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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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martes, 11 de octubre de 2016

SALUDANDO A LA HISPANIDAD

DIA DE HISPANOAMÉRICA – LA ESENCIA DE LA HISPANIDAD

   Los días seis y trece de octubre de 2010 publiqué en El diario de hoy los dos artículos que titulan esta entrega, los que reproduzco ahora en Conmemoración

Contra la leyenda negra
DÍA DE HISPANOAMÉRICA
                                                                              Roberto López-Geissmann

   Fue hace muchas décadas, en París, en boca de un amigo español de apellido Pardo (muy buena gente, por demás) que tuve la experiencia de escuchar a un español ofendido porque se hablaba muy bien y con admiración sobre su Patria: España. Me tocó estar en el viejo continente cuando murió Franco y entonces se desató el vendaval. Si bien la mayoría era gente de izquierdas el hecho sobrepasó definiciones políticas. De entonces para acá he descubierto el –para mí ya no tan extraño -hecho de que “españoles se casi ofendan cuando se habla bien de España”, por lo que “hay que tener cuidado y tacto para hablar bien (no mal) ante un español, sobre su tierra”… y más aún si el que habla es americano. No importa si aclaras que no se trata de atacar o defender a un determinado período sino que te admiras de las ejecutorias históricas, del temple, del talante, de la cultura y la idiosincrasia de una España eterna y que… no te dejan seguir adelante, tienen vergüenza y te cortan. De lo que se trata es, precisamente, de hundir, previo confundir, la esencia de lo hispano, porque es una de las pocas cosas importantes que aún existen en el mundo y con la que debiéramos reventar de orgullo si conociéramos en su exactitud y haciendo a un lado esa leyenda negra, de tan oscuros y cobardes propósitos como su nombre mismo.
   Pero hablemos un poquito sobre el origen de la celebración del Día de la Hispanidad, que bien pudiese ser el Día de Hispanoamérica. En la siguiente entrega reseñaré los objetivos gruesos que siguen los que intentan defenestrar lo hispano, erradicarlo de la tierra y más aún del continente que no es sino parte del concepto.
   No es fundamental si es Hispania (latín) o Iberia (griego), ni queremos meternos en sutilezas lingüísticas; lo importante es que la península recibió antiguamente ese nombre de parte de los fenicios, significando para los romanos también “ciudad que está al occidente”. En 1913, pensando en una celebración que uniese España con Hispanoamérica, el Presidente de la Unión Ibero-Americana (Rodríguez-San Pedro) eligió el 12 de octubre como lógica y afortunada fecha. Con el tiempo se utilizó mucho la denominación, no tan feliz por confusa, de Día de la Raza, hasta que tal vez Unamuno primero en utilizar el término, y luego el sacerdote español radicado en Argentina, Zacarías de Vizcarra, seguido más adelante por Ramiro de Maeztu (ex embajador español en esa república austral) propusieron concretamente cambiar a Hispanidad el nombre de la prócer celebración. Es a la Madre Patria y a la Argentina a quienes les cupo el honor de ser impulsadores de esta fiesta, que va mucho más allá de una mera preocupación, vana y pueril si no estuviera formidablemente respaldada, de continuar con ritos perecederos. Dejemos las historias tristes, culturalmente decadentes con que posteriormente se ha atacado y se ataca esta celebración, y atengámonos al fondo del asunto, para tratar de entender más bien el por qué es que se la trata de negar, de desvirtuar y de mutar en otra cosa.  Es miedo, es terror al verdadero poder de la verdad, es temor a que se conozca la nobleza subyacente en la gloriosa herencia hispánica, de la que hablaremos luego.

¿Por qué atacan tantos y tanto a Lo Hispánico?
ESENCIA DE LA HISPANIDAD


                                                                                                  
   Ramiro de Maeztu decía que nuestro pasado es una procesión que abandonamos. Y la hemos dejado para “seguir con los ojos las de países extranjeros o para soñar con un orden natural de formaciones revolucionarias, en que los analfabetos y los desconocidos se pusieran a guiar a los hombres de rango y de cultura”. Porque ante el lema de la revolución francesa los valores hispánicos yerguen otra trilogía: Servicio, Jerarquía y Hermandad. Servicio porque este es el más aristocrático de los lemas, del alma distinguida que está dispuesta al sacrificio, el “yo sirvo” contrario al “no sirvo” de Luzbel, el que ha estado en el escudo de los reyes ingleses, el que implica la libertad porque es libremente asumido, dentro de una Jerarquía que no es sino el reconocimiento del orden valorativo de la sociedad, que lleva en sí la justicia, superando la igualdad –que es un concepto demagógico, cuando no es simplemente idiota, y siempre, falso – y provocando la Hermandad; pero una hermandad que si busca conciencia de los suyos, tiene la especial característica de ser abierta y con destino universal, nunca la hispanidad se ha sentido ni elegida o predestinada, ni por fe ni por raza alguna, puesto que en su siglo de oro, en su máximo momento histórico, la vocación de España era Católica.
   Y esta es una de las claves del porqué de la leyenda negra, por qué tanto infundio de robos e iniquidades exageradas y exacerbadas, porque la esencia hispánica es jerárquica (con un sentido de élite de respeto y de servicio, de unidad y de valores), es misionera (mucho más que conquistadora, dando un mentís al crudo materialismo, que otras concepciones alimentan) y además que es Católica (lo cual quiere decir Universal). Esa particular forma de valorar el ser que, como dijo Piñar, contiene el mensaje hispánico profundo que “quiere hacer de la riqueza, no un fin, sino un instrumento” y que tanta roncha causa a ciertos estamentos del sistema que profesan un “desamor fatal contra todo lo que lleva el signo de la cruz o de la espada” como afirmó el maestro Caponnetto. Porque la hispanidad tiene como propia la fides celtibérica, conocida como “lealtad española”, origen de durísimos soldados y capitanes de varias guerras y frentes (físicos y morales), terreno fecundo de oradores, poetas, mártires, jueces y príncipes, que dieron a un Trajano, un Adriano y un Teodosio.

    Una nación es un estilo de vida colectiva e hispanidad es diferente de españolidad. Lo que a esta debemos es mucho, pero conciente estamos que la antorcha ahora está más allá de nuestros antepasados, que sólo unidos -¡claro que sí! –puede haber un mañana de grandeza que nos libere de la mezquindad, nos dé el arrojo para combatir el servilismo a los poderes del oro, más allá del cálculo, que prevalezca aquella ejemplar imagen del caballero cristiano que tan bien traza Manuel García Morente simbolizando nuestro estilo, con hambre de eternidad, con la generosidad de los grandes, con el calor de la mirada que sólo tienen los hermanos. Pensar, estudiar, sentir la hispanidad es la mejor forma de cimentar nuestra identidad propia. 

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