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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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miércoles, 5 de septiembre de 2018

CON LA MÚSICA HASTA EL TITÁNICO FINAL


   
Aparecido un 17 de julio illo tempore en El diario de hoy. Al final agrego.
COMO LOS MÚSICOS
DEL TITANIC
                        
                                                 Roberto López-Geissmann

Quien quiera ahuyentar al diablo tiene que gritar mucho.  Goethe.

   Es impresionante e inolvidable la serie de escenas que en la película Titanic narran la estoica actitud de la orquesta del malhadado barco, la cual se pone a tocar justamente cuando ya no hay esperanza de que el “paquebote” deje de hundirse usque ad ínferos (hasta el infierno, o en este caso el fondo del mar). Lo hacen sentida y seriamente hasta el final. Una vista superficial lo calificaría de patético. Para efectos de este comentario es absolutamente irrelevante si el hecho ocurrió en verdad. Menos aún discurrir sobre los efectos que tuvieron en los desgraciados que naufragaron, o si fue realmente un acto de heroicidad… para mi es soberbio el talante que en todo caso mostraría. Veamos acá la metáfora.
   La nave que se hunde es la sociedad. El daño es irreparable, el “navío que ni Dios hundía” lo está haciendo él solito, alejado de Él. Sus pastores tradicionales han abjurado de su palabra plegando verdades eternas ante la gloria mundis, sus dirigentes temporales han mutado las sociedades de pensamiento y de acción (los entes civilizadores ideales que llamaron partidos políticos) en Sociedades Anónimas cuyo principal objetivo es el poder crudo y desnudo, mandar y seguir mandando para sostener a sus asociados. El capitalismo liberal era un joven crápula, irresponsable, egoísta y algo perdido; la revolución marxista era una masturbación intelectual ominosa que es la contraparte del gamberro citado, sólo que con disfraz astroso, peores gustos y cínicamente criminal, el otro peca por falta de conciencia y caridad, este por análisis estragado y visión sangrienta aceptada y propiciada. No se preocupe por el cuadro, lector, son ya historia.


   Si hablara del maridaje de las “extremas” a nivel macro y mundial. De cómo la manipulación de las “masas” es ya una supercarretera de gran velocidad. De cómo el proceso cultural de lo “políticamente correcto” es casi imparable y en el primer mundo produce injusticias y mártires a diario. De cómo cada vez hay más temas que no puedes tocar “ni con el pétalo de una rosa”. Si hablara… pero no lo haré, no lo estoy haciendo. Sólo hacemos gritos y música (twist and shout, como los Beatles) pues con “tantito” más nos echan a los perros y no soy obviamente ni Superman (¿o sí?), ni un santo, ni un millonario, ni un loco, tengo familia, he sido “escaldado” más veces de las que me he dado cuenta y, sin embargo… Todavía quedamos unos cuantos músicos, unos tocando de solfa y otros de oído, los que, con el agua al cuello, desequilibrados por la nave que escora, cansados y con miedo… aún seguimos tocando.

   
Agrego que actualmente la sociedad, el Estado y sus instituciones están por naufragar trágica y prontamente, ante la vista de tanto incauto que confunde el deslumbrador brillo de la blancura de la punta del iceberg con un pico montañoso, cuando no es sino la blanca calva de una calavera mortal que está por abrazarnos con los nuevos cantos de sirena, que no son un trompetazo de gloria sino un himno de muerte a la que nos llevan.




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