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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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viernes, 5 de febrero de 2016

CULTURA Y CONTAMINACION




   Normalmente al hablar de contaminación nos referimos a la ambiental, pero deducida de la degradación del ecosistema biológico, tanto animal como vegetal e incluso el de los recursos minerales, pero poco hacemos mención de la degradación del hacer del hombre, si no es que lo referimos al mismo hacer en referencia a una cultura de destrucción del ambiente; todo esto es correcto y estamos de acuerdo. Ahora, sin embargo el tema será la contaminación directa de nuestro hacer como cultura de nación, que nos afecta en la identidad cultural, que nos degrada en lo moral, que afecta nuestra misma personalidad y hasta rebaja la percepción de los extranjeros.

    En vez de articular pensamientos presentaré una imagen de lo que denomino una triste y generalizada usanza de nuestro pueblo, que no se aminora porque sea un efecto de uso universal:

    Llegamos a una pupusería típica en el interior de nuestro país y encontramos una música de rock pesado, desentonando totalmente con el ambiente esperado; todos en el grupo, jóvenes y mayores vimos mal el detalle pero –dijo una señora madura –esta es una golondrina que no hará verano (yo callé pero temí que se equivocara, como en efecto fue)… puesto que lo que acabo de contar tuvo efecto hace más de treinta años, cuando todavía habíamos algunos que podíamos notar el efecto y chocar con él; ahora, la invasión musical, y a menudo de ruido discordante y elevado, es ya parte de la normalidad en comedores típicos y pupuserías por el largo y ancho de nuestro país. Es como visitar un rancho del oeste americano, o un pub inglés, un bistró parisino, una tasca española, una tavola calda italiana y encontrar en todos ellos los mismos shorts y camisetas, la misma música… sin diferencia si es playa, pradera o lago… todo igual o similar.

    Aunque fuera por turismo debiéramos cuidar la imagen, puesto que en otros países llegan hasta al extremo de “disfrazar” para abundar en el pintoresquismo… pero no es esto en absoluto a lo que me refiero, sino en la tristeza que representa el desarraigamiento de valores y tradiciones que a menudo son aplastadas y hechas a un lado por otras prácticas sin arraigo en el alma nacional, pero que afectan la sicología y el accionar del hombre, mutándolo –normalmente en algo inferior a lo que era, por la velocidad y falta de autenticidad –sin cuidado ni rumbo. No estamos contra el cambio, pero sí estamos contra el que se realice, en primer lugar fuera de nuestras conciencias (incluso a menudo en contra de ella, que no se apercibe de lo que ocurre), en segundo lugar, que no edifica, libera, mejora ni promete, sino que sólo recorta, rebaja y masifica.

    A ello han colaborado varias corrientes, siempre de la mano del instinto más bajo y grosero que se erige cada vez con más fuerza como árbitro del hacer y juzgar en todas las situaciones. Para que no haya confusión queremos rechazar una identificación de elitismo y subrayar por el contrario una identificación de amor profundo por el pueblo en que nacimos y cuya esencia nos está siendo aspirada por los vampiros del alma y la cultura. Personalidad es Identidad y Cultura.



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