Presento a uno de mis tres jeans, escritores franceses
favoritos: Jean Cau - los otros son Jean
Lartèguy y Jean Raspail – será un sagrado trío para los que vayan conociéndolos. Periodista brillante que ha orbitado
desde la izquierda hasta la nueva derecha, con un estilo claro y mordaz. Como
muestra de su pensamiento basta un botón. No dejo por fuera a Michel de
Saint-Pierre.
EL TRIUNFO DE LA MEDIOCRIDAD
Jean Cau
“Jamás la mala raza de los intelectuales fue tan
insolente. ¿Melancólicos, estos histriones? Ni siquiera eso. ¡Charlatanes! ¡Eso
sí! Y repugnantes a la vista. Me pregunto si los enfrentamientos de
politicastros que relatan las radios, los periódicos y las televisiones no son,
todos ellos, bajo avatares diversos, más que el signo de una misma nulidad.”
Este
hombre que soy yo, en este siglo, escucha su duda. Y este hombre puede
prendarse de las renunciaciones y sentarse, también él, sobre las ruinas, o
danzar, embriagado con mal vino, entre las columnas decapitadas.
Después de todo por qué
“no abandonar este siglo” o -lo que es exactamente lo mismo- seguir su
pendiente y seguir con la misma multitud por el mismo tobogán. Nos amarían.
Conoceríamos el calor de la feria y el aturdimiento de sus ruidos.
LA INSOLENTE RAZA DE LOS INTELECTUALES
Además estaríamos en muy
inteligente compañía porque jamás siglo alguno puso al servicio de su bajeza
una tan brillante agilidad de espíritu; jamás la cobardía se dio a sí misma
tantas “razones”; jamás las medias de seda rellenas de excrementos tuvieron tan
lucientes mallas; jamás la mala raza de los intelectuales fue tan insolente.
¿Melancólicos, estos
histriones? Ni siquiera eso. ¡Charlatanes! ¡Eso sí! Y repugnantes a la vista.
Desde que la guerra civil
de 1.940-1.945 desposeyó a Europa de su energía, nuestra desgraciada península
se infectó con dos democratismos que se conjugaron para (según parece)
“liberarla”. Situada en el exacto punto medio entre el cólera soviético y la
peste americana, los cogió a los dos. Se muere, pero hace tiempo que su sangre
acarreaba el virus. Hace tiempo que Europa tenía mal aliento.
Me he
divertido (?), con una escritura periodística y colérica, entrando en este
revoltijo del día que pasa y de los años inmediatos pero, en verdad, no llego a
izar mi bandera en ninguno de los dos campos y me pregunto si los
enfrentamientos de politicastros que relatan las radios, los periódicos y las
televisiones no son, todos ellos, bajo avatares diversos, más que el signo de
una misma nulidad.
EL TRIUNFO DE LA MORAL DE ESCLAVOS
En breves palabras, si no
atestiguan el triunfo, en todas partes, de una moral de esclavos. “Unos decadentes a punto de ser
sometidos por unos esclavos”: ésta es, tal vez, la única interpretación
del mundo moderno que explicaría mi escaso gusto en “comprometerme” al lado de
unos u otros.
¿Para defender Moscú voy
a invadir Nueva York? ¿Para proteger Nueva York voy a entrar en Moscú? ¿Qué
idea del hombre -que valiera la pena morir por ella- es enarbolada por uno u
otro campo? Pero, hombre de un mundo decadente y blanco en vías de ser, en un
primer tiempo, sometido por un mundo esclavo y blanco, titubeo y, no obstante,
digo que nuestro próximo vencedor (digamos el ruso y su comunismo) está siendo
devorado, él también, por una decadencia que, aunque no tenga los mismos
colores que la nuestra, no es, a mis ojos, menos evidente.
En efecto, siendo su
ideología “de masa”, son vulgares ideas de masa las que aplastarán a los
despreciables individuos (por otra parte, cada vez más despreciables y cada vez
menos individuos) en que nos estamos convirtiendo.
No seremos vencidos por
una moral erigiendo una idea, sino por una ideología lúgubre ordenando una
sociedad. Y esto, también, es una decadencia, salvo que ésta tiene una superioridad
sobre su rival: es más bruta, más estúpida y menos inquieta. Nosotros ya no
tenemos sacerdotes. Ella tampoco, pero aún tiene policías.
DECADENCIA UNIVERSAL DEL HOMBRE
En esta “decadencia universal del hombre”
que valía su precio por un destino (y entonces la humanidad valía por unos
cuantos hombres), tengo la tentación de deponer las armas y, con las alas
sucias, apoyar mi cabeza sobre el puño y acomodar mi palabra al silencio y mi
acto a la inercia.
Y decir: “No nos movamos. Los adversarios
son iguales en la mediocridad. Demócratas, socialistas, masas, multitudes,
robots, ¿qué importancia tiene que el mundo pertenezca a unos o a otros? Son
iguales”. Es demasiado fatigoso tratar de encontrar hombres y semidioses en
este tropel. ”El vencedor sólo vale porque ha vencido”; por la fe que aporta e
impone; por la belleza de los templos que erige para celebrar su victoria.
Ahora bien, en los dos campos adoran el
mismo becerro (el igualitarismo), salvo que uno le construye supermercados a
guisa de establo; y el otro, locales del Partido. Pero la “calidad” del bovino
es la misma.
Pese a
que a esta alturas el Comunismo Histórico de la URSS ha caído, pese a que en
los EU (igual hay un repunte europeo) pareciera ser que el rumbo hipnotizado,
conformista y nihilismo harakiriano ha remitido (sin ser tampoco tan
optimistas) y pese a que gran parte del tercer mundo, sin estar bien enrumbado,
siquiera está decepcionado con las simplezas y absurdos de las dos grande
ideologías dominantes, a pesar pues de todo ello, las palabras de Cau no carecen
de actualidad y razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario