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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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viernes, 21 de diciembre de 2018

ALEGRÍA Y PAZ = TIEMPO NAVIDEÑO


ALEGRÍA Y PAZ
Les desea el administrador de este blog en esta Navidad
PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD

En esta época del año se celebra el nacimiento del hombre más grande de la historia. Para unos un Dios. O simplemente el Dios único. Para otros un sabio, un santo, un héroe –como dijera Carlyle. Indiscutiblemente el inspirador del más grande proceso civilizador jamás conocido por la humanidad. Su intervención en la cultura, el pensamiento, acciones sociales, religión y espiritualidad, ética, sentimientos profundos y finalmente con la esencia de la humanidad ha sido una influencia sin parangón alguno con otro personaje histórico. Nuestro Occidente es la historia orgullosa de lo griego, lo romano, el medioevo y el cristianismo. Jesucristo es su mayor Rey.
   Alejemos de estas reflexiones a las tristes posiciones negativas y vamos a tomar un par de ideas, adecuadas creo yo, al tiempo navideño: Alegría y Paz. Aun cuando ambos términos ameritan una disquisición más amplia diré que la alegría es consustancial al real espíritu del hombre cristiano, concepto que ha sido anegado demasiado y por demasiado tiempo de una excesiva carga de tristeza. Como veremos tristeza y alegría se expresan en lágrimas, son manifestaciones correctas de un sentir que debe recordar al mayor sacrificio de la cruz –como un ejemplo a seguir -, pero también la suprema gloria de la resurrección –como una promesa de esperanza. Y la paz, en breve, es la lucha. No es paradoja el estar de pie, portar en sí la resolución valerosa de hacer lo que se debe. Y todo por Amor.
   El pasado domingo, tercero de adviento, el P. Ceriani, en uno de sus extraordinarios sermones, citando en buena medida al P. Calmel, nos brindó un bello mensaje, al que este servidor ha sintetizado así:
   San Pablo nos exhorta diciendo: Alegraos siempre en el Señor… No os inquietéis por cosa alguna… Y entonces la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. El Dios de nuestra esperanza os colme de toda suerte de gozo y de paz en vuestra creencia, para que crezca vuestra esperanza siempre más y más, por la virtud del Espíritu Santo.

Todo esto nos lleva a meditar atentamente sobre la Alegría y la Paz que trae la conmemoración de la Navidad, sobre la Alegría y la Paz que aporta el pensamiento de la Parusía (segunda venida de Dios, el Paráclito o consolador, regreso glorioso de Jesucristo). Y, en definitiva, reflexionar sobre la Esperanza cristiana.
La noche de Navidad, dijo el Ángel a los pastores: ¡No temáis! porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor. Y de repente vino a unirse al Ángel una multitud del ejército del cielo, que se puso a alabar a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad.
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Se comprende bien que el Adviento sea ante todo un tiempo de alegría, precisamente porque en él se celebra el Advenimiento del Señor. Por eso es absolutamente falso decir, como lo hacen ciertas explicaciones banales, que el Introito del III Domingo de Adviento, Alegraos siempre en el Señor, es una excepción a la tristeza y penitencia general de este período litúrgico. Incluso históricamente es errado considerar el Adviento como un tiempo de tristeza y penitencia; en el siglo XII se celebraba todavía como tiempo de alegría. Así pues, el tercer Domingo, lejos de constituir una excepción, corresponde a la misma alegría del conjunto y constituye, por así decirlo, la cumbre.
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   El Padre Calmel, en cuanto a la alegría, nos dice que, en nuestro valle de lágrimas, la Alegría que da Jesucristo es raramente brillante; pero que es una Alegría lo suficientemente oculta, bien profunda, vivaz, para que nada ni nadie pueda llegar hasta el fondo. ¿Por qué es así? Porque somos amados por un Dios Salvador que, debido a su Pasión y a su Resurrección, seca la gran fuente de la tristeza, es decir, el pecado.
A medida que los años pasan, hacemos la experiencia que hay en la vida más tristezas que consolaciones, más decepciones que promesas mantenidas. Nos damos cuenta que esta tierra es, no solamente un valle de lágrimas y lutos, sino también, lo que es más lamentable, un lugar de escándalos y trampas. ¡Y bien!, para leer el Evangelio de la Alegría, no dejemos de lado el recuerdo amargo de estas tristes comprobaciones; ya que es a hombres reales que se anunció el Evangelio de la Alegría. Así pues, no vacilemos recordar todo lo que la vida reserva de amargo y de pena. Pero tengamos este recuerdo en Dios. Oigamos las voces negativas (es por otra parte imposible no oírlas); pero, más allá de estas voces desastrosas, escuchemos la voz saludable del Señor, y no nos perderemos.
No se trata de ignorar los discursos negativos de la humana experiencia; se trata de oírlos permaneciendo ante el Señor; entonces dejarán de ser negativos. Entonces, aunque la experiencia quiera convencernos de que no se puede resistir a la vida y a sus escándalos, la presencia del Señor (que tiene infinitamente más peso que esta experiencia) nos dará la certeza de que podemos escapar a los escándalos, si tenemos buena voluntad. ¿Cómo hacer para no abandonar nuestra alma a la tristeza? ¿Evitando ver lo que vemos, en nosotros mismos y en torno nuestro, en la Iglesia y en la sociedad? En verdad, para no abismarse en la tristeza y permanecer en la Alegría evangélica, no se trata de evitar ver lo que es; sino de creer más allá de lo que se ve, y de amar en consecuencia.

Pasando a la práctica, cita el Libro del Eclesiástico: No dejes que la tristeza se apodere de tu alma, ni te aflijas a ti mismo con tus pensamientos. La alegría del corazón es la vida del hombre, y un tesoro inexhausto de santidad; el regocijo alarga la vida del hombre. Apiádate de tu alma, agrada a Dios y sé continente; fija tu corazón en la santidad del Señor, y arroja lejos de ti la tristeza, porque a muchos ha matado, y para nada es buena (Ecle. 30: 22- 25).
Y se pregunta y responde; Si creo más allá de las realidades que veo (y que existen ciertamente terribles), aparecen otras realidades que existen infinitamente más inmediatas a mis ojos apaciguados: esas realidades que manifiestan el Amor de nuestro Salvador y su victoria sobre el Príncipe de este mundo y sobre los escándalos de la vida. Si creo más allá de lo que veo, sé que, dentro del tiempo invariable del pecado, el tiempo de la victoria ya comenzó; y el tiempo del pecado se suprimirá definitivamente cuando Jesús se haya convertido todo en todos.
Lo propio de la Alegría evangélica es no ser incompatible con la tristeza, el abatimiento o la desolación; es ser posible y brillar aun en medio de la tristeza misma, del abatimiento y de la desolación. Esta Alegría no se presenta nunca con un carácter indiscreto o estridente, negador de la humilde realidad humana. Ésta es una realidad de amor, de dolor y de trabajo; pero, más profundamente aún, y en su fuente más oculta, es una realidad religiosa; y de la religión de Jesucristo, victorioso del diablo y la muerte.
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   Respecto a la Paz, el Padre Calmel nos enseña que, según la doctrina cristiana, ella a la vez extremadamente simple y elevada; y se resume en estas dos proposiciones del Señor: Os doy la Paz. No os la doy como la da el mundo. Es decir, existe una Paz verdadera para los hombres fieles al Señor Jesús: esta Paz no es la del mundo. Y nos advierte que sobre este último punto el Profeta Isaías ya había dicho que “no hay paz verdadera para los impíos” (LVII, 21).
El mundo, la contra-iglesia, por la cual el Señor no rogó, tiene ciertamente la pretensión de dispensar la Paz. El mundo pretende satisfacer y colmar las aspiraciones de los hombres. En algunos casos es necesario convenir que lo logra; pero es necesario constatar, al mismo tiempo, que es al precio del sofocamiento de los deseos más profundos del alma, de las aspiraciones más humanas del ser humano. Si el mundo consigue obtener para sus adeptos la paz de un Infierno indoloro, es, sin embargo, y no deja de ser un Infierno. Salvo que se conviertan, los mundanos conocerán, el último día, que ya vivían efectivamente en el Infierno, y que el Infierno no puede seguir siendo indoloro. Non est pax impiis.
La Paz que da Jesucristo es una paz en el Amor y en la Cruz.
Es importante considerar que esta paz no se da nunca en la facilidad, en la cobardía y en el egoísmo, hacia donde suspiran naturalmente los pobres hombres. Los deseos naturales del hombre se vuelcan hacia una paz y una felicidad que hacen abstracción del destino sobrenatural, del estado de caída y de redención.
   Los santos deseos de la gracia no pueden volverse sino hacia una Paz y una Felicidad de gracia, una Paz y una Felicidad que piden la purificación del alma por el amor, y a la unión al Salvador Crucificado por amor, para la Redención del género humano. No es jamás en un sentido de facilidad, sino siempre en un sentido de tensión, de Cruz, de Amor generoso; resumidamente, es en un sentido de Iglesia militante, que es necesario escuchar la buena nueva de los Ángeles de Belén: Paz a los hombres de buena voluntad, y que es necesario pronunciar la gran plegaria del Santo Sacrificio: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz.
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Oración: Señor, danos la fuerza de permanecer fieles. Somos tan impuros y tan pobres que esta fidelidad no es posible sin ser probados en el interior por los sacrificios que pedirás de nosotros, sin ser afligidos afuera por las pruebas que te agradará enviarnos. Señor, danos solamente, en el meollo mismo de la lucha y del sufrimiento, el seguir siéndote fieles y el amarte. Nuestra cruz es indispensable para cooperar a la Redención del mundo; danos solamente el no cansarnos de cooperar a esta Redención; no dimitir debido al cansancio y a los fracasos. Cordero de Dios, la Paz que te pedimos es la de pobres pecadores que se saben tales y que aceptan las consecuencias; débiles discípulos que quieren, sin embargo, amarte, trabajar en tu obra, y que aceptan poner el precio. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, que lo destruyes por tu Cruz, danos tu Paz, que es una Paz crucificada.

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