Pocas concepciones se muestran
más confusas en las percepciones actuales, que las que derivan de las ideas de
los términos Guerra, Paz, Combate, Agresividad, Violencia, y sus
correspondientes acciones, que se entienden como un entorno de creencias y
haceres que se entienden como Culturas
de… las anteriores. De hecho, una visión del mundo pretende explicar
integralmente las organizaciones sociales, los valores, los hechos del hombre,
sus cambios en la historia como una explicación coherente: la violencia como
partera de la historia. Las confusiones provienen de la mezcla de cosmovisiones
en pugna.
Empecemos por decir que Violencia
se ha convertido en un término absoluta y totalmente satanizado. Si bien existe
un elemento chocante para cualquier civilización sana: la intencionalidad de
infligir daño físico, ese elemento agresor es sólo negativo si es abusivo,
irrazonable o contenga propósitos reñidos con la moral de grupo (que está en la
base del derecho de la sociedad). Si un borracho arremete a diestra y
siniestra, si uno o varios malhechores asaltan y matan, si alguien que fue
insultado responde con un ataque mortal, si padres agraden a esposas o hijos o
entre ellos, si un agente policial va contra los procedimientos, si… podríamos
llenar páginas de conducta violenta que constituyen de por sí y sin ninguna
duda lo que es una verdadera Cultura de Muerte, de agresión abusiva, negativa y
rechazable.
Pero notemos que en estas
actuaciones violentas contra otros existe un propósito de dañar más allá de lo
razonable o posible según las circunstancias. ¿Pero es que existe una violencia
aceptable? Sí y no. Se puede contestar “no” si conceptualizamos toda la
violencia como igual sin distinción alguna, lo que precisamente es una
falsedad, una injusticia y un peligro social, pero la respuesta es afirmativa
si distinguimos que efectivamente existen situaciones en que al ser humano,
tanto aislado como en sociedad le es, no sólo permisible sino debido y obligatorio
el actuar violentamente. Una madre defendiendo a sus hijos, un vecino
reaccionando en apoyo de una familia agredida, un agente de la autoridad
actuando dentro de la ley… son ejemplos incontestables de violencia legítima,
aceptable y debida, a las que solamente una sociedad enferma puede rechazar, en
nombre de una utópica sociedad, de imposible conformación, cuyos angélicos
componentes son por igual los pacíficos y los criminales.
De aquí la gran importancia
entre ser Pacífico
(tranquilo, calmado, dispuesto a utilizar el diálogo y la razón hasta que se
agoten estas instancias, pero con la disposición de utilizar la fuerza si fuere
necesario) y ser Pacifista
(tener la fanática fe de ante ninguna situación es legítimo utilizar la
fuerza). Si bien pensamos la fuerza se utiliza en el trabajo diario, en
salvarse de una crecida en un río, en luchar con una bestia salvaje, en
refrenar nuestras pasiones y -¿por qué no? –en la Legítima Defensa propia o de otros, así como en el
cumplimiento de las funciones de autoridad, para la Fuerza Armada y la Policía. Porque precisamente el
llevar a sus últimas consecuencias el pacifismo es la eliminación de esas
instituciones.
Conculca también el sagrado
derecho de levantarse en armas, que es un derecho humano de la Libertad.
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