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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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miércoles, 14 de noviembre de 2018

DERECHA LIBERAL Y TRADICIONAL


DERECHA TRADICIONAL Y DERECHA LIBERAL
 
 En esta ocasión voy a presentar un trabajo de orden complejo, en la medida en que, con base al artículo Militancia y deberes de caridad política», de José Miguel Gambra (datado el 3 de nov/2018) y comentarios, consideraciones y consejos de Álvaro Tarfe y Bernard Beaumont (por separado), he sintetizado de todos ellos y adicionado algún comentario personal –siempre en color azul.
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   Hay una radical incompatibilidad entre los principios de la sociedad tradicional y de la sociedad moderna en que se desarrolla nuestra existencia.
   La primera, producto de la natural tendencia a vivir en comunidad que caracteriza al hombre, da por sentado que esa inclinación ha de encaminarse al bien común y, en última instancia a una perfección acorde con su naturaleza y su vocación sobrenatural.
   La segunda, por el contrario, define al ser humano como si estuviera originariamente dotado de una libertad absoluta, que le hace dueño de sí mismo y, de suyo, no le obliga a formar parte de una sociedad, ni, caso de pactar su constitución, existe principio alguno al que deban atenerse las cláusulas del contrato.
   Y eso, desde la época en que unos pocos hombres cimentaron sus bases teóricas ha crecido hasta alcanzar, con la globalización, una dimensión completamente universal. En principio la política moderna se escindió en dos concepciones enfrentadas, aunque hija una de la otra: el liberalismo y el totalitarismo. Pero, a la larga, ambas han venido a entenderse en estos tiempos y a contribuir, cada una a su manera, al llamado nuevo orden mundial. Orden que visto desde el pensamiento tradicional no es sino desorden, aunque internamente constituye un todo lógicamente trabado que responde, en la totalidad de sus manifestaciones, al único principio liberal. En su seno hay o se escenifican enfrentamientos en lo que Juan Manuel de Prada llama la “demogresca”, pero sus muchas secuelas políticas (legislación antifamiliar, ferocidad capitalista, separatismo, agobiante estatismo, etc.) responden todas ellas al mismo principio.
   Para eliminar las barreras sicológicas y las actitudes tanto tiempo implantadas por la acción liberal socialista (como dos lados de una misma moneda) veremos los tres consejos de Bernard Dumont,  tomado de “Retour politique des catholiques?”. Y los 10 mandamientos negativos que postula la “Declaración” de Álvaro Tarfe. De los tres se siguen los diez.

Primer consejo: La primera y más evidente recomendación consiste en mantener la coherencia. El enemigo es uno, pero sus manifestaciones muchas y con frecuencia parecen contradictorias entre sí. Nada le viene mejor al enemigo que tenernos corriendo de un lado a otro como les ocurre a quienes cada día fijan su mirada en un enemigo diferente y, a tenor de las últimas noticias, se apresuran a obrar, como si en él se hallara la fuente de todos los males. La coherencia, enemiga de juicios fragmentarios que no dejan ver el problema de fondo, impide que agotemos nuestras fuerzas en soluciones parciales a tenor de los enfados momentáneos.
De ahí los seis primeros mandamientos:
I. – Evitar el activismo inmoderado, agotador e inútil, que es enemigo de la acción ordenada y sistemática.
II. – No dar consejos que en realidad son órdenes, pues si no se siguen, quienes los dan se desentienden de toda otra actividad. Siempre es de agradecer la transmisión de información a veces acompañada de la sugerencia de acciones posibles. Pero a sabiendas de que los consejos son muchos y los medios son pocos.
III. – E igualmente son de evitar las actitudes de los “moderaditos”, como dice Tarfe. Desde su visión incoherente y parcial reducen el mal a un aspecto de la modernidad y consideran que en todo lo demás se puede llegar a componendas con diálogo y buena voluntad. De nada valen las actuaciones parciales ni las agrupaciones políticas que se quedan a medias, en un imposible intento de parchear lo completamente podrido. Al contrario, nada más perjudicial que la selección de principios irrenunciables, las laicidades positivas, los patriotismos democráticos, las democracias cristianas, los movimientos apolíticos pro-familia o antiabortistas. Pues por dignas de alabanzas que sean algunas de sus metas, nunca pueden lograr sino éxitos fugaces y parciales que encubren los males en detrimento de las soluciones definitivas y estables.
La única solución está en la lucha radical y sin concesiones, lucha organizada y sistemática que supone una organización política, con jefes e instancias inferiores, para obrar de manera coordinada contra un enemigo de fuerza inmensa y férrea unidad de miras, a pesar de sus aparentes disensiones.
IV. – No propalar críticas por detrás, como hacen tantos que dedica todos esfuerzos a buscar los defectos de la organización y de quienes la dirigen y a divulgarlos por los medios internaúticos. Si se han de hacer correcciones graves (que son las únicas que hay que hacer): por delante y en privado.
V. – No dedicarse acciones individuales cada uno por su cuenta, que imposibilitan la acción común.
VI. – No dárselas de caudillos y andar buscando clientela personal hasta formar un ejército de generales. Ser jefe o ser el último corneta tiene igual importancia y mérito si bien se hace. Porque el jefe no es nada sin los soldados o sin el corneta que transmite sus órdenes. Como dice Tarfe: nunca mal soldado fue buen jefe. Hay que borrar de nuestra mente toda traza de esa moral hipócrita del éxito que, procedente del calvinismo, fija toda su esperanza en agasajos y aplausos.
Segundo consejo: vencer la timidez. La simiente del liberalismo ha crecido hasta convertirse en un frondoso árbol y cubrir con su sombra la casi totalidad del globo, oscureciendo la mente de innumerables hombres que se disputan encarnizadamente los supuestos beneficios de su venenosa savia. Pero para eso, hace falta que se venzan los complejos políticos; y que, como es frecuente entre los tímidos, acaben por estallar hasta amedrentar al enemigo. Las protestas temerosas, parciales, individuales y anárquicas han de dejar paso a la proclamación organizada y desinhibida de nuestra enmienda a la totalidad del proyecto liberal.
Para ello dos mandamientos más:
VII. – No buscar excusas, pues no las hay. Cumplidas las obligaciones de estado, todo el tiempo ha de dedicarse a la más encarnizada lucha contra un enemigo cuya lucha solapada, peor que cualquier guerra abierta, no se conforma con nuestra sangre, sino con nuestra alma y la de nuestros hijos.
VIII. – No propagar el derrotismo, aunque dos veces al día veamos negro el futuro e inútil nuestra acción. Porque no hay acción buena inútil, aunque nosotros no veamos sus efectos.
IX. – No quejarse. La vida del tradicionalista es dura y con escasas compensaciones, pero la alegría de cada uno, aunque sea ficticia, sirve de compensación a los demás.
Tercer consejo: vencer la desmoralización La más importante de las exhortaciones, la que más incide en nuestra patria, exige en que han caído tantas autoridades religiosas que, desde los tiempos del postconcilio, son todo concesiones, todo peticiones de perdón por supuestos crímenes de otros tiempos y, a fin de cuentas, todo peticiones de perdón sencillamente por ser católicos. La inescrutable Providencia Divina ha permitido que la religión Católica, que en tiempos de la Cristiandad fue, vocacional y realmente, el foco más universal de unidad social y política que nunca ha existido, se vea relegada a la más completa inoperancia. Y esa es la mayor causa de desmoralización entre nosotros.
X. – No confundir la piedad política con la piedad religiosa.
La Cristiandad se ha corrompido y está a punto de morir por obra de la Revolución –decía Luis Hernando de Larramendi -mientras que la Iglesia permanece la misma. Y, de manera igualmente lógica, colige que “hay una política cristiana, del mismo espíritu forzosamente, pero de naturaleza distinta a la acción de la Iglesia... que por naturaleza la vida política tiene leyes, formas sustanciales e instrumentos insustituibles, constantes e inviolables bajo pena de perturbación y disolución social”.
   Sus palabras proféticas hoy se han sustanciado en la penetración del liberalismo católico, o del modernismo, en la mente de innumerables eclesiásticos desde el Vaticano II, pues, para muchos, suprimió la autoridad en que se apoyaba la mentalidad común del tradicionalismo político y de la sociedad cristiana, sin que sus ambigüedades, concesiones y silencios hayan frenado la deriva laicista y anticatólica de los estados modernos. Pero la cuestión religiosa no está en manos de los laicos resolverla.
De ahí ha resultado una sociedad deshumanizada que somete al ciudadano a poderes inmensos que, lejos de perfeccionarle, le esclavizan exterior e interiormente hasta límites nunca conocidos. Poderes inevitablemente asumidos por castas, mafias u oligarquías de hombres sin escrúpulos que, so capa de redención, no han hecho más que enseñorearse sobre sus semejantes, haciéndoles creer en utopías que ellos no creen y haciéndoles querer lo que ellos sí quieren


Finalizo adicionando los diez puntos que Lenin estableció en 1913:
1. Corrompa a la juventud y dele libertad sexual.
2. Infiltre y después controle todos los medios de comunicación de masas
3. Divida a la población en grupos antagónicos, incitando las discusiones sobre asuntos sociales.
4. Destruya la confianza del pueblo en sus líderes.
5. Hable siempre sobre Democracia y Estado de Derecho, pero, en cuanto se presente la oportunidad, asuma el Poder sin ningún escrúpulo.
6. Colabore con el vaciamiento de los dineros públicos; desacredite la imagen del País, especialmente en el exterior y provoque el pánico y el desasosiego en la población por medio de la inflación.
7. Promueva huelgas, aunque sean ilegales, en las industrias vitales del País.
8. Promueva disturbios y contribuya para que las autoridades constituidas no las repriman.
9. Contribuya a destruir los valores morales, la honestidad y la creencia en las promesas de los gobernantes. Nuestros parlamentarios infiltrados en los partidos democráticos deben acusar a los no comunistas, obligándolos, so pena de exponerlos al ridículo, a votar solamente lo que sea de interés de la causa socialista.
10. Registre a todos aquellos que posean armas de fuego, para que sean confiscadas en el momento oportuno, haciendo imposible cualquier resistencia a la causa.


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