que ser limitada. La diversión incondicional y desmesurada deja de ser sana. Constituye una diversión enfermiza y nociva.
(13) Desde este último punto de vista, el “diversionismo” importa una suerte de monopolización del gozo por parte de la diversión; o, mejor aún, la supresión del gozo por el mero goce sensual.

   Es gracias al “diversionismo” que la diversión “aparta, desvía y aleja” al hombre de su finalidad; de su plenitud; y, por lo tanto, de la auténtica felicidad.
   En efecto, paradójicamente, esta malsana diversión, lejos de coadyuvar -como debería ser- a la felicidad del hombre, opera -en rigor de verdad- como enemiga de ella.
   La diversión del “diversionismo” constituye una mera apariencia de felicidad. “Espejismo”, éste, que, al desviarnos de la verdadera felicidad (vale decir, de aquella que resulta de la auto-realización, el perfeccionamiento y la plenitud), nos hace perder el sentido de nuestra existencia, la “brújula” que necesitamos para vivir bien, dando lugar así a la “frustración existencial”, el “sentimiento o complejo de falta de sentido” o el “complejo de vacío” (“Sinnlosigkeitsgefuhl”) estudiados y descritos por el afamado psiquiatra judeo-austríaco Viktor Frankl. (14) Vale decir, siguiéndolo al psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung, “el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido” en que consiste la neurosis, parangonable con el “tedium vitae” y la acedia de los que hablaban los viejos teólogos y místicos cristianos. (15)

   Ciertamente, el “diversionismo” propone una felicidad falsa, ficticia y mentirosa, que muchas veces engaña, incluso, a quienes la experimentan, empujándolos en una vertiginosa carrera por mantener tan triste farsa. Alocada carrera, ésta, en la cual sus participantes recurren -cada vez con más frecuencia- a divertimentos más y más frenéticos y estrambóticos, que acallen la terrible insatisfacción resultante de la desatención de las objetivas exigencias derivadas, primero, de nuestra común naturaleza humana y, después, de la peculiar personalidad y vocación que cada uno de nosotros posee.

   Es por ello que el “diversionismo” nos hace correr a contramano de nuestra propia plenitud, alejándonos -a cada paso, más rápidamente- de la genuina felicidad. Nos rebaja y disminuye; subordinándonos a la “dictadura” de los apetitos inferiores de nuestra alma y arrojándonos en los vicios más aberrantes. A la larga, el “diversionismo” nos degenera, nos enajena y nos vacía.
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(14) Para profundizar en los referidos aspectos del pensamiento de Viktor
Frankl, recomiendo al amigo lector leer uno de sus libros, titulado “Ante el
Vacío Existencial”. Asimismo, le sugiero consultar el libro del médico y ensayista argentino Mario Caponnetto,  titulado “Viktor Frankl. Una Antropología Medica”, publicado por el Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny”, en Buenos Aires, en 1.995.
(15) Conforme: Sáenz, Alfredo, obra citada, páginas 187, 188 y 189.

Por lo pronto, uno de los síntomas más elocuentes del “diversionismo” en nuestra cotidianeidad consiste en la “monopolización” del disfrute que se pretende atribuir a la diversión. Dicho esto mismo en otras palabras: los “diversionistas” creen que sólo la diversión produce algún disfrute; que éste no puede ser obtenido de ninguna otra manera ni encontrado en ningún otro “lugar”.
   Hoy parece haberse extraviado la capacidad para apasionarse intensamente, desde lo más profundo del alma humana, con los grandes temas (Dios, la vida después de la muerte, el Amor, los Valores, la Patria, la Familia, los Amigos, las Tradiciones, la Ciencia, el Arte, etc.). En gran medida, se ha perdido la posibilidad de disfrutar de una enjundiosa charla sobre tales cuestiones, tan importantes desde el punto de vista existencial. Me permito citar, a guisa de ejemplos ilustrativos, dos situaciones de las que me tocó ser testigo...
   No hace mucho tiempo, en una fiesta de casamiento, mientras se esperaba el arribo de la comida, un grupo de invitados se puso a platicar sobre el candente problema de las “tomas” de terrenos que –en aquel momento- se estaban produciendo en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. De pronto, otro comensal los interrumpió, señalando -con cierta jocosidad y sin maldad- que no tenía sentido dedicarse a dicho problema, toda vez que ninguno de los presentes podía hacer nada para solucionarlo. Acto seguido, una conocida, también presente en la mesa, espetó -menos sutil y más grosera- que estábamos en una fiesta, gesticulando con las manos, con notorio fastidio, como si quisiera aventar el tema tratado... Tal vez, hubiera sido conveniente preguntar a la ocasional “censora” cuáles eran las materias que -a su entender- estaba permitido abordar en una fiesta de casamiento... Y si, necesariamente, la temática “autorizada” debía versar sobre asuntos y cuestiones tan “interesantes” e “importantes” como los detalles del vestido de la novia y/o algún escándalo “mediático”. Pero ninguno de los “censurados” lo hizo, muy probablemente, por caballerosidad y/o para evitar generar una discusión que pudiera arruinar la fiesta, siquiera parcialmente...
   A los pocos días, casualmente, en otra fiesta de casamiento, a pedido de un par de compañeros de mesa, un comensal comenzó a narrar un encuentro que había tenido con el General Juan D. Perón, allá por el año 1.970, en España. Encuentro, aquél, en el cual se había producido un diálogo muy enjundioso, con Perón explayándose sobre diversos aspectos de la vida política argentina, las relaciones políticas de Francia y Alemania, la evolución política y económica de la Comunidad Económica Europea, etc. La cuestión es que no bien el ocasional relator estaba comenzando a compartir su experiencia con el resto de los comensales, fue interrumpido de manera intempestiva por una mujer que le pidió que lo hiciera “rapidito, rapidito”. Haciendo gala de notable aplomo, el interrumpido preguntó cortésmente a su grosera compañera de mesa cuál era la razón de su urgencia... Afortunadamente, la interlocutora comprendió el mensaje y se llamó a respetuoso silencio...
   Más allá de su virtualidad para provocar discusiones y peleas, lo más triste de este tipo de episodios es su repetición cada vez más frecuente. En efecto, desafortunadamente, las dos anécdotas relatadas no constituyen casos aislados. Por el contrario, situaciones así se replican a diario... Ellas constituyen un “síntoma” muy elocuente del lamentable estado cultural de nuestra comunidad nacional en la actualidad.
   En efecto, a la luz de tales episodios, uno se atreve a extraer las siguientes Conclusiones:
- Primero, que cada vez son más los que simplemente quieren “pasarla bien”.
   Más allá de la irresponsabilidad y el egoísmo que esta actitud normalmente entraña, la misma es propia de auténticos “pechos fríos”, porque su “corazón” es incapaz de apasionarse con las grandes cuestiones de la vida. (16)
   El hombre de “corazón ardiente” se interesa, se entusiasma y se compromete con los asuntos esenciales de la existencia, es decir, con aquellos en los que se juega el sentido de la misma. (17) En cambio, los tipos abocados a “pasarla bien” y nada más, viven “a medias”; en la “superficie” de la existencia, como señalara Ortega y Gasset; no exploran ni aprovechan la totalidad de las posibilidades que ofrece la vida; pasan por este mundo casi sin dejar huella alguna; son infecundos e intrascendentes; no se juegan por nada...
   Existe una canción popular, aparecida hace algunos pocos años, que cuenta de un “fulano” que “no estaba muerto”, tal como se presumía, sino que “estaba de parranda”. Pero, lo cierto es que, quien se la pasa de “parranda”, casi es como si estuviera muerto... Porque vive una vida “playita”; porque se queda en la “orilla” de la existencia; porque se pierde la aventura -por momentos, peligrosa, es cierto- de “bucear” en el gigantesco “océano” en el que se “esconden” los secretos y “tesoros” de la vida...



   El que se la pasa de “parranda”, el que sólo quiere divertirse y nada más, es como el andinista que va hasta la montaña sólo para quedarse al pie de la misma, distraído tontamente con “pavadas”, que lo desvían del sendero hacia las maravillosas cumbres...
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(16) De acuerdo con Platón, las “pasiones generosas” (pulsiones superiores a los “deseos inferiores”) conforman el “alma irascible” (que, en rigor, constituye sólo un aspecto del alma indivisible del hombre), la cual se sitúa en su pecho.
   A la luz de ello, resulta completamente pertinente llamarle “pecho frío” a quien carece de las aludidas pasiones nobles (entre las que se cuentan el afán de gloria, el gusto por la aventura, el entusiasmo por los desafíos, etc.).
(17) Sin perjuicio de nada de lo dicho, resulta conveniente aclarar aquí que es la razón la que permite analizar y conocer tales asuntos.
De conformidad con Platón el “alma racional” constituye la instancia superior de la “psique” humana.

- Segundo, que aquellos que solamente quieren “pasarla bien”, están dispuestos a mostrarlo y proclamarlo públicamente, sin sonrojarse.
   Aquí -por lo general- no hay maldad, pero sí hay “insolencia”, parafraseándolo nuevamente al querido Discepolo.
   Hace ya varias décadas que el gran Ortega y Gasset se quejaba del “derecho a la vulgaridad” que los mediocres de nuestra época creen tener y, por lo tanto, suelen invocar o alegar.
   Hoy en día, en nuestro país, esta pobre mentalidad parece haber quedado sólidamente instalada. Con el correr de los últimos años, se ha hecho muy común escuchar -con sentido auto-reivindicativo e, incluso, tono desafiante- aseveraciones del tipo de: “yo soy así”, “hago esto porque se me canta”, etc. En rigor de verdad, las manifestaciones de este tipo ponen en evidencia la erección del propio capricho, de los propios antojos, como principio del comportamiento adoptado.
- Tercero, que aquellos que solamente quieren “pasarla bien”, parecen estar dispuestos a imponer tan banal impronta en su entorno social.
   Ya hemos dicho más arriba que el “diversionismo” constituye una tendencia fuertemente expansiva y, por tanto, invasiva, dentro del campo social y cultural. Para colmo, en las sociedades profundamente masificadas -como la que hoy tenemos nosotros- las tendencias predominantes -vale decir, aquellas que logran ponerse “de moda”- se imponen con fuerza “dictatorial”, sancionando duramente (mediante la burla, la crítica impiadosa, la acusación falsa, la expresión del desprecio, la relegación, el ostracismo, etc.) a quienes se manifiesten en disidencia con ellas.
   A todo lo dicho, debemos añadir que el tipo serio, con su sola presencia, pone en evidencia la desesperante vacuidad de aquellos que han sido afectados por el “diversionismo”. Es por tal razón que no basta -a estos últimos- con hacerlo callar; por el contrario, casi constantemente, experimentan la tentación de reprenderlo, de apartarlo y, eventualmente, de suprimirlo... (18)

   El tipo serio es portador de una mala noticia. Con su sola aparición y aún sin quererlo, le revela al “diversionista” su mediocridad, generando -lamentablemente, en la mayoría de los casos- un profundo resentimiento.
Resulta razonable preguntarse si no existen factores de poder dando impulso y difusión a tan destructiva “moda”, en persecución de inconfesables designios y para satisfacción de oscuros intereses (19) en contra del involuntario mensajero, que –de este modo- “debe pagar los platos rotos” de la bajeza ajena...
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(18) Similar actitud podemos observar en relación a nuestros propios próceres. Desde luego, no me refiero aquí al sano “revisionismo histórico”, que –con sus aciertos y sus errores- busca de buena fe la verdad de nuestro pasado, cuestionando “dogmas” e ideas preestablecidas. Hago alusión a perversas maniobras efectuadas con la deliberada finalidad de desacreditar injustamente a nuestros prohombres de antaño. Se trata de una “moda intelectual” a la que -desafortunadamente- muchos de nuestros compatriotas se han entregado con masoquista placer. La misma entronca con la tradición (o, más bien, contratradicción) de la “autodenigracion” surgida del “binomio” ideológico “civilización o barbarie” sostenido por nuestros acomplejados iluministas criollos, empezando por Domingo Faustino Sarmiento (conforme: Jaureteche, Arturo, “Manual de Zonceras Argentinas”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1.968, páginas 25 y 26).

   Así se ve claramente que estos tipos tan divertidos, en el fondo, no son muy felices que digamos... Ciertamente, muy lamentable...



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