Juan Manuel de Prada nos ofrece otro de sus brillantes artículos. Un efecto palpable
y evidente de llevar al extremo el pacifismo, la solidaridad y un cristianismo
desaforado y fuera de contexto.
¿Por qué insistir en esta temática? Porque, en mi opinión es lo
más peligroso que está afrontando ahora la civilización –sin exageración
alguna. El Mundialismo (cara política) y la Globalización (cara económica) son
dos caras de la moneda perversa en la que, más que nunca revela su doble rostro
el dios Janos; visibilizando el objetivo común de los dos aparentes grandes
enemigos, siendo claro en esta etapa que la izquierda no es sino el lacayo
agresivo y estúpido de una conspiración que sobrepasa definiciones ideológicas.
Los grandes poderes se han cansado de esperar que la revolución
neomarxista les construya su monstruoso tinglado y, presionados para lograrlo
en una sola generación, han puesto en marcha al monstruo de la… … …
INMIGRACIÓN MASIVA
Un arma para destruir las
identidades nacionales y construir, sobre sus ruinas un
ORDEN MUNDIAL TOTALITARIO.
No es caridad. Es un suicidio impuesto a las naciones por la agenda
mundialista.
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MIGRANTES LIBIOS RUMBO A EUROPA |
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A confesión de parte,
relevo de pruebas. Pero a nosotros no nos interesa señalar aquí la relación
entre las actividades del abuelito Soros y su «identidad judía», sino su
condición de adalid –citamos el New York Times– de la «libertad individual, la
sociedad abierta y el libre pensamiento», como «devoto discípulo de Karl
Popper». El artículo citado menciona en nueve ocasiones, siempre con respeto
reverencial, al maestro del abuelito Soros, cuyo concepto de «sociedad abierta»
inspira su activismo; y repite hasta dieciséis veces que la causa de Soros no
es otra sino el «liberalismo» y los «valores liberales». Y aquí es donde
queríamos llegar. Pues no faltan tontos útiles (e infiltrados que los
apacientan) que se obstinan en presentar al abuelito Soros como un promotor del
llamado «marxismo cultural», una entelequia conspiranoica que lanzó con gran
éxito la derecha yanqui, para que el catolicismo pompier y el cretinismo
evangélico picasen el anzuelo y abrazasen bobaliconamente las tesis liberales.
Pero lo cierto es que el
abuelito Soros es un liberal coherente y fetén, partidario acérrimo
del mercado libre y de un mundo sin fronteras. Y para alcanzar esta utopía
globalista, el abuelito Soros necesita destruir las naciones entendidas al modo
clásico, como comunidades políticas fundadas en fuertes vínculos familiares,
sostenidas en tradiciones comunes, fortalecidas en una fe compartida. La
«sociedad abierta» que preconiza el abuelito Soros es la sociedad de hormiguero
liberal, desarraigada y multicultural, en la que todo lazo social y toda
aspiración de bien común son reducidos a fosfatina, mediante la promoción de
ideologías que dinamitan la institución familiar (de ahí que patrocine el
feminismo y los derechos de bragueta) y el estímulo de los flujos migratorios que
dinamitan las tradiciones comunes (de ahí que financie las organizaciones
dedicadas al acarreo, que no rescate, de inmigrantes). El abuelito Soros, en
fin, anhela una «disociedad» en la que el ser humano deja de ser el «animal
político» aristotélico, para convertirse en un insecto social, desarraigado e
infecundo, al servicio del mercado. Por supuesto, en este anhelo (como en toda
cuestión política) hay un fondo teológico; pero sobre esto no diremos nada,
acogiéndonos a la disciplina del arcano.
Basta ya de paparruchas conspiranoicas.
Si la izquierda secunda al abuelito Soros es porque, como profetizó Pasolini,
se ha convertido en una fuerza mercenaria y traidora de la causa obrera, un
perro caniche al que Soros y otros como él han concedido una prórroga de
talonario. Pero el enemigo de las naciones entendidas al modo clásico no es
otro que el liberalismo, que es la doctrina promovida por el abuelito Soros.
Juan Manuel de Prada
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