En ARCISTERIO tenemos la política de no
pasar de artículos de mayor longitud, y los que exceden y valen la pena hacemos
dos cosas: o se sintetizan, o bien se los publicita y recomienda –o una
combinación de ambos métodos. Ahora bien, siempre habrá excepciones (el año
pasado con la invasión musulmana) y en este caso consideramos que la entrevista
con Don Antonio, realizada por el culto Sánchez Sáez lo ameritan. No es posible
en estos temas que se hable menos, su importancia es prócer y además a Don
Antonio se lo está atacando –como abundo un tanto en el comentario previo. Felicito
a los dos Antonios.
RECIENTE ENTREVISTA
CON DON
ANTONIO CAPONNETTO
Por Antonio José
Sánchez Sáez
|
ANTONIO CAPONNETTO |
Comentarios Previos de Roberto López-Geissmann
El tema de esta
entrevista es uno de los más candentes, complejos e importantes del mundo
actual. No es, aunque algún despistado lo creyera, una cuestión propia de curas
católicos, de eruditos o –peor aún -de fanáticos fundamentalistas; implica
absolutamente todas las facetas del pensamiento y de la sociedad, afecta, quiéranlo
o no, a cristianos, indiferentes, agnósticos y ateos. Tristemente, como uno de los efectos de la
soberbia igualitaria posmoderna, que se ceba más en los temas más álgidos,
cualquier pelafustanes se cree con todo el derecho –no sólo de hablar, sino de criticar
–de pontificar sobre asuntos de los que a menudo no ha leído más que unos pocos
artículos (con suerte) y la importa un pito la erudición de quien lleva décadas
pensando y consultando la materia en cuestión. Es más se atreven al insulto y a
la calumnia gratuitas.
Un
intelectual de la talla del doctor Caponnetto, orgullo de Argentina, de la
Hispanidad y del Catolicismo no puede ser injuriado sin más. Claro que sí es
factible presentarle a él o a otros una oposición, disentir frontalmente en
mucho o en poco –jamás pretendemos una tal restricción –pero la fundamentación
de lo dicho debe tener una estatura evidente, no sólo decir por tener boca y
menos acusar sin argumentos ni pruebas. ¡Que no se enfrente un águila al
chirrido de una rata de pantano! Juzguen si no de la entrevista que sigue lo lúcido,
valiente y claro del pensador. Aprendamos de quién, además, es un referente ético.
Con ocasión de la renovación de nuestra página web
“Como vara de almendro” (http://comovaradealmendro.es/)
tenemos el honor de publicar a continuación una entrevista que D. Antonio
Caponnetto tuvo a bien concedernos hace un par de semanas. Agradecemos de todo
corazón a D. Antonio por ponerse a nuestra disposición, por confiar en nosotros
(una pequeña página web católica hispanoamericana de reciente creación) y por
iluminar con su habitual clarividencia las ominosas sombras por las que
transita actualmente la Iglesia. Ha tenido la enorme deferencia de hacernos un
hueco en su muy apretada agenda, en mitad de la presentación en sociedad de su
nuevo libro “No lo conozco”: del Iscariotismo a la apostasía, que recomendamos
vivamente.
El Prof. Antonio Caponneto es un reconocido laico
católico argentino que en el orden educativo, profesional e intelectual
desarrolla, sin interrupción y desde hace más de 40 años, una tarea ingente de
predicación y pedagogía al servicio del magisterio de la Santa Madre Iglesia,
invariablemente unida al amor a su Patria, Argentina, y de la Hispanidad en
general.
Maestro Normal Nacional, Profesor de Historia y Doctor
en Filosofía, ha ejercido la docencia en todos los niveles de enseñanza; ocupó
cargos directivos en la escolaridad media y asesorías pedagógicas en el ámbito
universitario; participó en Congresos, Seminarios, Jornadas, Paneles y Foros
ligados a los temas de su competencia, recibiendo numerosos testimonios de
reconocimiento. Dirige la Revista cabildo, icono de la ortodoxia católica en
Argentina.
En lo que a mí respecta, quiero añadir que he
aprendido mucho de él en los últimos años, por sus libros y conferencias y, en
general, de tantos buenos católicos argentinos como Julio Meinvielle, Alfredo
Sáenz, Alberto Caturelli, etc. Me une a él, además, una simpatía natural que se
fundamenta en tres graves razones: un concepto doliente y martirial de la fe;
nuestra común filiación hispánica, que nos hace pensar y sentir al unísono;”y
el considerarnos ambos – ¡y ya es un privilegio y un timbre de honor! –
deudores del gran Leonardo Castellani, cuya obra ciclópea se agiganta a medida
que sus avisos proféticos parecen cumplirse tozudamente en nuestros días.”
Comenzamos la entrevista.
-Ud. tuvo la lucidez y la valentía de escribir el
libro “La Iglesia traicionada”, en el que denunciaba, antes de la elección
papal del Cad. Bergoglio, su falta de fidelidad al Evangelio y sus compromisos
con el mundo. ¿Qué podría decirnos de la intrahistoria de ese magnífico libro?
¿Qué le motivó a escribirlo?
Sería un poco más mesurado en los adjetivos que
generosamente usas, y algo más preciso en algunas peticiones de principio. Por
lo pronto, no sé si mi libro puede ser calificado de “magnífico”, como Lorenzo
de Medici o el turco Solimán. Me conformaría con un calificativo más acorde al
dolor que me causó escribirlo. Una suerte de liber lugubri o libro doliente.
Tampoco sé si lo mío fue un acto de “lucidez y de valentía”. Si así se percibe,
bendito sea Dios que me concedió esa gracia. Quede expresada mi gratitud hacia
tí y hacia aquellos que con tanta caridad ponderen lo que he realizado.
Personalmente califico a lo que hice, por un lado, de
manifestación de hartazgo ante un personaje cuya malicia se desplegaba con
insolencia creciente ante nuestros ojos atónitos de católicos argentinos. Por
otro lado, he intentado dar cumplimiento al elemental deber de testimoniar la
verdad, oportuna e inoportunamente, según noble precepto paulino. Hay algo de
lo que se explicita en el capítulo cuatro de los Hechos en mi posición: “no
podemos callar lo que hemos visto y oído”. Y algo también de aquel hermoso
texto joánico, contenido en el capítulo segundo de su Evangelio, en el que se
afirma que los discípulos recordaron la firme confesión: “el celo por tu casa
me consume”.
Si ésta es la “intrahistoria” del libro, lo ignoro. Sé
que es la intrahistoria de lo que pasó por mi alma al escribirlo: un dolor
inmenso al constatar que el pastor se convertía en lobo, y un anhelo lacerante
de gritar desde los tejados, de clamar en el desierto, de no convertirme en un
perro mudo. Pertenecen a Jesús aquellas palabras, según las cuales, si supiera
el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no
dejaría abrir un boquete en su casa. No pude, no pudimos evitar, que el ladrón
ingresara. Y ahora estamos padeciendo el saqueo de la recta doctrina, el robo
de la ortodoxia, el hurto de la Verdad. El desfalcador de la fe católica se ha
sentado en la silla de Pedro. Dios sabe que intentamos avisar cuando muchos
llamaban “Eminencia” al ladrón.
-Entiendo lo planteado, no sin consternación, y en realidad yo me refería a
esto con lo de la intrahistoria de “La Iglesia traicionada”, más que a
un anecdotario sobre su edición…
Anecdotarios siempre hay, y en este caso, el único que puede tener a la
distancia alguna significación es la evidente presión que el Cardenal Bergoglio
ejerció sobre un prestigioso sacerdote español radicado desde hace añares en la
Argentina, tenido él por “un hombre de derechas”, para que me saliera al cruce
y me descalificara brutalmente apenas hice circular uno de los capítulos –el
quinto- que después compusieron el libro. La maniobra era cruel; y salvando las
distancias, para que se entienda, era como si a Sandro Magister saliera a
descalificarlo Burke. El maquiavelismo de Bergoglio, el uso de sistemas de
coacción y de espionaje, no es mera leyenda. Es su modus operandi. Es un hombre
que ha abrevado en las páginas del terrible florentino. Sobre todo aquellas
–creo recordar que están en el libro quince de El Príncipe– en las que
retratando la tipología necesaria del gobernante sostiene que debe mezclar la
astucia del zorro con la fuerza del león. Cuando los modelos del regir humano
se toman de los bestiarios y no de la hagiografía, algo anda muy mal.
-Ahora comprendo también, si esto le pasó entre los suyos, en su país natal,
porqué muchos, sobre todo en la Iglesia europea, no le creyeron o pensaron que
exageraba ¿Cómo podríamos hacerlo llegar a tantos europeos y españoles que nada
sospechan del tema, sabiendo que su lectura resulta hoy
imprescindible para entender lo que está pasando en la Iglesia?
No tengo ese dato sobre la repercusión del libro en Europa. Para mi sorpresa de
ignoto escritor menor de un país “del fin del mundo”, como diría Bergoglio, el
libro circuló bastante, alcanzó varias ediciones y fue citado generosamente por
algunos autores de fuste como Roberto De Mattei, en su obra Vicario di Cristo. El mismo Monseñor Atanasio
Schneider tuvo la deferencia de solicitarme un ejemplar; cosa que hice
emocionado y agradecido a mediados de diciembre del 2016.
Es del célebre Terenciano aquello de “Pro captu
lectoris habent sua fata libelli”; algo
así como: según la capacidad del lector los libros tienen su destino. El
destino de este libro mío, según creo, es que ningún lector verdaderamente
interesado se ha quedado sin leerlo. Incluso sé que se ha digitalizado sin que
se me consultara previamente, y que puede ser leído en pantalla. Quien lo
quiera no tiene más que pedírmelo. Soy yo siempre el agradecido.
-Tengo entendido que tras “La Iglesia traicionada” ha escrito sobre el mismo
tema dos trabajos más.
De uno soy colaborador, con tres capítulos y una especie de Introito. Se llama Francisco;
y de subtítulo: “Significativas declaraciones de personalidades del mundo
católico sobre el actual pontificado. La amenaza sincretista del Nuevo Orden
Mundial”.
-Bueno; quien retiene el subtítulo ya no tiene porqué leer el libro…
Es una gentileza de los editores…En cuanto al otro libro, que acaba de salir,
se llama“No lo conozco”: Del Iscariotismo a la apostasía. Aquí la
microhistoria es más cómica que trágica. Cuando fui a registrar la obra me
preguntaron por el título. Respondí: “No lo conozco”; y el empleado me replica:
“Pues si no lo conoce estamos en un serio problema, señor”. Ya nadie lee los
Evangelios mi amigo…
-Algunos quedamos, y por eso mismo los católicos fieles al magisterio y la
tradición de la Iglesia estamos muy preocupados por la confusión reinante.
¿Cree Ud. que se trata de una situación pasajera, como creen algunos
ingenuamente, o podríamos aventurar que nos encontramos ante la gran
apostasía de la que hablaba San Pablo en la Segunda Carta a los Tesalonicenses?
Puede ser una situación pasajera, un
paso, un tránsito, sin que ello signifique negar la hipótesis de la
apostasía. Al contrario. En rigor, lo que sostengo en este último libro mío al
que aludía recién, es que estamos viviendo un itinerario que tiene –simplificando
un poco el relato- tres pasos o tres momentos. El primero es el del
Iscariotismo, un aspecto inquietante que fue abordado, entre otros, por el
maestro Alberto Caturelli. La traición acecha, ronda y se consuma. Nuestro
Señor lo advierte y le dice al felón: “Lo que tengas que hacer hazlo pronto”. Y
el desleal actúa. Recuerdo una alocución de Paulo VI de los últimos días de
enero de 1976, hablando de “la traición del clero”; y hasta llegó a decir,
hacia la misma época: “los traidores se sientan a mi mesa”. La constatación
oficial del Iscariotismo ya era un hecho entonces. Imagínate ahora.
Pero el segundo paso es el del Pedro poseso o
infestado, que merece de Nuestro Señor la más terrible de las admoniciones, la
misma que le prodigara a Satán: ¡que se aparte, que retroceda! La posibilidad
de un Pedro dominado y obnubilado por el mismo diablo está considerada en las
Escrituras. Lejos de escandalizarnos con quien lo recuerda, deberíamos estar
más atentos. Ojalá todo fuera tan sencillo como declarar la vacancia de la
Sede. Más bien parece que el problema es el inverso; que la Sede ha sido
ocupada, asaltada, invadida.
Finalmente, el tercer paso, que veo precipitarse con
un vértigo inquietante, es el del Pedro que lo niega a Cristo. Y eso ya no es
sólo traición, no es sólo herejía, no es sólo infestación u obsesión demoníaca.
Eso se llama apostasía. “La verdad, sol duro pero claro”, decía Maurras.
Llamemos a las realidades por sus nombres, aunque hieran. Y sobre todo recemos,
para que el Señor convierta en corazón de carne el pétreo corazón de su
vicario. Y de ser posible, claro, no sólo su corazón sino su testa. Que la
apostasía no se consume.
– ¿En estos pasos que usted marca, qué papel juega Benedicto XVI, que opinión
le merece su renuncia sorpresiva, dejando inacabada una Encíclica, quedando
vestido como Papa, manteniendo sus atributos pontificales, su tratamiento como
“Su Santidad” y decidiendo permanecer en el Vaticano?
No soy de los que desechan la teoría conspirativa o la tesis del complot.
Procuro sí, cuidadosamente, no abusar de ella. No todo complot explica un hecho
histórico, ni todo hecho histórico es hijo de una conspiración. Lo que trato de
decir es que, quienes quieran explicar la dimisión de Benedicto XVI por la vía
del conspirativismo, tendrán suficientes elementos de juicio. Es bien conocida,
por ejemplo, la existencia de la logia o de la mafia de San Galo, que habría
tenido parte activa en el desmoronamiento de Ratzinger. Y han trascendido ya
bastantes detalles oscuros del cónclave que eligió a Francisco. Pienso, por
ejemplo, en el libro de Socci, Non
é Francesco.
Pero dicho esto, en mi opinión, ha habido y hay, por
parte de Benedicto XVI, una alianza activa o pasiva en pro de Bergoglio. Si
Benedicto quisiera, y si lo hubiera querido, estuvo y está lleno de ocasiones
para desenmascarar esa presunta conspiración que lo derribó. Eligió y elige el
camino contrario: da su respaldo a Francisco, lo convalida, lo avala, lo
cohonesta, lo elogia. Sea por omisión o por emisión de juicios. En las contadas
pero relevantes ocasiones en las que se los vio juntos, jamás faltaron los
encomios recíprocos, y en el libro reciente de Peter Seewald, “Últimas
conversaciones”, calla redondamente al respecto, cuando nada le hubiera
impedido hablar claro. Se me perdonará la crudeza, pero yo a esto lo
llamo complicidad.
-¿No cabe algún atenuante, o la consideración de que factores que no conocemos
lo obligan a comportarse así?
Por cierto que caben atenuantes, y por eso mismo expreso mi opinión de modo
respetuoso y sin condenas. Pero supongamos que las amenazas que ha recibido y
que recibe son tan brutales como para que no pueda levantar el índice acusador
ante las ya inadmisibles impiedades y sandeces de Bergoglio. ¿Es necesario,
además, que lo elogie, como cuando declaró, el 28 de junio de 2016, que
se sentía protegido por su bondad? Si hay alguna “bondad” bajo cuyo manto
protector no quisiera estar, es la de Bergoglio. Los argentinos católicos
conocemos de sobra cómo funciona ese manto de bonhomía protectora. Y ahora
también lo saben quienes no son argentinos.
Me resisto a creer que Benedicto está en un gulag que
le impide filtrar cualquier protesta, queja, advertencia o disidencia. Porque
hasta en los gulags verdaderos, que eran genuinos infiernos, se pudo hacer algo
para que la verdad trascendiera. ¿Son tan infranqueables los muros del Convento
Mater Ecclesiae, como para que no pueda llegarnos siquiera una pálida señal de
que fue obligado a abdicar y de que en su lugar se encuentra el Pastor
Insensato del que habla Ezequiel? Cabe la triste posibilidad, en suma, de que
Benedicto y Francisco estén contestes en el curso de acción que han tomado los
sucesos. Al fin de cuentas, hay diferencias sustantivas entre ambos, pero
también hay un común denominador que coadyuva a instalar la hermenéutica de la
ruptura. El espinazo que quebró el Concilio no lograron enderezarlo ninguno de
los pontífices que le sucedieron. En el mejor de los casos, hubo intentos por
ponerle un corset a ese espinazo fracturado.
-¿Cómo evalúa entonces, y en síntesis, la renuncia de
Benedicto?
De evaluar su renuncia me ocupo en el capítulo tercero de este nuevo libro mío,
“No lo conozco”. Se titula: “Ante una renuncia que nos duele”. No juzgo ni debo
juzgar intenciones, pero entiendo que fue un acto de humana debilidad que
podría haberse evitado; un abandono de rectificaciones incipientes que podrían
haberse continuado hasta las últimas consecuencias. Una mirada más
sobrenatural, acaso, hubiera podido retenerlo en el timón de la Nave. Hay unos
versos del fraile Antonio Vallejos que se aplican al caso, y que pueden
ayudarnos a entender mejor las cosas. Están dirigidos a San Pedro, y dicen en
un fragmento:
“En verdad, en verdad
te digo, Cefas:
cuando más joven, eras tú muy dueño
de ceñirte y de andar por dondequiera;
extenderás, un día, siendo viejo,
tu diestra y tu siniestra;
y otro, no tú, te habrá ceñido y puesto
donde tú no quisieras.”
En determinadas circunstancias ya no puede Pedro optar
por andar “por donde quiera”. Debe aferrarse a la cruz y concluir allí
sus días. Dios le dé a Benedicto, “siendo viejo”, la gracia de no ser dueño de
“andar por donde quiera”, sino de preferir la diestra y la siniestra ceñidas
al Madero, para salvar con sangre el honor de la Verdad. Y Dios quiera que signifique
algo bueno, como tú me sugerías antes, que él conserve sus atributos
pontificales y el tratamiento de “Papa Emérito”. Por el momento, esto, al menos
para mí, es una incógnita. Pero en lo que tu pregunta tiene de llamamiento a la
esperanza, la acepto y la suscribo.
– A mi juicio, los tres caballos de la masonería eclesiástica infiltrada en la
Iglesia son el indiferentismo, el falso ecumenismo y la
farisaica separación entre doctrina y pastoral. De hecho, estamos
sufriendo hoy este embate en toda su potencia, y además, de una manera
perversa, se nos intenta convencer de que esto es lo que querría nuestro
Señor. ¿Qué opina Ud. al respecto? ¿Cree necesaria la respuesta de Francisco a
las Dubia planteadas por 4 Cardenales de la Iglesia sobre Amoris Laetitia?
No niego la existencia ni la gravedad de esos caballos a los que te refieres.
Pero no sé si son los más peligrosos. Repararía primero en otra tríada piafante
de potros malignos. A saber: a) la instalación de la herejía judeo-católica
como doctrina oficial, ya desde los tiempos de Nostra Aetate; b) la negación o
minimización de la doctrina de la Realeza Social de Jesucristo; c) la
adulteración del principio de la libertad religiosa, y con él la disolución de
los pilares clásicos de la concepción católica de la política. Ninguno de estos
tres jamelgos son recientes. Han brotado con el Concilio, aunque antecedentes
existen aún antes de él. ¡Largo de hablar, si de hablar de cada uno se tratara!
Conste además que no son los únicos caballos desbocados. El del divorcio entre
la lex orandi y la lex credendi daría para una conversación aparte.
En cuanto a las famosas “dubia”, sinceramente, creo
que es una pérdida de tiempo, aunque quienes las han planteado merezcan mi
respaldo, mi agradecimiento y mi solidaridad moral. Porque la gran duda previa
a cualquier otra, es si Bergoglio es la cabeza visible de la Iglesia o el
cabecilla de la iglesia traicionada. Si la cantidad de insensateces que dice a
diario, sin excluir incluso, el terreno mismo de la blasfemia que en ocasiones
peligrosamente roza, nos permiten seguir guardándole obediencia, o si es la
llegada la hora de aplicar la doctrina clásica sobre la legítima
desobediencia de los súbditos ante una autoridad que conduce a la mentira, la
confusión, el error y la ignorancia. En pocas palabras: hay dudas más serias,
más hondas y más graves que las que suscitan la Amoris Laetitia.
– Usted decía recién, y
en otras muchas ocasiones lo hemos oído de sus palabras y de sus escritos, que
el problema existe aún desde antes del Concilio Vaticano II. Que es un error
importante, incluso, centrar la crisis de la Iglesia en dicho Concilio, y en
tal sentido sabemos que Usted toma distancia de ciertas expresiones
tradicionalistas. ¿Qué nos puede decir al respecto?
Es difícil hallar una síntesis. Al menos a mí me resulta difícil. Tomo
distancias del tradicionalismo que se limita a ser preconciliarismo; y
que incurre en una dialéctica simplota y falaz entre Iglesia Preconciliar
maravillosa e Iglesia Conciliar calamitosa. Tomo distancias del tradicionalismo
que denunciara el mismo Pío XII cuando habló del arqueologismo, y que, en la
práctica, convierte a nuestra Fe en pieza de museo. Tomo distancias del
tradicionalismo que, sin saberlo ya es moderno, porque incurre en la espiritualidad
de la devotio moderna, en la moral jansenista, en la estética del
sulspicianismo, en el racionalismo de la escolástica decadente, en la
casuística jesuítica y en el Tridentinismo como non plus ultra de la recta
doctrina. Tomo distancia del tradicionalismo que no atina a advertir que, con
vigencia plena y universal del sublime Vetus Ordo, la Iglesia no dejó igual de
cometer errores graves. Lo que no quiere decir que la culpa de esos errores
graves la tenga el venerable Vetus Ordo, sino que éste, solito con su alma, no
resuelve mágicamente todos los problemas. Tomo distancias, al fin, de un
tradicionalismo que no encuentra mejor ocurrencia que la de creer que el último
papa fue el Cardenal Pacelli.
Puedo aceptar que se convierta en un objeto de
análisis o de estudio las llamadas tesis de Juan de Santo Tomás, Francisco
Suárez o San Roberto Belarmino, y aún si me presentan otras variantes
argumentativas. Lo digo exclusivamente para poner un ejemplo de
elasticidad o de racionalidad en mi postura y que no se me acuse de apriorismo.
No desdeño el estudio de las obras del Padre Sáenz Arriaga o las de Guérard des
Lauriers, verbigracia. Pero el grueso de los sedevacantistas me recuerda una
fórmula lúdica infantil que se usaba cuando yo era niño y que, no me preguntes
porqué, se enunciaba como “pido gancho”. Cuando se iba perdiendo el juego se
acudía a este procedimiento que tenía la fuerza de un verdadero habeas corpus o
recurso de amparo o suspensión de penurias. Aquí pasa algo análogo. Voy
perdiendo. No sé qué esta pasando. Me acosté católico y amanecí luterano.
Acolitaba de cara a Dios y ahora la monaguilla es la vecinita rubia. “Pido
gancho. No juego más. No hay más Papa”.
-Veo que usted introduce matices, grados, etapas, momentos en el diagnóstico de
la crisis, y que –como dice- guarda una cierta equidistancia de ciertas
manifestaciones tenidas por tradicionalistas. Pero entonces ¿qué papel juega el
Concilio Vaticano II en esta crisis, o el tránsito de Pío XII a Juan XXIII?
Que yo tome distancia de ciertas expresiones
tradicionalistas, no quiere decir que las rechace en su totalidad. Los
representantes más destacados de algunas de esas corrientes, han salvado el
honor de la Iglesia y han dado un testimonio inquebrantable de la Verdad,
cuando la mayoría callaba o se hacía cómplice de la herejía. Pedir por la
Iglesia semper idem o por la Fe de siempre, no fue un desvarío. Cuando ahora,
por ejemplo, con toda naturalidad, se ha modificado el Novus Ordo para que se
vuelva a la fórmula pro-multis,
me pregunto si del Papa para abajo no tienen vergüenza de haber excomulgado a
un obispo que cuando lo dijo cuatro décadas atrás, por lo menos, fue tomado por
un orate, bizantinista y meticuloso.
-Me parece que lo entenderíamos mejor si pusiera algún ejemplo o si presentara
algún caso concreto.
Lo que acabo de decir es un ejemplo. Pero busquemos otro, si te parece. Ha
llegado a mis manos, hace poco, un libro editado por el Padre Matthias Gaudron,
de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que se llama “Catecismo católico de la
crisis en la Iglesia”. Es un libro bueno, solvente, fundado, preciso,
recomendable. De inusual capacidad didáctica, además. Pero la crisis que explica y que aborda esta valiosa
obra tiene fecha de nacimiento en el Concilio Vaticano II; casi por contraste
parecería que la ortodoxia tuvo fecha de vencimiento un día antes, como ciertos
fármacos.
Yo creo que hay que ir más atrás. Bastante más atrás
para explicar la crisis. Más atrás en siglos, no en años.
¿Es esto incurrir en el “qué largo me lo fiáis” de
Tirso de Molina? No; es incurrir en el anhelo de ser simples mas no simplistas,
de no deificar el llamado preconciliarismo –por bondades que haya tenido- de no
creer que el misterio de iniquidad arranca el 11 de junio de 1962, ni practicar
ese criterio ajeno a los oportunos matices y a las legítimas sutilezas.
Necesitamos un dibujo completo antes que un croquis; una cartografía puntillosa
y no sólo un bosquejo del terreno. No se presuponga más en lo que decimos.
En escritos como “De la Cábala al Progresismo” del
Padre Julio Meinvielle, o “Libre Examen y Comunismo”, de Jordán Bruno Genta,
nuestros maestros nos enseñaron a ver que el mal de una larga escalera
mortíferamente defectuosa no está sólo en su descanso del entrepiso sino que
arranca desde los primeros y torcidos peldaños. Lo significativo es que, desde
el magisterio opuesto, autores como Antonio Gramsci o Ernst Bloch sostuvieron
lo mismo, sólo que blasonando de lo bien que habían construido esos primeros y
sucesivos peldaños del horror. Eso sí; tampoco quiere decir esto, para seguir
con la metáfora, que algunas de esas gradas o estribos de la metafórica
escalera, no hayan sido más letalmente sólidos e inconmovibles que otros. Al
modo de esos mojones que una vez anclados en la tierra, la deforman para
siempre.
-Francisco, en consecuencia, no se entiende sin esta escalera descendente. Y
tampoco el Concilio. Son mojones de la decadencia según su perspectiva…
A Francisco no se llega de la nada, y el Concilio Vaticano II está siempre
esperándonos para descargar sobre él culpas y causalidades culposas que tuvo en
abundancia: ¡vaya si las tuvo! En el espíritu y en la letra, quede dicho. Pero
también existen otras culpas que vinieron después, sin que se pueda aplicar
necesariamente el principio “post hoc ergo propter hoc”; porque mucho sucedió
tras el Concilio que no fue consecuencia del mismo. No al menos como una
estricta correlación coincidente. Confundir la ocasión con la causa o el efecto
con lo posterior, puede llevarnos a veces a creer que el sol se retira del
firmamento porque bajamos las persianas. Lo digo en mi nuevo libro; perdóneme
si para ser preciso se lo leo:
“¿Acaso –me pregunto- es esto un intento de atemperar
las fechorías del Vaticano II? Después de que el Cardenal Suenens dijo que era
1789 en la Iglesia, o que el Cardenal Ratzinger definiera a la “Gaudium et
Spes” como el Anti Syllabus, queda muy poco margen para hacerse el distraído al
respecto. Son tantos los regocijos que provocó y que sigue provocando el
Concilio entre las filas de todos los peores enemigos de Cristo; son tantos
incluso sus frutos tormentosos –como lo reconociera el mismo Paulo VI- que se
torna un poco complicado ensayar la defensa de lo indefendible. Donde haya
continuidad la celebramos. Donde haya ruptura la denunciaremos.
Pero si estamos obligados aquí también a superar los
márgenes del esquema, debemos otear el horizonte desde una atalaya, no sobre el
taburete oficinesco. El historiador o el simple observador de la vida religiosa
debe intentar escalar el Tabor, y no sólo el sicómoro de Zaqueo. Las balizas
que demarcan tragedias eclesiales y periodizan sus vicisitudes, son más
abundantes y más antiguas de lo que suele aceptarse. También, en ocasiones,
poseen más entidad revolucionaria de lo que se cree. Los “silencios de Dios”
-¡ay, mil vece ay!- no tuvieron que esperar al Concilio Vaticano II para
hacerse oír; y para que la tierra entera crujiera por ese silencio, como una
planicie pálida ante el estallido de un sismo. El Concilio habrá sido 1789 en
la Iglesia, no lo negamos. Pero La Bastilla fue tomada muchas veces antes en
los entresijos de la Santa Madre, y el Estado Llano tuvo rienda suelta para sus
sucesivas devastaciones”.
– Gracias por el anticipo. Muchos de estos movimientos tradicionalistas caen en
el error de considerar la tradición como algo muerto y petrificado, como diría
el padre Louis Bouyer en su magnífica obra “La descomposición del
catolicismo”. La liturgia, así, se convierte en un rubricismo, en un
arcaísmo, y se deja de entender su sentido y significado profundo, de modo que
se acaba sustituyendo la Verdad por un autoritarismo sin auctoritas. La Iglesia
siempre entendió la tradición como algo vivo, encarnado en la vida de la
Iglesia e inteligible por la razón, sin que, por supuesto, ello suponga un cambio
en el entendimiento de la doctrina y del dogma, que son inmutables. ¿Ve Ud.
necesario recordar el correcto entendimiento que la Iglesia siempre hizo de la
tradición, para corregir los errores de un tradicionalismo mal entendido?
Te acepto la referencia a Bouyer siempre y cuando digamos, antes o después de
citarlo, algo así como: “hasta Louis Bouyer advirtió los riesgos de tales y
cuales posturas”. Porque por aprovechable que resulte leer su libro “La
descomposición del catolicismo” (hace poco fue editado con gran esmero en
Buenos Aires, y por eso lo tengo fresco) es la obra de un hombre que procede
del error, y que ciertos vestigios del mismo se le han quedado adentro. No lo
descalifico por ello. Al contrario; celebro su regreso y me gusta imaginar sus
últimos años llevando una vida rural, alejado del mundanal ruido y de los
desmadres de una Iglesia ya demasiado herida. Especie de ermitaño bucólico,
diría Castellani. Estoy anoticiado además de una reciente reedición de su libro
“El trono de la sabiduría”, dedicado a alabar a María Santísima, y eso aumenta
mi contento.
Lo que trato de decir es que proporcionemos el valor
de las fuentes de las cuales nos nutrimos. Para preservarnos del
anquilosamiento de la tradición y recuperar su sentido, antes prefiero guiarme
por el Comentario del Libro
de las Sentencias de Santo Tomás, si me perdonas el “garantismo” de
ir a lo seguro. Para entender el significado del desierto, acepto leer a Saint
Exupery. Pero me siento más seguro de la mano de San Macario o de San Pacomio.
Entre nosotros, hay una obra cumbre al respecto, que
es la del Padre Julio Meinvielle: “De Lammenais a Maritain”. Es lectura
provechosa.
– ¡Qué difícil que es deslindar, delimitar, distinguir! Pero también qué
necesario que se vuelve. Veo que usted mismo, a cada paso, necesita hacer
retoques, ajustes, deslindes. A veces el espíritu de esquema nos hace caer en
un simplismo que poco explica. ¿Cómo podemos permanecer católicos en estos
tiempos donde las tentaciones son tan sutiles, donde se etiqueta a los
católicos que crecieron amando a Juan Pablo II o a BXVI (con sus errores y
omisiones) como neocones? ¿No es trágico que para ser un buen católico haya que
sospechar de todo el magisterio del postconcilio cuando Encíclicas como Veritatis Splendor, Ecclesia de Eucharistia, Caritas in Veritate, Familiaris Consortio o Fides et Ratio mantienen la sana doctrina de siempre
y son hoy más atacadas que nunca?
Mira, si no distinguimos nos confundimos todavía más. Yo procuro en temas tan
delicados no pintar con trazos gruesos sino con pinceladas que vayan retocando
a medida que la pintura avanza. Así y todo, hay un punto en el cual, a mí al
menos, las distinciones no me alcanzan para inteligir lo que sucede. Veo hasta
donde puedo. Y en lo restante procuro no ser un ciego que guíe a otro
ciego.
He escuchado muchas veces esa expresión “neocon” y su
plural “neocones”, y en un sentido puedo explicar y justificar su uso. El
conservadorismo en la Iglesia, sobre todo después del Concilio, fue el nombre
con el que se revistió la postura de aquellos que querían defender la Tradición
pero no ser acusados de “lefevbristas”. No eran progresistas y combatían al
progresismo. Pero tampoco querían quedar involucrados en lo que
institucionalmente tomaba las formas de un cisma, por injusto que esto fuera.
Cuando asoma la posibilidad de potenciar la
hermenéutica de la continuidad, precisamente con encíclicas como las que me
mencionas; y de hacerse fuerte en la ortodoxia tras los actos de magisterio de
esos papas que también me nombras, ese conservadorismo eclesiológicamente
correcto, pulcro y sin penurias persecutorias, se consolida y saca pecho. No
estaba del todo mal hacerlo. Pero algo de malo sí había y sigue habiendo; y
era, precisamente que por hacerse fuertes y seguros y cómodos en la
hermenéutica de la continuidad, no vieron la de la ruptura que también traían
–y a veces a raudales- esos mismos papas. De allí el tono despectivo que el
término encierra.
Ser un neocom es como ser políticamente correcto. No
quiero tener hipótesis de conflicto. No quiero tener fisuras, rupturas,
guerras, rebeldías legítimas, desobediencias justificadas, desacatamientos
justos. Que todo transcurra con burguesa calma y sin sobresaltos. El Opusdeísmo
es, por un lado, el ejemplo más acabado de esta religiosidad burguesa y
políticamente correcta. Pero también es, por otro lado, la avanzada encubierta
del progresismo, en temas candentes, como el de la relación con los judíos o el
pluralismo, o la libertad religiosa. Por eso entiendo que “lo neo-com” sea juzgado
con menosprecio. Porque en este sentido que hemos explicado lo merece. Tengo un
amigo que define sabiamente a los opusdeístas como los fabricantes de los ojos
de agujas para que puedan pasar los camellos. Y otro que los explica diciendo:
“Cristo es el Camino, pero el Opus Dei cobra el peaje”
Por eso entiendo asimismo algo que tú mencionabas
antes. Es paradójico y triste, pero para ser católico hoy, se necesita una sana
cuota de sospecha de las cátedras y de los magisterios oficiales. Sólo quedan
cuatro pilares seguros y no son de poca monta: El Credo, el Padrenuestro, los
Sacramentos y el Decálogo. Lo que hay que creer, pedir, recibir y obrar. Aquí
está la Iglesia. Y ella es la columna y el sostén de la Fe, como le dice San
Pablo a Timoteo.
-Hablábamos de sospechas. ¿Somos sospechosos porque seguimos yendo a misas
conforme a la forma nueva en aquellas Iglesias donde se celebra con el respeto
debido, con sacerdotes que recalcan el carácter sacrificial y propiciatorio de
la misa y de sana doctrina? ¿Deberíamos abandonar esta misa y acudir
necesariamente a la misa tradicional?
No soy liturgo; y esta primera afirmación no es una evasiva. Es una definición.
La liturgia es oficio de los sacerdotes, ciencia de los que están investidos
del Orden Sagrado. Como la cardiología es especialidad de los cardiólogos. Esta
laicización de la liturgia, según la cual, cualquier laico de a pie se siente
autorizado a dictaminar sobre la lex orandi, es un fenómeno moderno. Impensable
en épocas tradicionales.
Dicho esto es obvio decirte que la misa tridentina es
un tesoro de la Iglesia. Perla preciosa que jamás debió perderse ni
postergarse, y cuya celebración y frecuentación es un bien per se. El gran bien
de nuestra lex orandi. Pero hay otros ritos, latinos y medievales, que son
también un patrimonio valioso de la Iglesia, y que no tienen quien cruce una
espada por ellos: el visigótico, el ambrosiano, el carmelita, el cartujo. Sin
olvidarnos de los ritos orientales, como el bizantino, el armenio o el
maronita. Por esas rarezas de la Providencia, a seis manzanas de mi casa
(nosotros llamamos cuadras a vuestras manzanas) está la hermosísima Catedral
Católica Ucraniana, con su rito propio impregnado del añejo sabor bizantino.
Las veces que he ido he tenido la experiencia de lo mistagógico, de lo sublime
que, según Santo Tomás, es la de la belleza en pos de la Belleza Increada. No
me parece justo ignorar la presencia de esta riqueza ritual sólo por oponer el
Vetus Ordo al Novus. No me parece equitativo hacer de cuenta de que no hay vida
ritual antes o fuera de lo decidido en Trento. Por sabia y santa que haya sido
esta decisión.
En cuanto al Novus Ordo, si se acude a él, pues hay
que tomar los recaudos que tú enunciabas. Evitar la liturgia-show, la
liturgia-espectáculo, la liturgia carnavalesca. Para lo cual hay múltiples y
valiosos documentos de la Iglesia, tras el Concilio, que son desconocidos y
traicionados. Hay infinidad de prescripciones para celebrar digna y
decorosamente el Novus Ordo, desde el modo procesional de la subida al altar
hasta las abluciones del final, pasando por la incensación, el Confiteor, los
Kyries, los cantos interleccionales, el suspiciamur, el orate fratres, las
anáforas. Todo un universo de indicaciones y de rúbricas tirado al canasto de
residuos por la brutalidad de la mayoría de los celebrantes y del grueso de los
feligreses. La vulgaridad campea hoy a sus anchas, alentada por ese patético
Mingo Revulgo que se define como obispo de Roma. Si viviera Hernando del Pulgar
volvería a escribir sus “Coplas”.
– Está bien; dejemos la liturgia a los liturgos; pero le pido, cambiando de
tema, que haga un ejercicio de memoria y que recuerde aquellas palabras
proféticas del Card. Biffi profetizando cómo sería el Anticristo, según el
gran Soloviev: ecumenista, pacifista y ecologista… ¿Qué nos podría decir al
respecto?
Biffi hizo una presentación ante Benedicto XVI, el 28 de febrero de 2007; y
allí mencionó la hipótesis de Soloviev. Yo confieso que no supe nada de este
encuentro, pero que conocía el libro de Soloviev desde 1996, cuando nuestro
querido maestro, el Padre Alfredo Sáenz, escribió su obra: “El fin de los
tiempos en seis autores modernos”, e incluía allí un enjundioso análisis de la
postura del ruso. Es posible que el Anticristo, entre otros rasgos, tenga esos
tres que quedan mencionados. Si fuera así, ya se ocupó alguien de dedicarle una
encíclica. Convengamos que en la Laudato si, un anticristo
ecologista, panteísta, naturalista y vegetariano se sentiría expresado.
Es una pena que Biffi haya muerto. Su sentido del humor, expresado, por
ejemplo, en su libro “La Bella, la Bestia y el Caballero” podría habernos
ayudado a comprender mejor el rumbo actual de los hechos.
– Se nos van muriendo los buenos. Pero nos dejan sus obras, que es un modo de
prolongar su presencia entre nosotros. Ud. ha sido un gran apologeta de nuestra
patria común, España. Los españoles le agradecemos en el corazón su defensa sin
ambages de la historia de nuestro país, el que más ha extendido la Cruz por el
mundo, el que más mártires ha dado a la historia de la Iglesia, dejándose la
sangre por infundir su fe en los pueblos y tierras que conquistó. Ahora, sin
embargo, tras 40 años de ataques a muerte de la masonería presente en los dos
grandes partidos de mi país (PP y PSOE), yace postrada en un apostasía
terrible. ¿Qué podría decirle Ud. a esos españoles que odian a su país por
su pasado católico y a aquellos hermanos hispanoamericanos que creen que España
ultrajó a sus antepasados, que luchan por quitarse de encima el “yugo” de
la fe y quieren volver a las religiones paganas precolombinas?
¿Qué podría decirles yo? Pues bueno; la verdad es que tengo un amplio
repertorio de insultos, una amplia colección de vituperios. Y un viejo e
hidalgo dicho de José Antonio para coronar la respuesta: “Cuando se ofende a
Dios y a la Patria no has más dialéctica posible que la de los puños y las
pistolas”.
Pero como se supone que yo debo dar una respuesta
académica y mesurada, allí hay un libro mío, “Hispanidad y leyendas negras”,
que refuta a los mendaces, de un lado y del otro del Atlántico, y reivindica la
honra de la Madre España. También en este libro que acaba de salir, y que ya te
he mencionado, hay un capítulo, el XII, que se titula “Francisco debe pedir
perdón”. Debe pedir perdón por haber ofendido, con su ignorancia culposa, la
acción de España en América, que como decía López de Gómara, es el hecho más
relevante después de la Creación y de la Encarnación del Verbo.
En cuanto a aquellos que, según me dices, quieren
volver a las religiones paganas precolombinas, pues no tendrán que hacer mucho
esfuerzo. El permisivismo litúrgico posconciliar se ha ocupado bastante de
hacer realidad este anhelo; sobre todo en ciertas iglesias “nacionales y
populares”, como las de Bolivia, Venezuela, Brasil o Nicaragua. Lo que les
recomiendo a los idealizadores de la precolombinidad, es que, si son requeridos
de un modo poco gentil, para participar de ceremonias antropofágicas, después
no digan que no les avisamos.
-Estamos en 2017. Celebramos un año que es altamente significativo porque se
conmemora el tercer centenario de la fundación de la masonería en Londres, el
centenario de la Declaración Balfour o de la sangrienta Revolución
bolchevique. Por otra parte, también de la aparición de la Mujer vestida de Sol
en Fátima. ¿Podría explicarle a tantos hermanos católicos que nunca han oído
predicar al respecto, qué es el misterio de iniquidad, ya incoado en la
Iglesia desde Judas, y antes con Caín, Esaú y su estirpe? ¿Está llegando
ya a la cima de su poder? ¿No es sintomático que parezca que se hace más
hincapié en rehabilitar a Lutero que en celebrar las proféticas denuncias de
nuestra Madre del Cielo en Portugal?
Perdona amigo Antonio, pero me parece que la pregunta (al igual que las
anteriores con las que me has atormentado) excede con creces mi posibilidad
“respondedora”. Te has equivocado de interlocutor. Yo creo que aún si
juntáramos aquí y ahora a Alcuino, Alfonso el Sabio y el Cardenal Cisneros, los
tres juntos te dirían: “¿Nada menos que explicar el misterio de iniquidad? ¿No
será mucho?”. Pues lo que creo es que hay que ir directamente a San Pablo; a su
Segunda Carta a los de Tesalónica; al anuncio de la Gran Tribulación que
aparece en el capítulo 24 de San Mateo, y a la definición y la condena que hace
de la iniquidad San Juan, en el capítulo tercero de su Evangelio. Pero muy
sobre todo, hay que leer y releer ese pasaje maravilloso –aquí sí que uso el
adjetivo magnífico- que está en Lucas 21,38: “Cuando estas cosas empiecen a
suceder, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención”. Es
decir, ¡qué venga la iniquidad, que se manifieste de una vez y cómo quiera, que
ose tener los adalides más poderosos del planeta, los líderes más encumbrados,
los apóstatas más populares! Nosotros le presentaremos batalla, con el pecho
erguido y la cabeza alzada.
El misterio de iniquidad recorre la historia, como
bien dices; desde la ciudad caínica inaugurada sobre un crimen horrendo, hasta
la ciudad apostática de nuestros días, instalada, para nuestra pesadumbre, donde
debería tener su centro la Ciudad de Dios. Sin embargo, la Revolución no
prevalecerá sobre la Revelación. Y al final, la Mujer aplastará la cabeza del
Infame. Que festejen 300 años de masonería ó 100 de Balfour u otro tanto del
bolchevismo. Si van a creer en el número, decía Vázquez de Mella, sepan que la
tradición es el sufragio universal de los siglos. Sepan, como lo gritó hasta el
día de su martirio, Anacleto González Flores, que hay un plebiscito de los
mártires. Contra la sangre martirial se estrellarán los inicuos. Contra La
Virgen Santísima no podrán los judas, los caines, los Lenin o los Rothschild.
Y ya que te has puesto memorioso con los aniversarios,
permíteme que te diga que este año se cumplen 400 del natalicio de Murillo,
paisano tuyo de Sevilla y gran pintor de María Santísima. Espero que lo
festejen como corresponde.
|
Y espíritus que enturbian hasta lo profundo |
.
– Le agradecemos mucho
su disposición a concedernos esta entrevista, D. Antonio. Somos muchos los que,
desde España, admiramos su labor de docente y luchador incansable por el
Reinado de Cristo Rey. Muchos de nosotros somos también deudores del muy
añorado padre D. Leonardo Castellani. ¿Qué cree Ud. que diría si estuviera vivo
al día de hoy? ¿Qué panorama columbra Ud. para nuestra amada Iglesia a corto
plazo?
El agradecido soy yo. Agradecido, emocionado y honrado…Castellani lo dijo todo,
lo vio todo y lo dejó escrito todo. Tuvo un don anticipatorio, si no se lo
quiere llamar profético, y pagó caro ese oficio de profeta. Porque como él
mismo escribiera, en el país de los ciegos al tuerto lo matan, porque ve más.
De modo que no sé qué diría hoy este hombre singular. Sé que lo que dijo nos
sirve para inteligir cuanto sucede. Posiblemente hoy, si estuviera vivo y
joven, andaría subiéndose a los tejados y gritando que Cristo Vuelve. Por algo
lo motejaron de “cura loco”. Con esa sacra locura quijotesca que tanto añoramos
y que tan necesaria es.
No sé qué pasará en la Iglesia a corto plazo. Pero es
difícil imaginar que pase algo distinto a lo que ya está anunciado; esto es, a
lo que Dios tiene previsto que pase. Aumentará la iniquidad, se hará cada vez
más pesada la tribulación, arreciarán las persecuciones, la Bestia impondrá sus
fueros y quien le sirva de Profeta o de Sacerdote hallará los favores del
mundo. A nosotros nos toca saber, como decía Castellani y ya que lo has
traído al ruedo, que el Apocalipsis no es un libro de terror sino de esperanza.
Marchemos enarbolando la Esperanza. Marchemos, pequeña grey. Marchemos. ¡Cristo
Vence! ¡Cristo Reina!, ¡Cristo Impera! ¡Viva Cristo Rey!
¡Viva y amén!,
repetimos nosotros.
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