FEMINIZACIÓN
SOCIAL, VIOLENCIA DE
GÉNERO
Y CORRECCIÓN POLÍTICA
Presentamos este
breve ensayo de Lucas Carena, brillante argentino quien, con el Dr. Pablo
Davoli –en el programa La Brújula,
emitido por TLV1 (toda la verdad primero) –forman la joven mancuerna de intelectuales que nos brindan un
instructivo, ameno y no conformista programa de cultura alternativa. Los
subrayados en amarillo y las fotografías son agregados por este servidor.
El
amigo Carena es Licenciado en
Comunicación Social y Magister en Diseño de Estrategias de Comunicación por la Universidad
Nacional de Rosario. Enseña Psicología Social en la Universidad Católica de La
Plata. Especialista en psicología de masas y medios masivos de comunicación. Es
periodista, escritor e investigador. Decepcionado de las operaciones de
manipulación y desinformación, su pensamiento fue virando paulatinamente,
impulsado por sus propias investigaciones, hacia el pensamiento alternativo y
los medios no oficiales de divulgación, se especializó en el estudio del
comportamiento colectivo y la forma en que los medios instalan ideas tanto en
la conciencia colectiva como a nivel subliminal.
“Ni una menos/as”
Publicado 3 junio, 2015
Hoy se llevará a cabo, en Plaza de Mayo, la marcha convocada a
nivel nacional en contra de la violencia de género y el femicidio. El título de
la convocatoria: “Ni una menos”.
Pero… ¿Qué es el femicidio? ¿El asesinato de una mujer
perpetrado por un hombre? ¿Cualquier tipo de asesinato llevado adelante por un
hombre o sólo los que se dan en casos relacionados con un ataque sexual previo?
¿Y de no ser un ataque sexual, el femicidio se da sólo por razones pasionales?
¿Cuál es la línea fronteriza que separa un mero homicidio de un femicidio? ¿A
la inversa se podrá hablar de masculinicidio?
Estos y muchos otros cuestionamientos genera el neologismo
impuesto a partir de la mal llamada violencia de género. El femicidio, postulado
intrínseco a una postura teorético-ideológica feminista, procede de las autoras
Diana Russell y Jill Radford en su obra “Femicide. The politics of woman
killing”. Término que se castellanizó y que actualmente se utiliza para
referirse en general a muertes violentas acometidas ulteriormente a una
violación o abuso y, cada vez más, a cualquier muerte de una mujer a manos de
un hombre.
Cabe decir que, antes de
herir susceptibilidades y evitar innecesarios enojos, la cobardía del hombre
que mata a una mujer bajo cualquier circunstancia es, a raíz de su ventaja
natural física, aberrante y, como tal, constituye la peor de las atrocidades. Cosa que ha de ser aclarada, no por
corrección política ni por demagogia, sino porque realmente es menester
comprender el verdadero origen del mal, y la verdadera fuente de este problema
el cual existe pero que, por más nombres que uno le ponga, obedece en realidad
a una cuestión estadística: en directa y estrecha proporción al crecimiento del
crimen en un mundo anaxiológico y envilecido, crecen naturalmente los delitos
sexuales.
No hay violencia de género, porque no hay un género que violenta
a otro. Siempre hay un ser humano que ejerce violencia sobre otro ser humano:
un adulto sobre un menor, un hombre sobre una mujer, varias personas contra una
sola indefensa. Lo que
vivimos no es el resultado de un mundo “femicida”, sino “moralicida”. No se
puede poner en un plano de exclusividad al delito “de género” porque los
géneros no matan, los hombres sí. Y no se trata con esto de enarbolar una
contestación misógina, sino de llamar las cosas por su nombre. La violencia de
género, sea como epítome o como concepto, es una ruin falacia.
Justamente porque este delito de femicidio, si suponemos
entender más o menos a qué refiere, tiende a crecer, a instalarse en un momento
en el que el hombre está más minimizado que nunca. Es el delito de la ausencia
de lo masculino. Lo más triste es que este fenómeno indeseable, hay que
decirlo, es el efecto colateral, secundario, no deseado del modelo de sociedad
en el que vivimos, a saber: liberal y extranjerizante en lo económico y
neomarxista en lo cultural. En vez de cambiar la base estructural la cual,
llamativamente, profundiza a diario los niveles de desigualdad y exclusión, el
antagonismo marxista de opresores-oprimidos se plantea en el plano
superestructural, buscando generar la “revolución” en lo más complementario que
puede haber ofrecido la naturaleza: los sexos, ahora sustituidos por géneros.
El feminismo y todas sus derivaciones se presentan como una revolución marxista
de las mujeres oprimidas frente al machismo opresor.
Pero en rigor de verdad, como sostiene Alain de Benoist en “El
reino de Narciso” lo que se ha destruido en el mundo contemporáneo es la
masculinidad. La figura masculina, la ley sin la cual no hay principio de
realidad como sostenía Lacan, ha desaparecido y con ello se ha liberado a
su suerte la configuración psicótica de la sociedad sumida en un anarquismo
axiológico y moral poco antes vistos. Es en la capacidad de decir sí y no, bien
y mal, verdadero y falso, que un pueblo, sociedad o cultura puede erigirse,
vertebrarse sobre bases sólidas. La feminización de la culturas denunciada por
de Benoist, abreva una cosificación de todo, incluso de la propia mujer. Porque
el principio activo y subjetivo es necesariamente masculino, taxativo y
condicional, vertical no horizontal, basado en una discursividad con predominio
de enunciados declarativos e imperativos, no endebles y relativistas. En ninguna sociedad como en
aquellas edificadas sobre cánones masculinos y regímenes disciplinarios
guerreros, la mujer gozó de un lugar tan central y subjetivo, alejado de cualquier
cosificación. El ejemplo más paradigmático y muy bien detallado por Pablo
Davoli en su conferencia sobre “Identidad Sexual”, es la sociedad espartana.
Pero volviendo al tema central, es menester decir la verdad
sobre la violencia de género: que como discurso característico de la
feminización matriarcal de las sociedades, es un fruto del mismo marxismo cultural que en el plano
jurídico exime de toda responsabilidad a los degenerados y pervertidos que
brotan de las alcantarillas en un mundo que ha estigmatizado “la mano dura”
tildándola de fascista, ha proscripto de su vocabulario la palabra “represión”
por considerarla reaccionaria, clama por la despenalización de cuanta
inmundicia podamos imaginar y que ha impedido poner a los delincuentes en el
lugar en el que deberían estar: pudriéndose en la cárcel con el noble propósito
de salvar sus almas.
Y este proceso, atroz y degradante, se ha hecho con la
complicidad de todas las voces que hoy lloran a las víctimas de la violencia
que sobreabunda en el mismo modelo de sociedad que han facilitado engendrar,
desde la narcopolítica hasta los jueces corruptos y encubridores. Los que se llenan la boca
hablando de la falta de aplicación e instrumentación de las leyes de “violencia
de género”, los que despotrican contra la justicia “machista y retrógrada”
porque reduce penas a violadores y pedófilos, parecen no ver -o no querer ver-
que la reducción de penas y el garantismo/abolicionismo que esta cáfila de
pseudojueces nefandos y mendaces vienen impartiendo está dada por el imperio
del marxismo cultural izquierdizante y el anti-pensamiento destructivo
gramsciano que desde hace décadas acedia a los pueblos occidentales y ha
sido impuesto a la fuerza por el Memo 200 del genocida-premio-Nobel-de-la-paz
Henry Kissinger y la organización Open Society del especulador internacional
George Soros para garantizar la despoblación mundial y hacerse de nuestras
riquezas naturales.
Los jueces no liberan a los pederastas y violadores a causa de
ser machistas medievales, sino por feminoides cobardes que han aprendido con
Marx que es el ser social del hombre el que determina su conciencia y no al
revés, y por lo tanto siempre habrá una condición social que sirva de atenuante
para justificar los hechos más terribles y menguar las penas. Los jueces que
justifican a los violadores diciendo que “el abuso de un niño menor no es tan
grave porque el infante ya poseía tendencias homosexuales” o que “la joven
utilizaba ropa provocadora y por tanto es corresponsable de la violación”
forman parte de una maniobra de “psicologización” del crimen y destrucción del
libre albedrío como forma volitiva y genuina del bien obrar. Estos jueces apologistas, son el
producto de una sociedad fracturada por las antiposturas intelectualoides del
progresismo jurídico, que se basa en justificativos psico-sociológicos
pseudocientíficos para avalar por vía de la insania, las condiciones sociales
y, en última instancia, la construcción ad hoc de alguna
“inimputabilidad” a la cuasi totalidad de los criminales que obtienen la “beca”
de la impunidad para matar.
Y esta ideología
izquierdizante, es la misma que se embandera con el abortismo, la doctrina de
género, el feminismo y tantos otros engendros ideológicos que terminan
socavando la posibilidad de una vida armoniosa y sensata. Ideología que, con
tal de no reconocer que el caos generalizado es el “tiro por la culata” de los
postulados fundamentales que ella misma profesa, persiste en buscar enemigos
fantasmagóricos como “la derecha”, “el machismo”, “la Iglesia” y mira para otro
lado en forma hipócrita en vez de señalar a los cleptócratas que deberían tomar
cartas en el asunto, porque son ellos los que le han conseguido la “Secretaría
de igualdad de género y oportunidades”. En un par de años más van a decir que Hitler le pegaba a Eva
Braun para echarle también la culpa del origen de este flagelo.
No hay una sociedad cada vez más machista, sino cada vez más
matriarcal, afeminada con hombres inseguros y minimizados, de virilidad mermada
que terminan atacando cobarde y arteramente a mujeres porque se ven socavados,
vulnerados en su hombría, entregados a la más miserable ignominia. Y ni hablar
de los casos de hombres que no pueden acercarse a sus hogares ni ver a sus
hijos a raíz de falsas denuncias por violencia de género, como los recopilados
por el tan silenciado documental “Borrando a papá” del que ni un solo medio de
comunicación se hizo eco jamás. ¿No sería esto también violencia de género?
Para terminar, vale decir que la mujer es algo demasiado sagrado para
instrumentalizarla como cocktail molotov de ataques terroristas contra la
verdad, el bien y la belleza. La mujer debe evitar dejarse usar por
intereses viles y serviles, por ideologías cipayas de moralidad inhibida. Y
como decía el padre Leonardo Castellani, en sorna y para mostrar con simpatía
lo complementario de los sexos en su “Payada del parangón entre la malicia del
hombre y la Mujer”:
“De los bichos del Señor,
de pezuña, garra o ala,
el macho es el peliador,
pero la hembra es la mala”.
Mujeres, no necesitan la declaración de días internacionales, no
necesitan marchas ni movilizaciones. Acá lo que está en juego es la patria y la
soberanía la cual, agonizante, clama por un retorno a los valores perennes y
universales. La única bandera, señores y señoras, es la argentina y la única
moral, es la cristiana.
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