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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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viernes, 5 de febrero de 2016

CULTURA DE VIOLENCIA







   Pocas concepciones se muestran más confusas en las percepciones actuales, que las que derivan de las ideas de los términos Guerra, Paz, Combate, Agresividad, Violencia, y sus correspondientes acciones, que se entienden como un entorno de creencias y haceres que  se entienden como Culturas de… las anteriores. De hecho, una visión del mundo pretende explicar integralmente las organizaciones sociales, los valores, los hechos del hombre, sus cambios en la historia como una explicación coherente: la violencia como partera de la historia. Las confusiones provienen de la mezcla de cosmovisiones en pugna.

    Empecemos por decir que Violencia se ha convertido en un término absoluta y totalmente satanizado. Si bien existe un elemento chocante para cualquier civilización sana: la intencionalidad de infligir daño físico, ese elemento agresor es sólo negativo si es abusivo, irrazonable o contenga propósitos reñidos con la moral de grupo (que está en la base del derecho de la sociedad). Si un borracho arremete a diestra y siniestra, si uno o varios malhechores asaltan y matan, si alguien que fue insultado responde con un ataque mortal, si padres agraden a esposas o hijos o entre ellos, si un agente policial va contra los procedimientos, si… podríamos llenar páginas de conducta violenta que constituyen de por sí y sin ninguna duda lo que es una verdadera Cultura de Muerte, de agresión abusiva, negativa y rechazable.
    Pero notemos que en estas actuaciones violentas contra otros existe un propósito de dañar más allá de lo razonable o posible según las circunstancias. ¿Pero es que existe una violencia aceptable? Sí y no. Se puede contestar “no” si conceptualizamos toda la violencia como igual sin distinción alguna, lo que precisamente es una falsedad, una injusticia y un peligro social, pero la respuesta es afirmativa si distinguimos que efectivamente existen situaciones en que al ser humano, tanto aislado como en sociedad le es, no sólo permisible sino debido y obligatorio el actuar violentamente. Una madre defendiendo a sus hijos, un vecino reaccionando en apoyo de una familia agredida, un agente de la autoridad actuando dentro de la ley… son ejemplos incontestables de violencia legítima, aceptable y debida, a las que solamente una sociedad enferma puede rechazar, en nombre de una utópica sociedad, de imposible conformación, cuyos angélicos componentes son por igual los pacíficos y los criminales.
   De aquí la gran importancia entre ser Pacífico (tranquilo, calmado, dispuesto a utilizar el diálogo y la razón hasta que se agoten estas instancias, pero con la disposición de utilizar la fuerza si fuere necesario) y ser Pacifista (tener la fanática fe de ante ninguna situación es legítimo utilizar la fuerza). Si bien pensamos la fuerza se utiliza en el trabajo diario, en salvarse de una crecida en un río, en luchar con una bestia salvaje, en refrenar nuestras pasiones y -¿por qué no? –en la Legítima Defensa propia o de otros, así como en el cumplimiento de las funciones de autoridad, para la Fuerza Armada y la Policía. Porque precisamente el llevar a sus últimas consecuencias el pacifismo es la eliminación de esas instituciones.
    Conculca también el sagrado derecho de levantarse en armas, que es un derecho humano de la Libertad.

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