Lo que
sigue es un condensado de una de las batallas más heroicas que se libraron en
la guerra de Estados Unidos contra España. En este caso en la isla de Cuba y el
personaje más prócer fue el general Vara del Rey, aunque indudablemente todos sus hombres
respondieron con igual decisión y bravura.
Por muy querida que sea una posición o
nacionalidad no vamos a caer en la situación de rebajar a un enemigo, proceder
que, además de innoble, estaría diciendo que la victoria no valió la pena, en
la medida que entre más incapaz y/o cobarde fuere este no sería glorioso el
triunfo o la gesta valiente de los que lo enfrentaron. En nuestras crónicas de
valor militar respetaremos siempre este principio con independencia de toda
valoración ideológica. Así hoy ensalzamos a los españoles, pero luego haremos
lo propio con los que fueron sus contrincantes –por ejemplo en la batalla de El
Álamo.
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El Caney: la heroica gesta de un puñado de españoles frente a miles de estadounidenses
Parece
ser que, como señalan no pocos autores, el interés que despertaba Cuba, la
perla del Caribe, en Washington D.C se
remonta hasta principios del siglo XIX. Ya desde tiempos del presidente Thomas Jefferson
el recién nacido país habría realizado infructuosos intentos de comprar la isla. Transacción a la que
siempre se dio la negativa por respuesta desde la Península.
Sin embargo, los
intentos de lograr la dominación de la codiciada ínsula no quedaron ni mucho
menos aquí. En el año 1823 -como señalan Miguel del Rey y Carlos Canales en
« Breve historia de
la Guerra del 98»- el embajador estadounidense en Madrid le trasladó
al ministro de Exteriores español, Evaristo Fernández de San Miguel, una nota
en la que se aludía a la «anexión de Cuba como
indispensable».
Fue con la firma del tratado de Ostende de
1850 (realizado por tres embajadores norteamericanos en Europa) que el interés
del país por dominar este territorio caribeño se hizo explícito. En este
informe -como relata Luis Navarro en « Las Guerras de
España en Cuba»- «se declaraba que la anexión era necesaria para
la seguridad de los Estados Unidos, por lo que se debía obligar a
España a vendérsela por ciento veinte millones de dólares. De no aceptar España
esta fórmula, la isla podría serle arrebatada a cualquier
precio».
Definitivamente, a partir de 1895 -momento
en que Estados Unidos había logrado situarse como potencia económica e industrial- el país norteamericano
decidió lanzarse a ocupar aquellos
territorios que tenía más a mano, entre los que destacaban las islas ubicadas
en el Caribe y el Pacífico (como Cuba, Puerto Rico y Filipinas).
Motivación que llevó a la (teórica) nación amiga de España a invertir gran
cantidad de recursos en la construcción de un ejército (especialmente una
armada) acorde a la empresa.
El gobierno español, lejos de plantar cara a
la injerencia anglosajona, se limitaba a tratar de satisfacer las demandas
yanquis con el fin de apaciguarles. Sin embargo, el embajador estadounidense en
Madrid -cuyas palabras aparecen recogidas en la obra Rey y Canales- no parecía
estar satisfecho con los esfuerzos realizados desde la capital por normalizar
la situación: «Un solo poder y una sola bandera pueden
imponer la paz en Cuba. Ese poder es Estados Unidos y esa bandera nuestra
bandera».
El general estadounidense Shafter (al
mando del V Cuerpo de Ejército), se encontraba ya a poco más de diez kilómetros
del importante enclave de Santiago. Ante el previsible ataque norteamericano,
el teniente general Arsenio Linares -gobernador de la
ciudad- se dispuso a preparar la defensa del importante enclave, procedió
a reforzar las posiciones cercanas, relativamente
fortificada.
Con ese
objetivo, la defensa de El Caney (posición
ubicada a escasos seis kilómetros de Santiago) fue puesta bajo el mando del
general ibicenco Joaquín Vara de Rey. Para ello
contaba con poco más de quinientos efectivos -391 miembros del Regimiento de
infantería de la Constitución, 41 Cuba y 95 voluntarios. La posición escogida
por Vara de Rey para dirigir la defensa del enclave fue el fortín «El Viso», ubicada sobre un montículo. Además,
las tropas españolas también contaban con seis blocaos (construcciones
defensivas de madera) distribuidos en torno a El Caney; con el fin de
dificultar aún más el avance enemigo también cavaron líneas de trincheras, desplegaron alambradas
de espino y abrieron aspilleras en
las casas y en la iglesia.
El
ataque sobre El Caney, según lo entendía el general Shafter, era meramente secundario. Entendió que su misión principal
era evitar que los hombres de Vara de Rey tratasen de entorpecer el avance
estadounidense sobre Lomas de San Juan, posición hacia donde los soldados
norteamericanos debían dirigirse una vez que hubiesen acabado con la
resistencia española. Para llevarla a cabo se escogió al oficial Henry W. Lawton, el cual contó desde el momento
de su salida de El Pozo (30 de junio) con un contingente superior a los
5.000 efectivos. El
tiempo que Lawton consideraba necesario para acabar con la resistencia era de
dos horas escasas.
La batalla tuvo su inicio en torno a
las 6 de la mañana del 1 de julio. Las tropas yanquis comenzaron
empleando su artillería con el fin de
ablandar la posición lo máximo posible. Sin embargo, como explican Del Rey y
Canales en su obra, el ataque estadounidense -concentrado en los blocaos- no
tuvo prácticamente ningún efecto en las defensas, ya que por lo normal los
proyectiles se quedaban largos o cortos de su objetivo.
Tras el fracaso de este primer intento de acabar con el
pequeño contingente por la vía rápida las unidades de infantería tomaron la
iniciativa. Fue en este punto en el que los hombres de Vara de Rey dejaron
claro que no pensaban dar un paso atrás. Desde El Caney los soldados españoles
comenzaron a realizar descargas una y otra vez sobre los desventurados
estadounidenses. Por más hombres que Lawton enviara el
resultado era siempre el mismo: una carnicería. La cadencia de
disparos desde las posiciones hispanas era tan breve que, según explica Puell
de Villa, el general norteamericano llegó a pensar que solo en «El Viso» debía
haber más de 500 efectivos. Del Rey y Canales señalan que después de cinco
horas de batalla (más del doble de lo previsto) los atacantes apenas habían
logrado hacer mella en el poblado.
Sin
embargo, con la llegada de la brigada independiente de Bates (enviada por un
general Shafter que ya estaba harto de esperar) la heroica defensa española
estaba a punto de llegar a su fin, aunque de hecho aguantó aún bastante tiempo.
Los escasos 520 hombres de Vara de Rey hacían frente a 6.453
norteamericanos y 200 independentistas cubanos – Una desproporción
numérica considerable. Haciendo decir al Cnel. Sargent que “el valor de los
españoles superó todo lo imaginable”.
Vara de
Rey acabó muriendo víctima de un disparo en la
cabeza cuando era transportado en camilla fuera de El Caney. El
general ibicenco había sido herido en las piernas tras la destrucción del
fortín desde el que dirigía la defensa. Mientras era conducido fuera del
poblado, varios estadounidenses abrieron fuego al avistar la comitiva destinada
a trasladar al maltrecho militar.
La batalla de El Caney no pasó desapercibida ni en
España ni en el extranjero. El agregado militar sueco en Washington dedicó unas
bellas palabras a esta labor llevada a cabo por un puñado de soldados
españoles: ¡Después de esto, ni una palabra más se escuchaba en el campo
americano sobre la cuestión de la inferioridad de la raza española! «Y esta
lucha de El Caney ¿No aparecerá siempre ante todo el mundo como uno de los
ejemplos más hermosos de valor humano y de abnegación militar?»-dijo el Capitán
Wester.
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