Especial para ARCISTERIO, de Roberto López-Geissmann. Escrito en
junio de 2016 – Con tres ejemplos totalmente distintos intentaremos señalar un
punto.
SETOS, FILAS y
TRÁNSITO
En la
desmesurada ola de convicciones salidas “del aire”, que “se saben” con la
seguridad de cosa cierta, que nadie discute y todos estamos de acuerdo, está, a
saber: el que los irrespetos personales, faltas de urbanidad y cortesía,
mentiras graves y menos graves, anhelos y fantasías de aparentar, llegando al
abuso del derecho propio y el desconocimiento del ajeno, aprovecharse del débil
y tráfico de influencias; todo ello antesala de una sociedad injusta,
integralmente insalubre y vitalmente peligrosa... puede ser mejorada a través
de imposiciones exteriores, vale decir, la creación de leyes más duras, fiscalización
generalizada y represión a los incumplimientos; estamos hablando del clima
previo a la fuerte criminalidad, del caldo de cultivo de la misma. Definitivamente
es una forma de combatir ese “clima” pero, aceptando que ese caldo de cultivo
es dañino, iremos a ver lo que a su vez origina ese ambiente mismo –el
verdadero causante esencial del mal, su fuente.
Reside el
asunto en un cambio de idiosincrasia integral, entendiendo esto como una
inversión de valores, una audacia digna de mejores derroteros, obsesionada
únicamente en traspasar fronteras y derechos; en impactar a las personas, en impresionar y
fingir lo que no se es; en aprovecharse de la buena fe y la confianza; en ser el
más “vivo” –con la viveza de ratón que no reditúa nada -y todo mayormente
realizado sin mucho pensar, siguiendo la corriente, haciendo a un lado las
trabas morales. Viva la libertad.
EL
SETO
Un seto es
una cerca, hecha con arbustos o arbolillos recortados. Se utiliza para dividir
propiedades, o partes de la misma; es esencialmente decorativa, colabora al
orden y la estética y hace algunas décadas –y esto es lo que queremos subrayar
–la gente respetaba una pequeña cerca de un metro, mejor que si fuera un muro
de tres metros de concreto.
En la foto
inmediata se observa una casita clase media sin mayor protección que un seto de
cierta altura. De hecho las casas de nuestra capital (y buena parte del mundo)
han sacrificado la estética por la seguridad. Me acuerdo que en mi hogar
solariego de la colonia Flor Blanca mi abuela se sentía absolutamente cómoda y
segura con una barda y un seto pequeño y una puertecilla de hierro sin candado;
si quería que no entrara nadie sólo se ponía un pasador sin seguro alguno y
nadie entraba. Pero más allá de una rememoración sensiblera el punto está en
que la gente respetaba de a de veras,
pero íntimamente, no porque había un policía o guardaespaldas cerca; nada
impedía un robo de sillas ligeras macetas pequeñas y otros objetos que se
dejaban allí por un tiempo, o un asalto a una anciana con una sirvienta y unos
niños… nada excepto una convicción moral, que era universalmente aceptada por
toda la sociedad. Todavía no dominaba la burla permanente, la indiferencia y el
desprecio, la feroz envidia y el sentimiento de dignidad confundido con la
“reivindicación” de no servir a nadie, el non
serviam luciferino, con su contraparte de poder entrar y hacer lo que se
quiera...
LA
FILA Ó COLA
Hace varios
años, en el Astroworld de Houston –cerrado hace “ratos” –se inauguraba una
nueva diversión, era una especie de montaña rusa, en la que precisamente
pasaban por un tramo que salpicaba mucho de agua (variante de las otras) por la
que la gente hacía una enorme fila para probar la última “fábrica de gritos”. Ahí
estaba este servidor junto a tres mexicanos jóvenes, residentes de la zona. Al
ver el largo tiempo que nos tomaría poder pasar, dijeron de pronto: -no te
preocupes que ya pasaremos y se salieron, halándome y haciéndome dejar la cola.
¿Cuál será el
truco? –me preguntaba -¿será que conocen alguien que nos dejará pasar? La cosa
era más simple, los chicanos (y un salvadoreño) planeaban hacer lo que siempre
les había resultado: meterse a la fuerza en la fila. Pero hay que decir que
estos jóvenes eran expertos, no agredían ni hacían escándalo, procuraban ser
simpáticos, veloces y sonrientes, dispuestos a alejarse si alguien se les
plantaba en serio, aunque no así, si únicamente protestaban en murmullos o
gestos suaves. Lo que hice, no sin el dolor de perderme la diversión, fue
alejarme y decirles que los esperaría por ahí. Ellos entraron, disfrutaron,
salieron y me recriminaron. Asunto pasado sin más, pero me quedó la impresión,
la tristeza y la vergüenza ante los gringos.
Este
“detalle” es clásico en la definición de un pueblo educado y respetuoso. El
engaño amañado, el avasallar, el abuso… sólo indican toda una actitud asocial, solapadamente
caótica, que promueve el traspasar la fina línea hacia la delincuencia. A esto
no sólo se combate con educación básica, sino con protesta ciudadana activa.
TRÁNSITO
SALVAJE
Un amigo muy
acucioso me dijo que ni la mejor computadora podría hacer que funcionara el
tránsito vehicular fluidamente. Algo se logra con los semáforos y en algunos
entornos, pero los redondeles, en caso de accidentes y la mayoría de lugares
sólo la superior, casi mágica, aptitud del humano para calcular cuando pasar y
cuando no hacerlo, la visión y análisis de los autos vecinos –y
estratégicamente de los más lejanos –esa especial percepción de experiencia,
sentidos e inteligencia logran lo que una máquina jamás podrá. ¡Bien por
nosotros! Notemos ahora esto…
Ese cálculo
tan increíble no puede ser posible jamás si la gente desconociera por completo
las reglas del tránsito –no digo “reglamento” porque esta información jurídica,
si bien de apoyo, tiene la base en lo que el ciudadano conoce y acostumbra –es
decir, si se maneja a la izquierda o a la derecha, las calles con derecho sobre
otras (con sus señalizaciones), la velocidad de avance, formas de estacionar y
otras. Por ello es que un buen conductor, siempre maneja con prudencia el
vehículo cuando se encuentra en otro país, entre más lejano culturalmente mayor
es el cuidado, y vemos que no es sino un resultado lógico el que de no hacerlo
pueda ser accidentado.
De esta
manera queda establecido que afluencia ordenada –en el tránsito, en la sociedad
y en la vida –no puede realizarse sino tomando en cuenta tres principios: 1. La
conciencia de vivir en sociedad (el hombre sólo se realiza en sociedad), 2. Que
por lo tanto tiene que seguir las reglas de la comunidad en la que vive, 3. Que
el seguir esas reglas es indispensable para el desarrollo y la buena vida de
todos. El tráfico es sólo un ejemplo, e igualmente que los otros ítems no se
aplican sólo por la coerción y la multa, sino fundamentalmente por la aceptación
práctica. Esto constituye la cultura. Debemos combatir sin tregua el sano y
positivo accionar social.
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