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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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viernes, 27 de mayo de 2016

EL HOBBIT III


Orginalmente este artículo fue publicado en el Diario de Hoy el 6 de agosto de 2015.

EL HOBBIT III
                                                                               Roberto López-Geissmann

¿Volver?”, pensó. “No sirve de nada. ¿Ir por algún camino lateral? ¡Imposible! ¿Ir hacia delante? ¡No hay alternativa! ¡Adelante pues!” –dijo Bilbo Bolsón.

    El Hobbit, en la tercera entrega cinematografíca del genial Peter Jackson, de la obra homónima de J.R,R. Tolkien, cierra –con apertura hacia el futuro (El Señor de los Anillos) –ese ciclo, reiterando sus leit motivs y algunas consideraciones interesantes, siempre  redondeando su obra. Subrayemos “detalles” de un talante superior, viril, noble y por lo tanto modesto y heroico.



  • Los personajes no son fríos, sienten, se emocionan cálidamente pero no gastan “carburo” en grandes párrafos hueros (vacíos) o expresiones melodramáticas propios de otros escenarios, pues el caballero no sólo viste de acuerdo a la ocasión, sino vive y actúa en consecuencia; la triste actualidad valora más al Ronin que al Samurai, ya que precisamente lo que busca la modernidad (fuga de Dios) es enarbolar al luciferino “non serviam” –no obedecemos ni servimos, ni a dioses ni a nadie sino a mí mismo, y ese “mí mismo” es cada vez menor y se dirige al placer, al egoísmo y a su confundida mente, sin brújula y sin mayor dios que su voluntad. No hay respeto a la palabra dada, no existe el “nobleza obliga”, no hay honra que honrar ni mayor reconocimiento que la fuerza brutal. Todo esto es antítesis de lo “tolkiano”.
  •  Otra idea principal es que la decadencia lleva a contraponer la nobleza auténtica –como aristocracia de valores y principio de servicio y sacrificio –a la desmedida ambición por el oro, que pierde incluso a los grandes e hijos de grandes, pues como dice el autor: “no subestimes la maldad del oro”, que, como el diablo, primero ciega al que va a destruir. ¡Nunca el oro más que la sangre! Triste imagen es la de Alfrid, chaquetero donde los haya, arribista desastrado, acomodaticio hasta lo ridículo y cobarde hasta el crimen,
  •   Pero no es el menor valor la ubicación valiosísima de “la comarca” en el contexto de la saga. No todo son héroes de espada, o mejor aún el “héroe de espada” es sólo un hombre completo si se adscribe con amor a su terruño, al verdor de sus campos, una sabrosa comida y su pipa. Nada que ver con “burgueses en pantuflas”, sino la consideración (comentado en El Hobbit I) del “buen amo de casa” que eventualmente debe combatir, y si tiene que hacer la guerra, hacerla bien. Finalmente la entrañable escena de Bilbo, que cuando quiere retratar lo que el Rey Thorin-escudo de roble significó para él balbucea y no encuentra qué decir, qué grandioso epíteto endilgarle… hasta que luego con emoción dirá… es mi amigo. Es el mayor título.


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