In Memoriam de
Francisco Peccorini
Los grandes
héroes, intelectuales, guerreros y santos, vivirán mientras estén vivos en
nuestros recuerdos. Pongo aquí mi cuota para que la memoria histórica –esa que
insiste el marxismo cultural, ahora con el apoyo del liberalismo cobarde –sea
correcta en posicionar a este Prócer Nacional, a quien tuve la suerte de llamar
mi amigo.
He tomado
notas de un artículo que firma Luis Canizalez, aparecido en Diario 1 (digital)
el 15 de marzo del pasado año, fecha del brutal asesinato del maestro Peccorini
en 1989; aparecerán en negro normal y las partes de comentario y narración
mías, en azul.
El
filósofo más profundo y más completo que ha producido El Salvador, al decir de otro gran
amigo, el erudito Matías Romero.
Francisco Peccorini
Letona nació en la ciudad de San Miguel el 27 de noviembre de 1915. Ingresó a
la Compañía de Jesús y su agudeza intelectual le hizo destacar entre sus demás
compañeros y lo posicionó como un vigoroso hombre de letras. Le apasionaba la
filosofía y leía con penetración todo lo que llegaba a sus manos. Estudió a los
clásicos griegos, sobre todo a Platón y Aristóteles. Políglota
de siete idiomas, autor de varios libros, notoriamente estudió a Sciacca, a
Gabriel Marcel y lector además del Tomismo, Heidegger y muchos otros. Fue
profesor emérito de la Universidad Estatal de California, en Long Beach. Desde
los años sesenta abandonó los hábitos, se casó y residió en los Estados Unidos
hasta su regresó a nuestra patria.
Mi primera relación con el Doctor fue
cuando, reportando a El diario de hoy
fui a entrevistarlo, en una visita previa a su regreso a nuestro país. Hablamos
mucho más allá de la mera entrevista y quedamos en relacionarnos cuando hubiese
ya venido del todo.
Desde hace varios años, en torno al
Reverendo Ricardo Fuentes Castellanos nos congregábamos un pequeño grupo de
estudiosos de la Filosofía y la Metapolítica –en cuenta mi gran amigo, compadre
y camarada Carlos Mendoza, estupendo pensador y valiente luchador nacionalista.
Definitivamente no seguíamos los planteamientos tradicionalistas del buen Padre
(quien quiso fundar la Asociación Felipe II), pero si intercambiábamos ideas,
libros y las sabias, aunque furibundas muy seguido, recomendaciones del Reverendo.
En Diciembre todos nos reuníamos, invitándolo, a un buen restorán de carnes y,
en torno a su persona, departíamos.
Cuando el Maestro Peccorini se afincó
nuevamente en su tierra, habiendo preferido venir al peligro y a la lucha en
vez de disfrutar de un merecido retiro en EU., de inmediato lo contactamos para
que se nos uniera –antes ya había hablado varias veces con él, haciendo amistad
y proponiéndonos montar un think tank de derechas. Así pues en la siguiente
comida tradicional de los diciembres no reunimos, por única vez, el grupo de
jóvenes con los dos ex sacerdotes, ambos políglotas y brillantes. Acuerdo no
escrito era que Peccorini tomaría el lugar de Fuentes Castellanos porque este
se encontraba ya más delicado de salud. Pasamos muy bien.
Canizales dice: ...Descifró, con una lucidez única, las
trampas y los mensajes ocultos de la guerrilla. Y quizá lo más importante que
logró evidenciar en sus análisis políticos fue la psicología guerrillera:
consideraba a los comandantes unos demagogos que prometían una sociedad
igualitaria con valores que ni siquiera implementaban en sus propios
campamentos guerrilleros donde reinaba el peor de los autoritarismos. Peccorini
manejaba con un dominio extraordinario los temas políticos. Sus estudios
históricos le daban una visión más profunda de los escenarios coyunturales.
Pero, además, en sus artículos políticos, la mayoría publicados en El Diario de Hoy, se evidencia a un hombre informado.
No estoy de acuerdo, sin embargo, cuando
Canizalez opina que “Tuvo
desaciertos. Algunos de sus análisis fueron errados y rozaron la radicalidad de
la extrema derecha. Muchas de sus posturas se alejaron del equilibrado juicio
crítico que siempre lo caracterizó”. Entendiendo que esos “errores
y desaciertos” lo eran por acercarse a una radicalidad de extrema derecha.
Ahora bien, un filósofo tan profundo como bien enterado de los acontecimientos
que lo rodeaban no opinaría con “radicalidad” si no fuese que la misma no era
sino un buen acercamiento a una realidad política distinta, más respetable y
querida de lo que la mayoría conocía y conoce. Por desgracia se nos ha
bombardeado con la simplista y falsa tesis que no hay más derecha que la
liberal, cuando esta afirmación es falsa de toda falsedad, y fuera risible si
no afectara tanto al pueblo. Notemos como la izquierda vernácula acepta de
igual manera ese falso aserto con el objetivo de seguir manejando, junto con la
falsa derecha, al país.
Sus intervenciones en programas televisivos fueron muchas.
Participó en foros y debates. Ahí también defendió sus ideas y desenmascaró
muchas de las argucias del FMLN. Tuvo dos polémicas con el jesuita Ignacio
Ellacuría, uno de los más importantes ideólogos de la Teología de la Liberación.
Peccorini era la antítesis de Ellacuría. En los dos programas televisivos que
se enfrentaron, Ellacuría se puso iracundo. En el segundo debate, el
entrevistador le preguntó a Peccorini si estaba dispuesto a dar la vida; este
le contestó que sí, que si era necesario estaba dispuesto a morir por liberar a
El Salvador de ideologías extranjeras que perjudicaban el orden social.
Acoto
que, con toda su potencia intelectual, nuestro amigo filósofo NO era un
polemista. La gente cree que cualquiera que sabe mucho y es inteligente DEBE
necesariamente ser un buen polemista. Errado, lo que por lo general sí es un
buen expositor, en la medida que es un maestro, pero la polémica es cuento
aparte; es un arte que se aprende, normalmente no viene ya como un chip del
hombre ilustrado. Así le paso a nuestro buen Francisco en su primer
encontronazo con Ellacuría, pues si bien se defendió, su adversario mostró
tener, si no más razón, más “cancha”. Pero nuestro amigo aprendió pronto y, ya
para el segundo debate, “arrastró” a Ellacuría –lo que, con la soberbia
jesuítica que lo caracterizaba, lo molestó muchísimo.
Quiero puntualizar lo dicho por mi maestro y
amigo en cuanto al Diálogo. Indudablemente una mente racional, cristiana,
inteligente y empapada de la realidad nacional no podía sino preferir un
diálogo ante la alternativa de una guerra prolongada como la que tenían
planteada ambos bandos. Pero UN diálogo, justo (aunque caritativo,
también práctico y realista) no quiere decir cualquier diálogo y menos
EL diálogo (pateado, pésimo, sinuoso
sino traidor) que se llegó a plantear; Peccorini nunca acepto este en concreto.
Ni la mayoría de las derechas, e incluso de ARENA. Ahora se ve como hubo un
subterráneo entendimiento a “jugar” entre las dos fuerzas.
*******
Peccorini fue asesinado por un comando guerrillero el 15 de
marzo de 1989, mientras se conducía en su automóvil en la Avenida Olímpica en
San Salvador. Tenía 74 años de edad. Dos vehículos interceptaron el carro en el
que se conducía y tres hombres que usaban lentes oscuros se bajaron y le
dispararon. Tres balas calibre 45 atravesaron el cuerpo de Peccorini: dos en el
tórax y otra en el codo izquierdo. Fue llevado al Hospital Militar, pero ya
había fallecido… el crimen de Peccorini, a pesar de estar documentado en la
Comisión de la Verdad, ha estado envuelto en un silencio profundo. Lo
que es normal (cada vez con más descaro) en el juego de la balanza con dos
pesas y dos medidas con las que se trata con deferencia y “santa cólera” para
los muertos de la izquierda y con minimización, olvido y manipulación para los
de la derecha.
Minutos después de que
Francisco Peccorini fuera asesinado, Carlos Ernesto Mendoza llegó a un hospital
capitalino y observó el cadáver por varios minutos. Lo hizo en silencio. Se
acercó, le tomó una mano y le agradeció por su ejemplo de vida, por su obra,
por sus enseñanzas. Le dio un beso en la frente y lloró. Lloró por su amigo,
por su hermano, por su maestro. Yo no acudí a su entierro por
encontrarme en el lejano oriente. Lo que ni Carlos ni yo sabíamos es que sólo
20 días después se perpetraría otro horrible atentado.
En
la casa de mi amigo Mendoza, por entonces Director de la revista Análisis, los
asesinos guerrilleros le colocaron una bomba en su cochera. Carlos envió a su
familia al extremo de la casa y trató de lanzar el artefacto hacia la calle,
pero le explotó, destrozándole la mano derecha, inutilizándole el brazo
izquierdo (que luego recuperó en parte) y dejándole otras heridas y problemas.
Lo que Carlos hizo con Peccorini lo realice
yo mismo, a poco más de dos semanas de la muerte del maestro. Me avisaron al
gimnasio, corrí, sudado y todo, llegando al Hospital Militar (a la par del
Rosales) y fui el primero en estar a la par de la camilla en que descansaba el
poderoso corpachón de mi compadre –claro que estaba sin sentido y bañado en
sangre. Lágrimas de dolor y de cólera se agolparon creyéndolo del todo perdido,
gracias a Dios que nos lo trajo de vuelta.
A propósito he unido al
asesinato del gran Francisco Peccorini, otras situaciones, notoriamente la del
filósofo y diplomático Carlos Mendoza, para incorporar como un escuadrón
intelectual de héroes a los que se enfrentaron contra los enemigos de la
Nación. En próxima oportunidad entregaremos una profundización sobre este tema
y las causas de nuestra lucha, válidas hoy como nunca.
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