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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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miércoles, 6 de diciembre de 2017

CONSUMISMO: GRAVE ENFERMEDAD SOCIAL


   Después de un par de aportaciones intelectuales en noviembre, volvemos a jugar con las variantes que hemos querido caracterizar como esencia de este blog.

   Con base a un art. aparecido el 12 de diciembre de 2013 en El diario de hoy presento a su reflexión inicial el tema del CONSUMISMO, como grave enfermedad social, cáncer de una modernidad hedonista, simplista y egoísta. Distingamos del todo la crítica izquierdista al “consumo” en forma genérica y total; hablamos del exceso, del mal uso, del salvaje instinto que degenera en una idolatría y que acaba por encenagar los mejores valores e impulsos sociales.

 

 
CONSUMISMO DESTRUCTOR
Roberto López-Geissmann
                                                                                                

    De la religión de consumo no escapa ni el consumo de la religión, presentada como un remedio milagroso, capaz de aliviar dolores y angustias, garantizando prosperidad y alegría.  Alain de Benoist.

    Cuando tratamos temas como el actual nos vemos precisados a advertir continuamente los equívocos que pueden darse, puesto que desgraciadamente la confusión generalizada puede torcer nuestras intenciones y lograr que un discurso pueda tomarse incluso como contrario a la idea que se quería presentar. Con esto advierto que no pretendo hacerle el más mínimo guiño a la izquierda que hace del “consumismo” una teoría completa, la cual la pone como estandarte del capitalismo, de la oferta y la demanda y, ya lanzados, hasta de la propiedad privada. Rechazar el consumo en forma total es rechazar a la esperanza, a la alegría y al derecho al disfrute individual; aparte de las complicaciones técnicas de cabalgar esta economía sin consumir, pero el punto es precisamente el consumismo como concepto cuasi sagrado, religioso, como decía A. de Benoist: “El pecado original de esta nueva "religión" es que, al contrario de las tradicionales, ella no es altruista, es egoísta; no favorece a la solidaridad, y si a la competitividad; no hace de la vida un don, pero posee. Y lo que es peor: hace como si fuera el paraíso en la tierra y manda al consumidor a la eternidad completamente desprovisto de todo los bienes que acumuló de este lado de la vida”.


    Ahora bien, cuando una sociedad es bombardeada durante décadas, haciéndola perder la visión racional de lo que es necesidad y lo que simplemente es “gusto, ganas, voluntad de posesión”, dejándose llevar por la moda, la publicidad y lo mediático… estamos ante una bomba del absurdo, que fuera risible si no fuera triste y en muchos casos hasta trágico. Ha explotado, pues, el consumismo salvaje, que nos arroja escenas vergonzosas de personas tiradas en el suelo velando desde la víspera, largas colas, desordenes en almacenes, aumento brutal del tráfico –vergüenza cultural y sinsentido económico, desde el punto de vista de los ciudadanos, sangría de estos, chupados por otros, que dejan hacer lavándose las manos, aunque luego llorarán cuando los corneen las astas del toro del destino: por un lado el desastre económico de desplumar y comerse a sus gallinitas (son brutos hasta para explotar) y por el otro dándole banderas a los socialistas de corte marxistoide, ante la risa idiota del Estado.

 

    Este Consumismo Destructor vende celulares caros ante gente que necesita zapatos; le roba una mesa familiar navideña por un banquetazo del pater familias que echa el presupuesto a la basura; hace que se maten por un aparato eléctrico en vez de arreglar su vehículo… porque el hecho es que las alianzas del consumir, con otros deseos y percepciones del imaginario colectivo, se vienen gestando de hace mucho. Lo tremendo es que los ingenieros sociales también han trabajado el lado político de las voluntades enceguecidas; por eso no nos extrañemos mucho de propuestas idiotas y tampoco el de que las mismas arranquen –pueda ser –algunos aplausos… pero cuidado porque la masa crítica de desapercibidos todavía no ha llegado a tanto. Mantengámonos protegidos contra este consumismo recordando a Chesterton decir: “El juego de ponerse límites a sí mismos es uno de los secretos placeres de la vida”.

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