DIA DE HISPANOAMÉRICA – LA ESENCIA DE LA HISPANIDAD
Los días seis y trece de octubre de 2010
publiqué en El diario de hoy los dos
artículos que titulan esta entrega, los que reproduzco ahora en Conmemoración
Contra la leyenda negra
DÍA DE HISPANOAMÉRICA
Roberto
López-Geissmann
Fue hace muchas décadas, en París, en boca
de un amigo español de apellido Pardo (muy buena gente, por demás) que tuve la
experiencia de escuchar a un español
ofendido porque se hablaba muy bien y con admiración sobre su Patria: España.
Me tocó estar en el viejo continente cuando murió Franco y entonces se desató
el vendaval. Si bien la mayoría era gente de izquierdas el hecho sobrepasó
definiciones políticas. De entonces para acá he descubierto el –para mí ya no
tan extraño -hecho de que “españoles se casi ofendan cuando se habla bien de
España”, por lo que “hay que tener cuidado y tacto para hablar bien (no mal) ante un español, sobre su tierra”… y más
aún si el que habla es americano. No importa si aclaras que no se trata de
atacar o defender a un determinado período sino que te admiras de las
ejecutorias históricas, del temple, del talante, de la cultura y la
idiosincrasia de una España eterna y que… no te dejan seguir adelante, tienen
vergüenza y te cortan. De lo que se trata es, precisamente, de hundir, previo
confundir, la esencia de lo hispano, porque es una de las
pocas cosas importantes que aún existen en el mundo y con la que debiéramos
reventar de orgullo si conociéramos en su exactitud y haciendo a un lado esa
leyenda negra, de tan oscuros y cobardes propósitos como su nombre mismo.
Pero hablemos un poquito sobre el origen de
la celebración del Día de la Hispanidad, que bien pudiese ser el Día de
Hispanoamérica. En la siguiente entrega reseñaré los objetivos gruesos que
siguen los que intentan defenestrar lo
hispano, erradicarlo de la tierra y más aún del continente que no es sino
parte del concepto.
No es fundamental si es Hispania (latín) o
Iberia (griego), ni queremos meternos en sutilezas lingüísticas; lo importante
es que la península recibió antiguamente ese nombre de parte de los fenicios,
significando para los romanos también “ciudad que está al occidente”. En 1913,
pensando en una celebración que uniese España con Hispanoamérica, el Presidente
de la Unión Ibero-Americana (Rodríguez-San Pedro) eligió el 12 de octubre como
lógica y afortunada fecha. Con el tiempo se utilizó mucho la denominación, no
tan feliz por confusa, de Día de la Raza, hasta que tal vez Unamuno primero en
utilizar el término, y luego el sacerdote español radicado en Argentina,
Zacarías de Vizcarra, seguido más adelante por Ramiro de Maeztu (ex embajador
español en esa república austral) propusieron concretamente cambiar a
Hispanidad el nombre de la prócer celebración. Es a la Madre Patria y a la
Argentina a quienes les cupo el honor de ser impulsadores de esta fiesta, que
va mucho más allá de una mera preocupación, vana y pueril si no estuviera
formidablemente respaldada, de continuar con ritos perecederos. Dejemos las
historias tristes, culturalmente decadentes con que posteriormente se ha
atacado y se ataca esta celebración, y atengámonos al fondo del asunto, para
tratar de entender más bien el por qué es que se la trata de negar, de
desvirtuar y de mutar en otra cosa. Es miedo, es terror al verdadero poder de la
verdad, es temor a que se conozca la nobleza subyacente en la gloriosa herencia
hispánica, de la que hablaremos luego.
¿Por qué atacan tantos y tanto a Lo
Hispánico?
ESENCIA DE LA HISPANIDAD
Ramiro de Maeztu decía que nuestro pasado es
una procesión que abandonamos. Y la hemos dejado para “seguir con los ojos las
de países extranjeros o para soñar con un orden natural de formaciones
revolucionarias, en que los analfabetos y los desconocidos se pusieran a guiar
a los hombres de rango y de cultura”. Porque ante el lema de la revolución
francesa los valores hispánicos yerguen otra trilogía: Servicio, Jerarquía y
Hermandad. Servicio porque este es el más aristocrático de los lemas,
del alma distinguida que está dispuesta al sacrificio, el “yo sirvo” contrario
al “no sirvo” de Luzbel, el que ha estado en el escudo de los reyes ingleses,
el que implica la libertad porque es libremente asumido, dentro de una Jerarquía
que no es sino el reconocimiento del orden valorativo de la sociedad, que lleva
en sí la justicia, superando la igualdad –que es un concepto demagógico, cuando
no es simplemente idiota, y siempre, falso – y provocando la Hermandad;
pero una hermandad que si busca conciencia de los suyos, tiene la especial
característica de ser abierta y con destino universal, nunca la hispanidad se
ha sentido ni elegida o predestinada, ni por fe ni por raza alguna, puesto que
en su siglo de oro, en su máximo momento histórico, la vocación de España era
Católica.
Y esta es una de las claves del porqué de la
leyenda negra, por qué tanto infundio de robos e iniquidades exageradas y
exacerbadas, porque la esencia hispánica es jerárquica (con un sentido de élite
de respeto y de servicio, de unidad y de valores), es misionera (mucho más que
conquistadora, dando un mentís al crudo materialismo, que otras concepciones
alimentan) y además que es Católica (lo cual quiere decir Universal). Esa
particular forma de valorar el ser que, como dijo Piñar, contiene el mensaje
hispánico profundo que “quiere hacer de la riqueza, no un fin, sino
un instrumento” y que tanta roncha
causa a ciertos estamentos del sistema que profesan un “desamor fatal
contra todo lo que lleva el signo de la cruz o de la espada” como afirmó el
maestro Caponnetto. Porque la hispanidad tiene como propia la fides celtibérica, conocida como
“lealtad española”, origen de durísimos soldados y capitanes de varias guerras
y frentes (físicos y morales), terreno fecundo de oradores, poetas, mártires,
jueces y príncipes, que dieron a un Trajano, un Adriano y un Teodosio.
Una
nación es un estilo de vida colectiva e hispanidad es diferente de españolidad.
Lo que a esta debemos es mucho, pero conciente estamos que la antorcha ahora
está más allá de nuestros antepasados, que sólo unidos -¡claro que sí! –puede
haber un mañana de grandeza que nos libere de la mezquindad, nos dé el arrojo
para combatir el servilismo a los poderes del oro, más allá del cálculo, que
prevalezca aquella ejemplar imagen del caballero cristiano que tan bien traza Manuel
García Morente simbolizando nuestro estilo, con hambre de eternidad, con la
generosidad de los grandes, con el calor de la mirada que sólo tienen los
hermanos. Pensar, estudiar, sentir la hispanidad es la mejor forma de cimentar
nuestra identidad propia.
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