Después de un par de aportaciones
intelectuales en noviembre, volvemos a jugar con las variantes que hemos
querido caracterizar como esencia de este blog.
Con base a un
art. aparecido el 12 de diciembre de 2013 en El diario de hoy presento a su reflexión inicial el tema del
CONSUMISMO, como grave enfermedad social, cáncer de una modernidad hedonista,
simplista y egoísta. Distingamos del todo la crítica izquierdista al “consumo” en
forma genérica y total; hablamos del exceso, del mal uso, del salvaje instinto
que degenera en una idolatría y que acaba por encenagar los mejores valores e
impulsos sociales.
CONSUMISMO DESTRUCTOR
Roberto López-Geissmann
De la religión de consumo no escapa ni el
consumo de la religión, presentada como un remedio milagroso, capaz de aliviar
dolores y angustias, garantizando prosperidad y alegría. Alain de Benoist.
Cuando tratamos temas como el actual nos
vemos precisados a advertir continuamente los equívocos que pueden darse,
puesto que desgraciadamente la confusión generalizada puede torcer nuestras
intenciones y lograr que un discurso pueda tomarse incluso como contrario a la
idea que se quería presentar. Con esto advierto que no pretendo hacerle el más
mínimo guiño a la izquierda que hace del “consumismo” una teoría completa, la
cual la pone como estandarte del capitalismo, de la oferta y la demanda y, ya
lanzados, hasta de la propiedad privada. Rechazar el consumo en forma total es
rechazar a la esperanza, a la alegría y al derecho al disfrute individual;
aparte de las complicaciones técnicas de cabalgar esta economía sin consumir,
pero el punto es precisamente el
consumismo como concepto cuasi sagrado, religioso, como decía A. de
Benoist: “El pecado original de esta nueva "religión" es que, al
contrario de las tradicionales, ella no es altruista, es egoísta; no favorece a
la solidaridad, y si a la competitividad; no hace de la vida un don, pero
posee. Y lo que es peor: hace como si fuera el paraíso en la tierra y manda al
consumidor a la eternidad completamente desprovisto de todo los bienes que
acumuló de este lado de la vida”.
Ahora bien, cuando una sociedad es bombardeada
durante décadas, haciéndola perder la visión racional de lo que es necesidad y
lo que simplemente es “gusto, ganas, voluntad de posesión”, dejándose llevar
por la moda, la publicidad y lo mediático… estamos ante una bomba del absurdo,
que fuera risible si no fuera triste y en muchos casos hasta trágico. Ha
explotado, pues, el consumismo salvaje,
que nos arroja escenas vergonzosas de personas tiradas en el suelo velando
desde la víspera, largas colas, desordenes en almacenes, aumento brutal del
tráfico –vergüenza cultural y sinsentido económico, desde el punto de vista de
los ciudadanos, sangría de estos, chupados por otros, que dejan hacer lavándose
las manos, aunque luego llorarán cuando los corneen las astas del toro del
destino: por un lado el desastre económico de desplumar y comerse a sus gallinitas
(son brutos hasta para explotar) y por el otro dándole banderas a los
socialistas de corte marxistoide, ante la risa idiota del Estado.
Este Consumismo
Destructor vende celulares caros ante gente que necesita zapatos; le roba
una mesa familiar navideña por un banquetazo del pater familias que echa el presupuesto a la basura; hace que se
maten por un aparato eléctrico en vez de arreglar su vehículo… porque el hecho
es que las alianzas del consumir, con otros deseos y percepciones del
imaginario colectivo, se vienen gestando de hace mucho. Lo tremendo es que los
ingenieros sociales también han trabajado el lado político de las voluntades
enceguecidas; por eso no nos extrañemos mucho de propuestas idiotas y tampoco
el de que las mismas arranquen –pueda ser –algunos aplausos… pero cuidado
porque la masa crítica de desapercibidos todavía no ha llegado a tanto.
Mantengámonos protegidos contra este consumismo recordando a Chesterton decir:
“El juego de ponerse límites a sí mismos
es uno de los secretos placeres de la vida”.
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