EL HOBBIT UNO
Publicado en “El Diario de Hoy”, en abril de 2014.
La violencia no basta para destruir una civilización. Cada civilización
muere de la indiferencia ante los valores peculiares que la fundan. Nicolás López Dávila.
Hemos escrito con entusiasmo un artículo sobre cada una de las tres
partes de El Señor de los Anillos –la
trilogía literaria de J. R.R. Tolkien –cuando aparecieron como extraordinarias
y bien adaptadas películas, en mi opinión, de la monumental saga que leí por
primera vez en los años setenta y por segunda hace pocos años. Como sabemos, El Hobbit no es una trilogía, sino un
solo libro, mucho menor en extensión del otro (y también en valor literario);
se ubica en el tiempo justamente anterior a la referida saga, y narra
las aventuras del tío de Frodo Bolsón, Bilbo, el que arrebató el anillo de
poder a Gollum.
Destacaremos tan sólo un rasgo
particular, importante, notable en esta su obra. Habrá que avanzar
igualmente que en toda obra de fantasía, si está bien hecha, ha de encontrarse
una simbología trascendente que abarca desde toda una evolución estructural del
mundo hasta las representaciones sagradas, numinosas, y elevadas del imaginario
colectivo y la experiencia mística individual. Lo extraño, lo poco común y
fuera de la historia, lo irracional e ilógico incluso, opera
paradójicamente como herramientas para
enquistar la más comprensible conducta dentro de la interacción de criaturas,
no ya fantásticas, sino del todo pedestres, como el hombre de hoy y siempre.
Veamos…
“El Hobbit” agrega en su título: Una
aventura Inesperada. Retengan esto y pasemos a considerar cómo describe el
autor a los hobbits como especie. Aparte de las descripciones físicas, pequeños
patudos y peludos, su carácter específico es… el de un burgués. Es más, es el
clásico burgués: comodón, bien provisto de todo lo necesario en su acogedora
morada, empantuflado, sibarita de comida, pipa y amistades; amigo de fiestas
ordenadas, cumplidor de las normas, un poco miedoso de las aventuras y poco
dispuesto a afrontar lo desconocido. Dejamos por fuera la categoría marxista
que lo ubica como una categoría socioeconómica, que nuestro medio identifica
con hombre rico. De hecho, algunos creemos que “burgués” es una forma de ser,
surgida de las múltiples opciones de la modernidad, por la que hombres de
distintos estratos escogen ser de
una manera específica.
Pues así es Bilbo. Y por ello recibe el desprecio de la casta guerrera y
de la nobleza… hasta que a la hora de la
verdad, ante la muerte y para sorpresa de sí mismo, se destaca en clara
demostración de valor heroico y altos sentimientos: es así como se supera
el humano en una sociedad tradicional –no por sacos de dinero –quedando como
real esperanza de poder trascenderse a sí mismo.
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