CABALLERO, ¿UNA FÁCIL TAREA, ACTUALMENTE?
Lo reconfortante, por un
tiempo, puede ser tener ya tu objetivo definido. Al cabo de unos años de
preparación que es la educación que recibes —los que la reciben tienen la tonta
obcecación de que no caiga en saco roto—, y la que te empeñas también en tener
y completar, sales como un polluelo —de dragón espero; los de gallina son un
tanto delicados (obsérvese, se regodea el autor, la hábil a la par que
rebuscada metáfora) — a la calle, deslumbrado por la luz. Y empiezan a llover
los palos. Trabajo, casa, alquiler, noviazgos, situaciones extrañas.
Luchas, caes, te levantas y
sigues encarando un mundo hostil, que te ha declarado la guerra al nacer, por
el mero hecho de nacer, y te marcas unos objetivos.
Leía hace poco un libro de
fantasía heroica del gran David Eddings. En él un veterano caballero a la
usanza templaria pero en otro universo, manda a un aspirante, un paje, a
realizar una misión.
Explico el inciso: ese
muchacho, ese paje, lleva toda su vida en una fortaleza, preparándose para ser
caballero de dios. Estudias, haces lo que te ordenan, practicas con la armas y
si vales y te esfuerzas, te acabas convirtiendo en caballero. Y sentí envidia.
Un objetivo simple:
convertirse en caballero. Simple, directo, llano. Con sus pruebas y
dificultades. Pero lineal a fin de cuentas.
Yo trabajo, lucho con mi
tesis y con la desidia y la pereza que a veces me embargan, no me da vergüenza
decirlo. Por pagar mi alquiler, por poder seguir viviendo con mi novia a la que
adoro. Pagar más gastos —moto, seminarios, libros, algún capricho que otro,
Internet Todopoderosa sin la que nadie civilizado puede vivir—, productos de
necesidades primarias, secundarias y terciarias; la compra, ropa y mi gata, que
también tiene sus gastos, la puñetera. Pero es tan mona...
Y mis objetivos, perdidos
en la niebla de la ilusión y el entusiasmo aterido, acicateados de tanto en
tanto, fugaces inspiraciones. Proyectos a medio acabar por falta de tiempo y
medios. Trabajas ocho horas, ansiando un trabajo mejor, de tu especialidad y no
sólo uno que te pague el alquiler, estudias y ¡además pretendes tener vida
social!¡Qué descaro, qué osadía! Querer ver a tus amigos, jugar al rol, salir
con tu novia a cenar y pasear tranquilamente, leer un libro o ir al cine;
escribir una novela, desayunar con una amiga o echar la tarde con un colega; ir
a cenar con tu medio hermano chino y el pesado del colega boliviano. Valiente
despropósito. Una pérdida de tiempo hoy en día.
Y no puedo ser simplemente
un caballero de negra armadura: quiero ser profesor, escritor y un par de
cosillas más a tiempo parcial, por no hablar de ser un buen novio, futuro
marido y, más lejanamente, padre.
¿Cómo? No lo sé. No hay
academias de caballeros, ya. Y mis objetivos, complicados, enrevesados,
añorados y dolientes. Porque me duele no haber conseguido casi nada, salvo la
independencia económica, a las puertas de los treinta años. Duele, la verdad.
Malditos caballeros... Que les den por saco.
Me apunto a clases de
Aikido. Total, es mi vida. Algo haré con ella. Y mi tiempo. Y mi mundo. Y el
Aikido mola.
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