Presento ahora el ensayo –La extinción del tipo serio -del
abogado, politólogo, docente y escritor argentino, Pablo Javier Davoli, que es
uno de los cuatro interesantes temas de reflexión, contenidos en sus Meditaciones Sociológicas.
Con Lucas Carena, Graduado en Comunicación Social, escritor y especialista
en psicología de masas y medios masivos de comunicación, conducen con soltura y
dinamismo el fascinante programa televisivo La
Brújula –en TLV1 (Argentina), cuyos programas pueden verse en la red.
He encontrado una extraordinaria afinidad
con sus razonamientos, unido esto a la importancia social y hasta histórica que
resulta de un hecho que, visto por encima y superficialmente podría ser
anecdótico, cuando se trata de un síntoma gravísimo que se inscribe nada menos
que en la decadencia, debilidad y agonía por la que están pasando nuestras
sociedades. Desde el grupo de amigos y compañeros (o ex) de estudios, hasta los
de trabajo o camaradas de gremio, etc. se observa el fenómeno aludido.
Reflexionemos sobre las formas de ataque y sobre quiénes y por qué
causas tratan de aniquilar a los líderes o “tipos serios”.
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PABLO JAVIER DAVOLI |
LA EXTINCIÓN DEL TIPO SERIO
Por Pablo Javier
Davoli
El
tipo serio no es el “seriote”; vale decir, el que, meramente, parece serio; el
que “posa” de serio, sin serlo verdaderamente (aunque él mismo así lo crea); el
que cree que la seriedad pasa por poner “cara de serio” todo el tiempo. Tampoco
se trata del “amargado”; esto es: el que carece de simpatía, gracia y sentido
del humor; el que es incapaz de sonreír y de reír; el que se encuentra
embargado por la tristeza la mayor parte del tiempo.
Lejos
de ser una personalidad “gris” ni -mucho menos- “oscura”, el tipo serio es una
personalidad “luminosa”, intensamente “luminosa”. Básicamente, el tipo serio es
una persona sensata que distingue con claridad la distinta importancia que
revisten las diversas cosas de la vida, propinando a cada una de ellas el tratamiento
que las mismas efectivamente merecen.
Es
un hombre que posee, fundamentalmente, la virtud de la “gravitas”, de la que
hablaban nuestros “abuelos”, los geniales romanos. Cualidad, ésta, que aquellos
grandes hombres del Lacio oponían a la “levitas”, que importaba liviandad, ligereza,
frivolidad e inestabilidad.
Advirtiendo
la distinta jerarquía que revisten las cosas, el hombre serio -a diferencia del
superfluo- puede captar la existencia en su hondura y, en consonancia con ello,
diseñar un esmerado proyecto de vida que apunte a colocarlo por encima de la
mediocridad. Un proyecto de vida orientado a su perfeccionamiento, a su propia
superación, a su plenitud...
De
ahí que la seriedad constituye una condición indispensable para la adquisición
de la sabiduría, la obtención de la felicidad y el logro de la trascendencia.
Metas, éstas, cuya exitosa concreción requiere también de la constancia y la
(auto) disciplina, entre otras cualidades.
Para
el filósofo español José Ortega y Gasset, pasa precisamente por esa feliz
“constelación” de virtudes la distinción esencial entre la “vida noble” y la
“vida vulgar”,
entre un auténtico noble y un verdadero plebeyo (2/3).
Tal vez sea
por ello que, en Argentina y hasta no hace mucho tiempo, era muy común
calificar al tipo serio de “señor” (tal “es un señor” o bien, más enfático aún,
“es todo un señor”) y referirse a él –en el trato cotidiano- anteponiendo la
palabra “don” en señal de respeto (“buen día, don Rodrigo”, “¿cómo le va, don
Pérez?” o “buenas noches, doña Rocío”) (4) . En suma, la
seriedad, en su sentido pleno, es un rasgo de genuina nobleza.
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2 Amigo lector, si te interesa profundizar en este análisis de Ortega y
Gasset, te sugiero leer su obra “La Rebelión de las Masas”; en particular, su Capítulo VII.
3 En el mismo sentido, el sacerdote argentino Alfredo Sáenz
ha escrito: “el verdadero aristócrata, que nada tiene que ver con el oligarca o el
tecnócrata, se caracteriza por el honor y la nobleza. (...) si alguno es más noble que él, no por eso
se siente humillado” (autor citado, “El Hombre Moderno. Descripción
Fenomenológica”, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 2.005, páginas 49 y 50.
4 El señor es aquel que inviste señorío, esto -según la
Real Academia Española- es: dominio; dignidad; gravedad y mesura en el porte y
las acciones; libertad, racionalidad y auto-control en el obrar; etc.
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En
la sociedad argentina de hoy (aunque no sólo en ella), el tipo serio es una
especie en extinción.
Por
su parte, la palabra “don” proviene de la voz latina “domĭnus”, es decir, “dominio”.
En la acepción que aquí nos interesa constituye un “tratamiento de respeto, hoy muy generalizado (en el mundo hispano-parlante en general), que se antepone
a los nombres masculinos de pila. Antiguamente estaba reservado a
determinadas personas de elevado rango social”. Si se usa sola, esto es: sin anteponerla a un
nombre, significa lo mismo que “señor” (conforme la misma página “web” recién citada).
Específicamente,
en nuestro país, ya desde la época colonial, el “don” y la “doña” se aplicaban
a toda persona respetable y prestigiosa, más allá de su extracción social así
como también de su posición económica. Los españoles se quejaban de este uso
espontáneo del “don” y la “doña”; veían en él una suerte de “insolencia criolla”; sin
advertir que dicho uso respondía al significado originario y esencial de la
nobleza (porque la verdadera nobleza, tal como ha quedado colocado de relieve
más arriba, proviene fundamentalmente de la dignidad especial que una persona
inviste en sus actitudes y comportamiento).
Antaño,
en nuestro país, en toda oficina, en toda aula, en todo equipo deportivo, en
toda mesa de café, en toda tertulia, en todo asado, había un tipo serio,
reconocido como tal por los demás y valorado especialmente por estos últimos. En
efecto, todo grupo contaba, al menos, con un tipo serio, quien ocupaba -dentro
de aquél- un lugar respetado, que le permitía incidir positivamente sobre los
demás integrantes.
Desde
el aludido sitial, el tipo serio compartía su modo de ser con sus compañeros y
amigos del grupo. Los invitaba a ser serios. Les infundía su seriedad; los
hacía partícipes de la misma. Fenómeno, éste, que, ciertamente, se producía en
medidas muy distintas, según los diversos casos.
El
tipo serio introducía a los demás en los grandes temas, cuestiones y asuntos
(muchas veces, desconocidos para ellos, ocultos a su mirada). Les transmitía su
interés, su entusiasmo, su pasión y su compromiso con tales temas, cuestiones y
asuntos. Les regalaba impresiones sobrias, observaciones lúcidas,
consideraciones profundas y apreciaciones mesuradas; abriendo, de este modo, un
camino que –si bien muy a la larga- conducía (y aún hoy conduce) hacia la
sabiduría. Sendero, éste, por el cual todos podían transitar, al menos, algún trecho,
de manera conjunta y solidaria.
La
función propia del tipo serio, su vocación o “llamado”, su rol social, su
“lugar en el mundo”, consistía (y, aún hoy, consiste) en rescatar a quienes le
rodeaban de la superficialidad, de la frivolidad, de la banalidad, de la
trivialidad, de la vulgaridad... ¡De la pavada!
En
efecto, el tipo serio mostraba a sus compañeros, vecinos y amigos un “mundo”
distinto. Les ofrecía una nueva visión de la existencia, más profunda y, por lo
tanto, más rica. Les indicaba cómo “pararse” de otra manera frente a la vida y
sus problemas y desafíos; con sobriedad y gravedad. De este modo, el tipo serio
prestaba a quienes le rodeaban una ayuda indispensable para mejorarse, para elevarse
e, incluso, para trascender; avanzando él mismo -gracias a ello en el proceso
de su propia realización personal. (5)
*****
Dije
antes que el tipo serio es una especie en extinción. Ahora bien, cabe
preguntarse: ¿cuáles son las causas de dicho proceso extintivo?
Tras
haber pensado largamente sobre el tema, he concluido que tales causas son,
básicamente, dos, a saber: primero, el igualitarismo y, segundo, el
“diversionismo”.
Vamos por partes...
a)
El
Igualitarismo.
El Igualitarismo equipara las observaciones de una persona lúcida con
las de una persona confundida. Pone en pie de igualdad las apreciaciones de una
persona sobria y mesurada con las de una persona exaltada y desaforada. Al
mismo tiempo, es incapaz de advertir jerarquía alguna entre las cosas y, por
ende, entre los diversos temas, cuestiones y asuntos.
Gracias
a la difusión del igualitarismo, todos opinan acerca de todo con la misma
autoridad (que, de esta manera, termina no siendo ninguna). A todos los temas,
cuestiones y asuntos se les asigna la misma importancia (que así también
termina no siendo ninguna).
De
acuerdo con esta mentalidad, da exactamente lo mismo que “hablemos de Dios o de
dinero; que entremos en un templo o en un “boliche”; que asistamos a clases o a
un partido de fútbol; que participemos de un acto cívico patriótico o de un
recital de “cumbia villera”; que cantemos “Aurora” o un tema de Madonna; que los“medios”
nos informen acerca de una nueva vacuna o del escándalo sexual protagonizado
por una “vedette”...
_______________
(5) Dada
la naturaleza gregaria del hombre, el recorrido de la senda hacia la propia
plenitud personal depende del satisfactorio cumplimiento de una cierta función
social positiva determinada por la propia vocación.
Ciertamente, un hombre accede a su propia
plenitud personal en la medida de que colabora con el desarrollo de su vocación
en el “terreno” social, en la realización de la comunidad a la que pertenece.
Se
produce así aquel “cambalache” del que se quejara, tan temprana como preclaramente,
allá por 1935, nuestro brillante poeta y compositor Enrique Santos Discepolo (6): “Hoy resulta que
es lo mismo / ser
derecho que traidor, / ignorante, sabio, chorro, /
generoso, estafador. / Todo es igual... Nada es mejor... / Lo mismo un burro / que un gran profesor
/ No hay
‘aplazaos’ / ni escalafón... / Los inmorales nos han ‘igualao’... / Si uno vive en
la impostura / y otro roba en su
ambición / da lo mismo que si es cura, / colchonero, rey de bastos, / caradura o polizón...”. (7)
En
este famoso y querido tango, la denuncia contra el igualitarismo es tan clara
como contundente. Se trata de una queja amarga y directa en contra de esa
equiparación absurda, inmoral y destructiva.
El
igualitarismo promueve una fatal dinámica descendente; deprime y deprecia;
aplasta, achata y aplana; nivela hacia abajo; para que, finalmente, nos
encontremos “en un mismo lodo, todos manoseados”, citándolo nuevamente a Discepolo. (8)
Por
su parte, Ortega y Gasset -declarado enemigo de la igualación masificadora- se
quejaba particularmente de la anulación, en las tertulias, de las personas que
sabían debido al avance avasallador e insolente de los mediocres, los frívolos,
los necios y los irresponsables, con su infundada “doxa”. (9)
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(6) Hace ya varios años, escuché a nuestro
escritor Ernesto SABATO afirmar por televisión que gracias a Discepolo el tango
adquirió profundidad filosófica.
(7) Contursi, Manzi, Santos Discépolo,
Ferrer, Blázquez y otros, “Letras de Tangos. Seleccion (1.897-1.981)”, Biblioteca de la Cultura Argentina,
Edición de
José Gobello, Ediciones Nuevo Siglo, Buenos Aires, 1.997, pág. 210.
(8) La frase citada también pertenece al
tango “Cambalache”.
(9) De acuerdo con la teoría gnoseológica
elaborada por PLATON, la “doxa” u “opinión” constituye el más bajo de los grados que
puede asumir el conocimiento humano.
Se trata de un saber vulgar, precario, confuso e, incluso, engañoso (no
porque necesariamente engañe, pero sí porque genera siempre ocasión de engaño).
El mismo está referido al “mundo sensible” (o “visible”), compuesto por las
“imágenes” y las “cosas sensibles” (o “visibles”) propiamente dichas. Por lo
tanto, el conocimiento en cuestión es conformado por la “imaginación” (“eikasia”) y la “creencia” (“pistis”). Facultades, éstas, que -al igual que
los niveles del “mundo sensible”- acabo de mencionar según su jerarquía, de
menor a mayor.
Por encima de la “doxa” se encuentra la “episteme” o “ciencia”, que está referida al “mundo de las
ideas” (o “inteligible”), compuesto (de “abajo” hacia “arriba”) por las “ideas
matemáticas” y por las “ideas morales y metafísicas”. El conocimiento de las
primeras (y de los conceptos fundamentales de todas las ciencias particulares)
depende del “entendimiento” (“dianoia”), en tanto que el conocimiento de las segundas se
produce por la “inteligencia” (“noesis”), cuyo método es la filosofía (“dialéctica”).
(Conforme: Carpio, Adolfo P., “Principios de
Filosofía. Una Introducción a su
Problemática”, Edit. Glauco, Avellaneda, Prov. de Bs.
As., 2.004, páginas 86/93.
Esta
anulación conlleva una cierta frustración para la persona que sabe, porque le
imposibilita cumplir con su función social. Lo esteriliza, impidiéndole
fecundar al grupo al que pertenece con su sabiduría. Análogas apreciaciones se
pueden hacer respecto del tipo serio.
b)
Vamos
a discurrir ahora acerca del “diversionismo”.
Ante
todo, considero necesario aclarar que me he visto obligado a acuñar este
neologismo por no habérseme ocurrido otra palabra que ilustrara mejor el fenómeno
social y cultural al que me voy a referir aquí.
En
la Argentina de nuestros días, impera en forma casi absoluta - esto es:
ilimitada- el afán de diversión. Prácticamente todos quieren divertirse todo el
tiempo. En los ámbitos educativos, se pregona que las clases deben ser
divertidas. En los ámbitos eclesiásticos, se difunde que las ceremonias
religiosas también deben ser divertidas. La televisión nos ofrece diversión de
toda clase, todos los días, a toda hora. Los políticos intentan presentarse
ante el público (a veces, sin ningún éxito) como tipos divertidos... En fin...
Parece ser que todo tiene que ser divertido... Que la diversión ha pasado a ser
el valor más importante... Y que las cosas que no son divertidas carecen de
valor... Hay una suerte de obsesiva manía (10) con la diversión...
La
palabra “divertir” proviene del vocablo latino “divertĕre”, esto es: “llevar por varios lados” y
“verter afuera”. De ahí que “divertir” significa “entretener,
recrear”, pero también “apartar, desviar, alejar”.
(11)
El
“diversionismo” constituye una exacerbación de la sana diversión. (12) La degenera por “hipertrofia”,
convirtiéndola en una suerte de “cáncer” cultural que invade todos los campos
de la vida pública y privada, amenazando con ultimar el “cuerpo” social en cuyo
seno naciera y se desarrollara.
El
anómalo “expansionismo” de la diversión obstaculiza el reconocimiento y la
atención de las instancias superiores de la vida humana, tanto en su dimensión
individual y como en su dimensión social. Es un “imperialismo” que conspira en
contra del cultivo de aquellas áreas existenciales (las superiores), impidiendo
-por lógica consecuencia- el gozo de sus enjundiosos frutos (es decir, el
“dis-frute” de los mismos). (13)
______________________________
(10) Cabe aclarar que no uso aquí la
palabra “manía” en su sentido científico-psicológico, sino que la empleo en su
significación vulgar, es decir, como “extravagancia, preocupación caprichosa por
un tema o cosa determinada” y “afecto o deseo desordenado” (conforme: Diccionario de la Real Academia Española. http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=manía).
12) La diversión, para ser sana, tiene que
ser limitada. La diversión incondicional y desmesurada deja de ser sana.
Constituye una diversión enfermiza y nociva.
(13) Desde este último punto de vista, el
“diversionismo” importa una suerte de monopolización del gozo por parte de la
diversión; o, mejor aún, la supresión del gozo por el mero goce sensual.
Es
gracias al “diversionismo” que la diversión “aparta, desvía y aleja” al hombre
de su finalidad; de su plenitud; y, por lo tanto, de la auténtica felicidad.
En
efecto, paradójicamente, esta malsana diversión, lejos de coadyuvar -como
debería ser- a la felicidad del hombre, opera -en rigor de verdad- como enemiga
de ella.
La
diversión del “diversionismo” constituye una mera apariencia de felicidad.
“Espejismo”, éste, que, al desviarnos de la verdadera felicidad (vale decir, de
aquella que resulta de la auto-realización, el perfeccionamiento y la
plenitud), nos hace perder el sentido de nuestra existencia, la “brújula” que
necesitamos para vivir bien, dando lugar así a la “frustración existencial”, el
“sentimiento o complejo de falta de sentido” o el “complejo de vacío” (“Sinnlosigkeitsgefuhl”)
estudiados y descritos por el afamado psiquiatra judeo-austríaco Viktor Frankl. (14) Vale decir, siguiéndolo al psiquiatra y
psicólogo suizo Carl Gustav Jung, “el sufrimiento del alma que no ha
encontrado su sentido” en
que consiste la neurosis, parangonable con el “tedium vitae” y la acedia de los que hablaban los
viejos teólogos y místicos cristianos. (15)
Ciertamente,
el “diversionismo” propone una felicidad falsa, ficticia y mentirosa, que
muchas veces engaña, incluso, a quienes la experimentan, empujándolos en una vertiginosa
carrera por mantener tan triste farsa. Alocada carrera, ésta, en la cual sus
participantes recurren -cada vez con más frecuencia- a divertimentos más y más frenéticos
y estrambóticos, que acallen la terrible insatisfacción resultante de la desatención
de las objetivas exigencias derivadas, primero, de nuestra común naturaleza
humana y, después, de la peculiar personalidad y vocación que cada uno de
nosotros posee.
Es
por ello que el “diversionismo” nos hace correr a contramano de nuestra propia
plenitud, alejándonos -a cada paso, más rápidamente- de la genuina felicidad.
Nos rebaja y disminuye; subordinándonos a la “dictadura” de los apetitos
inferiores de nuestra alma y arrojándonos en los vicios más aberrantes. A la
larga, el “diversionismo” nos degenera, nos enajena y nos vacía.
_________________________
(14) Para profundizar en los referidos
aspectos del pensamiento de Viktor
Frankl, recomiendo al amigo lector leer
uno de sus libros, titulado “Ante el
Vacío
Existencial”.
Asimismo, le sugiero consultar el libro del médico y ensayista argentino Mario Caponnetto, titulado “Viktor Frankl. Una Antropología Medica”, publicado por el Instituto
Bibliográfico “Antonio Zinny”, en Buenos Aires, en 1.995.
(15) Conforme: Sáenz, Alfredo, obra
citada, páginas 187, 188 y 189.
Por lo pronto, uno de los síntomas más
elocuentes del “diversionismo” en nuestra cotidianeidad consiste en la “monopolización”
del disfrute que se pretende atribuir a la diversión. Dicho esto mismo en otras
palabras: los “diversionistas” creen que sólo la diversión produce algún
disfrute; que éste no puede ser obtenido de ninguna otra manera ni encontrado
en ningún otro “lugar”.
Hoy
parece haberse extraviado la capacidad para apasionarse intensamente, desde lo
más profundo del alma humana, con los grandes temas (Dios, la vida después de
la muerte, el Amor, los Valores, la Patria, la Familia, los Amigos, las
Tradiciones, la Ciencia, el Arte, etc.). En gran medida, se ha perdido la
posibilidad de disfrutar de una enjundiosa charla sobre tales cuestiones, tan
importantes desde el punto de vista existencial. Me permito citar, a guisa de
ejemplos ilustrativos, dos situaciones de las que me tocó ser testigo...
No
hace mucho tiempo, en una fiesta de casamiento, mientras se esperaba el arribo
de la comida, un grupo de invitados se puso a platicar sobre el candente
problema de las “tomas” de terrenos que –en aquel momento- se estaban produciendo
en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. De pronto, otro comensal los
interrumpió, señalando -con cierta jocosidad y sin maldad- que no tenía sentido
dedicarse a dicho problema, toda vez que ninguno de los presentes podía hacer nada
para solucionarlo. Acto seguido, una conocida, también presente en la mesa,
espetó -menos sutil y más grosera- que estábamos en una fiesta, gesticulando
con las manos, con notorio fastidio, como si quisiera aventar el tema
tratado... Tal vez, hubiera sido conveniente preguntar a la ocasional “censora”
cuáles eran las materias que -a su entender- estaba permitido abordar en una
fiesta de casamiento... Y si, necesariamente, la temática “autorizada” debía
versar sobre asuntos y cuestiones tan “interesantes” e “importantes” como los
detalles del vestido de la novia y/o algún escándalo “mediático”. Pero ninguno
de los “censurados” lo hizo, muy probablemente, por caballerosidad y/o para
evitar generar una discusión que pudiera arruinar la fiesta, siquiera
parcialmente...
A
los pocos días, casualmente, en otra fiesta de casamiento, a pedido de un par
de compañeros de mesa, un comensal comenzó a narrar un encuentro que había
tenido con el General Juan D. Perón, allá por el año 1.970, en España. Encuentro,
aquél, en el cual se había producido un diálogo muy enjundioso, con Perón
explayándose sobre diversos aspectos de la vida política argentina, las
relaciones políticas de Francia y Alemania, la evolución política y económica
de la Comunidad Económica Europea, etc. La cuestión es que no bien el ocasional
relator estaba comenzando a compartir su experiencia con el resto de los
comensales, fue interrumpido de manera intempestiva por una mujer que le pidió
que lo hiciera “rapidito, rapidito”. Haciendo gala de notable aplomo, el
interrumpido preguntó cortésmente a su grosera compañera de mesa cuál era la
razón de su urgencia... Afortunadamente, la interlocutora comprendió el mensaje
y se llamó a respetuoso silencio...
Más
allá de su virtualidad para provocar discusiones y peleas, lo más triste de
este tipo de episodios es su repetición cada vez más frecuente. En efecto,
desafortunadamente, las dos anécdotas relatadas no constituyen casos aislados.
Por el contrario, situaciones así se replican a diario... Ellas constituyen un
“síntoma” muy elocuente del lamentable estado cultural de nuestra comunidad
nacional en la actualidad.
En
efecto, a la luz de tales episodios, uno se atreve a extraer las siguientes Conclusiones:
- Primero, que cada vez son más los que simplemente quieren
“pasarla bien”.
Más
allá de la irresponsabilidad y el egoísmo que esta actitud normalmente entraña,
la misma es propia de auténticos “pechos fríos”, porque su “corazón” es incapaz
de apasionarse con las grandes cuestiones de la vida. (16)
El
hombre de “corazón ardiente” se interesa, se entusiasma y se compromete con los
asuntos esenciales de la existencia, es decir, con aquellos en los que se juega
el sentido de la misma. (17) En cambio, los tipos abocados a “pasarla bien” y nada
más, viven “a medias”; en la “superficie” de la existencia, como señalara Ortega
y Gasset; no exploran ni aprovechan la totalidad de las posibilidades que
ofrece la vida; pasan por este mundo casi sin dejar huella alguna; son infecundos
e intrascendentes; no se juegan por nada...
Existe
una canción popular, aparecida hace algunos pocos años, que cuenta de un “fulano”
que “no estaba muerto”, tal
como se presumía, sino que “estaba de parranda”. Pero, lo cierto es que, quien se la
pasa de “parranda”, casi es como si estuviera muerto... Porque vive una vida
“playita”; porque se queda en la “orilla” de la existencia; porque se pierde la
aventura -por momentos, peligrosa, es cierto- de “bucear” en el gigantesco
“océano” en el que se “esconden” los secretos y “tesoros” de la vida...
El
que se la pasa de “parranda”, el que sólo quiere divertirse y nada más, es como
el andinista que va hasta la montaña sólo para quedarse al pie de la misma,
distraído tontamente con “pavadas”, que lo desvían del sendero hacia las
maravillosas cumbres...
______________________
(16) De acuerdo con Platón, las “pasiones
generosas”
(pulsiones superiores a los “deseos inferiores”) conforman el “alma irascible” (que, en rigor, constituye sólo un
aspecto del alma indivisible del hombre), la cual se sitúa en su pecho.
A
la luz de ello, resulta completamente pertinente llamarle “pecho frío” a quien
carece de las aludidas pasiones nobles (entre las que se cuentan el afán de
gloria, el gusto por la aventura, el entusiasmo por los desafíos, etc.).
(17) Sin perjuicio de nada de lo dicho,
resulta conveniente aclarar aquí que es la razón la que permite analizar y
conocer tales asuntos.
De conformidad con Platón el “alma racional” constituye la instancia superior de la “psique” humana.
- Segundo, que aquellos que solamente quieren “pasarla bien”, están
dispuestos a mostrarlo y proclamarlo públicamente, sin sonrojarse.
Aquí
-por lo general- no hay maldad, pero sí hay “insolencia”, parafraseándolo
nuevamente al querido Discepolo.
Hace
ya varias décadas que el gran Ortega y Gasset se quejaba del “derecho a la vulgaridad”
que los mediocres de nuestra época creen tener y, por lo tanto, suelen invocar
o alegar.
Hoy
en día, en nuestro país, esta pobre mentalidad parece haber quedado sólidamente
instalada. Con el correr de los últimos años, se ha hecho muy común escuchar
-con sentido auto-reivindicativo e, incluso, tono desafiante- aseveraciones del
tipo de: “yo soy así”, “hago esto porque se me canta”, etc. En rigor de verdad,
las manifestaciones de este tipo ponen en evidencia la erección del propio
capricho, de los propios antojos, como principio del comportamiento adoptado.
- Tercero, que aquellos que solamente quieren “pasarla bien”, parecen
estar dispuestos a imponer tan banal impronta en su entorno social.
Ya
hemos dicho más arriba que el “diversionismo” constituye una tendencia
fuertemente expansiva y, por tanto, invasiva, dentro del campo social y
cultural. Para colmo, en las sociedades profundamente masificadas -como la que
hoy tenemos nosotros- las tendencias predominantes -vale decir, aquellas que
logran ponerse “de moda”- se imponen con fuerza “dictatorial”, sancionando
duramente (mediante la burla, la crítica impiadosa, la acusación falsa, la
expresión del desprecio, la relegación, el ostracismo, etc.) a quienes se
manifiesten en disidencia con ellas.
A
todo lo dicho, debemos añadir que el tipo serio, con su sola presencia, pone en
evidencia la desesperante vacuidad de aquellos que han sido afectados por el “diversionismo”.
Es por tal razón que no basta -a estos últimos- con hacerlo callar; por el
contrario, casi constantemente, experimentan la tentación de reprenderlo, de
apartarlo y, eventualmente, de suprimirlo... (18)
El
tipo serio es portador de una mala noticia. Con su sola aparición y aún sin
quererlo, le revela al “diversionista” su mediocridad, generando
-lamentablemente, en la mayoría de los casos- un profundo resentimiento.
Resulta razonable preguntarse si no existen
factores de poder dando impulso y difusión a tan destructiva “moda”, en
persecución de inconfesables designios y para satisfacción de oscuros intereses
(19) en
contra del involuntario mensajero, que –de este modo- “debe pagar los platos
rotos” de la bajeza ajena...
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(18) Similar actitud podemos observar en
relación a nuestros propios próceres. Desde luego, no me refiero aquí al sano
“revisionismo histórico”, que –con sus aciertos y sus errores- busca de buena fe
la verdad de nuestro pasado, cuestionando “dogmas” e ideas preestablecidas.
Hago alusión a perversas maniobras efectuadas con la deliberada finalidad de
desacreditar injustamente a nuestros prohombres de antaño. Se trata de una
“moda intelectual” a la que -desafortunadamente- muchos de nuestros compatriotas
se han entregado con masoquista placer. La misma entronca con la tradición (o,
más bien, contratradicción) de la “autodenigracion” surgida del “binomio” ideológico “civilización o barbarie” sostenido por nuestros acomplejados iluministas
criollos, empezando por Domingo Faustino Sarmiento (conforme: Jaureteche, Arturo,
“Manual de Zonceras Argentinas”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1.968, páginas
25 y 26).
Así
se ve claramente que estos tipos tan divertidos, en el fondo, no son muy
felices que digamos... Ciertamente, muy lamentable...