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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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martes, 23 de enero de 2018

CABALLERÍA Y JUVENTUD ACTUAL


 

CABALLERO, ¿UNA FÁCIL TAREA, ACTUALMENTE?

 
Lo reconfortante, por un tiempo, puede ser tener ya tu objetivo definido. Al cabo de unos años de preparación que es la educación que recibes —los que la reciben tienen la tonta obcecación de que no caiga en saco roto—, y la que te empeñas también en tener y completar, sales como un polluelo —de dragón espero; los de gallina son un tanto delicados (obsérvese, se regodea el autor, la hábil a la par que rebuscada metáfora) — a la calle, deslumbrado por la luz. Y empiezan a llover los palos. Trabajo, casa, alquiler, noviazgos, situaciones extrañas.

Luchas, caes, te levantas y sigues encarando un mundo hostil, que te ha declarado la guerra al nacer, por el mero hecho de nacer, y te marcas unos objetivos.

Leía hace poco un libro de fantasía heroica del gran David Eddings. En él un veterano caballero a la usanza templaria pero en otro universo, manda a un aspirante, un paje, a realizar una misión.

 
Explico el inciso: ese muchacho, ese paje, lleva toda su vida en una fortaleza, preparándose para ser caballero de dios. Estudias, haces lo que te ordenan, practicas con la armas y si vales y te esfuerzas, te acabas convirtiendo en caballero. Y sentí envidia.

Un objetivo simple: convertirse en caballero. Simple, directo, llano. Con sus pruebas y dificultades. Pero lineal a fin de cuentas.

Yo trabajo, lucho con mi tesis y con la desidia y la pereza que a veces me embargan, no me da vergüenza decirlo. Por pagar mi alquiler, por poder seguir viviendo con mi novia a la que adoro. Pagar más gastos —moto, seminarios, libros, algún capricho que otro, Internet Todopoderosa sin la que nadie civilizado puede vivir—, productos de necesidades primarias, secundarias y terciarias; la compra, ropa y mi gata, que también tiene sus gastos, la puñetera. Pero es tan mona...

Y mis objetivos, perdidos en la niebla de la ilusión y el entusiasmo aterido, acicateados de tanto en tanto, fugaces inspiraciones. Proyectos a medio acabar por falta de tiempo y medios. Trabajas ocho horas, ansiando un trabajo mejor, de tu especialidad y no sólo uno que te pague el alquiler, estudias y ¡además pretendes tener vida social!¡Qué descaro, qué osadía! Querer ver a tus amigos, jugar al rol, salir con tu novia a cenar y pasear tranquilamente, leer un libro o ir al cine; escribir una novela, desayunar con una amiga o echar la tarde con un colega; ir a cenar con tu medio hermano chino y el pesado del colega boliviano. Valiente despropósito. Una pérdida de tiempo hoy en día.

Y no puedo ser simplemente un caballero de negra armadura: quiero ser profesor, escritor y un par de cosillas más a tiempo parcial, por no hablar de ser un buen novio, futuro marido y, más lejanamente, padre.

¿Cómo? No lo sé. No hay academias de caballeros, ya. Y mis objetivos, complicados, enrevesados, añorados y dolientes. Porque me duele no haber conseguido casi nada, salvo la independencia económica, a las puertas de los treinta años. Duele, la verdad. Malditos caballeros... Que les den por saco.

Me apunto a clases de Aikido. Total, es mi vida. Algo haré con ella. Y mi tiempo. Y mi mundo. Y el Aikido mola.

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