Normalmente al hablar de contaminación nos
referimos a la ambiental, pero deducida de la degradación del ecosistema
biológico, tanto animal como vegetal e incluso el de los recursos minerales,
pero poco hacemos mención de la degradación del hacer del hombre, si no es que
lo referimos al mismo hacer en referencia a una cultura de destrucción del
ambiente; todo esto es correcto y estamos de acuerdo. Ahora, sin embargo el
tema será la contaminación directa de nuestro hacer como cultura de nación, que
nos afecta en la identidad cultural, que nos degrada en lo moral, que afecta
nuestra misma personalidad y hasta rebaja la percepción de los extranjeros.
En vez de articular pensamientos presentaré
una imagen de lo que denomino una triste y generalizada usanza de nuestro
pueblo, que no se aminora porque sea un efecto de uso universal:
Llegamos a una pupusería típica en el
interior de nuestro país y encontramos una música de rock pesado, desentonando
totalmente con el ambiente esperado; todos en el grupo, jóvenes y mayores vimos
mal el detalle pero –dijo una señora madura –esta es una golondrina que no hará
verano (yo callé pero temí que se equivocara, como en efecto fue)… puesto que
lo que acabo de contar tuvo efecto hace más de treinta años, cuando
todavía habíamos algunos que podíamos notar el efecto y chocar con él; ahora,
la invasión musical, y a menudo de ruido discordante y elevado, es ya parte de
la normalidad en comedores típicos y pupuserías por el largo y ancho de nuestro
país. Es como visitar un rancho del oeste americano, o un pub inglés, un bistró
parisino, una tasca española, una tavola calda italiana y encontrar en todos
ellos los mismos shorts y camisetas, la misma música… sin diferencia si es
playa, pradera o lago… todo igual o similar.
Aunque fuera por turismo debiéramos cuidar
la imagen, puesto que en otros países llegan hasta al extremo de “disfrazar”
para abundar en el pintoresquismo… pero no es esto en absoluto a lo que me
refiero, sino en la tristeza que representa el desarraigamiento de valores y
tradiciones que a menudo son aplastadas y hechas a un lado por otras prácticas
sin arraigo en el alma nacional, pero que afectan la sicología y el accionar
del hombre, mutándolo –normalmente en algo inferior a lo que era, por la
velocidad y falta de autenticidad –sin cuidado ni rumbo. No estamos contra el
cambio, pero sí estamos contra el que se realice, en primer lugar fuera de
nuestras conciencias (incluso a menudo en contra de ella, que no se apercibe de
lo que ocurre), en segundo lugar, que no edifica, libera, mejora ni promete,
sino que sólo recorta, rebaja y masifica.
A ello han colaborado varias corrientes,
siempre de la mano del instinto más bajo y grosero que se erige cada vez con
más fuerza como árbitro del hacer y juzgar en todas las situaciones. Para que
no haya confusión queremos rechazar una identificación de elitismo y subrayar
por el contrario una identificación de amor profundo por el pueblo en que
nacimos y cuya esencia nos está siendo aspirada por los vampiros del alma y la
cultura. Personalidad es Identidad y Cultura.
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