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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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jueves, 28 de febrero de 2019

QUÉ ES LA TRADICIÓN PARA RENÉ GUENÓN


Así como el mes de enero pasado presentamos dos fragmentos de la obra del gran Julius Evola, ahora hacemos lo propio con el otro gigante del pensamiento Tradicional, René Guenón, ya que ambos encabezan esta corriente de pensamiento integral, al que se suman otros  -contados eso sí –los cuales junto a los maestros italiano y francés, son la esencia de esta filosofía primordial que abarca todo el ser y hacer del hombre. Acá se presenta la definición de lo que es Tradicionalismo para Guenón. Tomado del capítulo XXXI de “El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”.


   Hablando propiamente, la falsificación de todas las cosas, que es, como lo hemos dicho, uno de los rasgos característicos de nuestra época, no es todavía la subversión, pero contribuye bastante directamente a prepararla; lo que lo muestra quizás mejor, es lo que se puede llamar la falsificación del lenguaje, es decir, el empleo abusivo de algunas palabras desviadas de su verdadero sentido, empleo que, en cierto modo, es impuesto por una sugestión constante por parte de todos aquellos que, a un título o a otro, ejercen una influencia cualquiera sobre la mentalidad pública. En eso ya no se trata solo de esa degeneración a la que hemos hecho alusión más atrás, y por la que muchas palabras han llegado a perder el sentido cualitativo que tenían en el origen, para no guardar ya más que un sentido completamente cuantitativo; se trata más bien de un «vuelco» por el que algunas palabras son aplicadas a cosas a las que no convienen de ninguna manera, y que a veces son incluso opuestas a lo que significan normalmente. Ante todo, en eso hay un síntoma evidente de la confusión intelectual que reina por todas partes en el mundo actual; pero es menester no olvidar que esta confusión misma es querida por lo que se oculta detrás de toda la desviación moderna; esta reflexión se impone concretamente cuando se ven surgir, desde diversos lados a la vez, tentativas de utilización ilegítima de la idea misma de «tradición» por gentes que querrían asimilar indebidamente lo que ésta implica a sus propias concepciones en un dominio cualquiera.
   Bien entendido, no se trata de sospechar de la buena fe de los unos o de los otros, ya que, en muchos casos, puede muy bien que no haya otra cosa que incomprensión pura y simple; la ignorancia de la mayoría de nuestros contemporáneos al respecto de todo lo que posee un carácter realmente tradicional es tan completa que ni siquiera hay lugar a sorprenderse de ello; pero, al mismo tiempo, uno está forzado a reconocer también que esos errores de interpretación y esas equivocaciones involuntarias sirven demasiado bien a ciertos «planes» para que no esté permitido preguntarse si su difusión creciente no será debida a alguna de esas «sugestiones» que dominan la mentalidad moderna y que, precisamente, tienden siempre en el fondo a la destrucción de todo lo que es tradición en el verdadero sentido de esta palabra. 

La mentalidad moderna misma, en todo lo que la caracteriza específicamente como tal, no es en suma, lo repetimos todavía una vez más (ya que son cosas sobre las que nunca se podría insistir demasiado), más que el producto de una vasta sugestión colectiva, que, al ejercerse continuamente en el curso de varios siglos, ha determinado la formación y el desarrollo progresivo del espíritu antitradicional, en el que se resume en definitiva todo el conjunto de los rasgos distintivos de esta mentalidad. 

   Pero, por poderosa y por hábil que sea esta sugestión, puede llegar no obstante un momento donde el estado de desorden y de desequilibrio que resulta de ella devenga tan manifiesto que algunos ya no puedan dejar de apercibirse de él, y entonces existe el riesgo de que produzca una «reacción» que comprometa ese resultado mismo; parece efectivamente que hoy día las cosas estén justamente en ese punto, y es destacable que este momento coincide precisamente, por una suerte de «lógica inmanente», con aquel donde se termina la fase pura y simplemente negativa de la desviación moderna, representada por la dominación completa e incontestada de la mentalidad materialista. Es aquí donde interviene eficazmente, para desviar esta «reacción» de la meta hacia la que tiende, la falsificación de la idea tradicional, hecha posible por la ignorancia de la que hemos hablado hace un momento, y que no es, ella misma, más que uno de los efectos de la fase negativa: la idea misma de la tradición ha sido destruida hasta tal punto que aquellos que aspiran a recuperarla no saben ya de qué lado inclinarse, y no están sino enormemente dispuestos a aceptar todas las falsas ideas que se les presentan en su lugar y bajo su nombre.

ABRAHAM LINCOLN

   Esos se han dado cuenta, al menos hasta un cierto punto, de que habían sido engañados por las sugestiones abiertamente antitradicionales, y de que las creencias que se les habían impuesto así no representaban más que error y decepción; ciertamente, se trata de algo en el sentido de la «reacción» que acabamos de decir, pero, a pesar de todo, si las cosas se quedan en eso, ningún resultado efectivo puede seguirse de ello. Uno se apercibe bien de ello al leer los escritos, cada vez menos raros, donde se encuentran las críticas más justas con respecto a la «civilización» actual, pero donde, como ya lo decíamos precedentemente, los medios considerados para remediar los males así denunciados tienen un carácter extrañamente desproporcionado e insignificante, infantil incluso en cierto modo: proyectos «escolares» o «académicos», se podría decir, pero nada más, y, sobre todo, nada que dé testimonio del menor conocimiento de orden profundo. Es en esta etapa donde el esfuerzo, por loable y por meritorio que sea, puede dejarse desviar fácil mente hacia actividades que, a su manera y a pesar de algunas apariencias, no harán más que contribuir finalmente a acrecentar todavía el desorden y la confusión de esta «civilización» cuyo enderezamiento se considera que deben operar. 

   Aquellos de los que acabamos de hablar son los que se pueden calificar propiamente de «tradicionalistas», es decir, aquellos que tienen solo una suerte de tendencia o de aspiración hacia la tradición, sin ningún conocimiento real de ésta; se puede medir por eso toda la distancia que separa el espíritu «tradicionalista» del verdadero espíritu tradicional, que implica al contrario esencialmente un tal conocimiento, y que no forma en cierto modo más que uno con este conocimiento mismo. En suma, el «tradicionalista» no es y no puede ser más que un simple «buscador», y es por eso por lo que está siempre en peligro de extraviarse, puesto que no está en posesión de los principios que son los únicos que le darían una dirección infalible; y ese peligro será naturalmente tanto mayor cuanto que encontrará en su camino, como otras tantas emboscadas, todas esas falsas ideas suscitadas por el poder de ilusión que tiene un interés capital en impedirle llegar al verdadero término de su búsqueda. Es evidente, en efecto, que ese poder no puede mantenerse y continuar ejerciendo su acción sino a condición de que toda restauración de la idea tradicional sea hecha imposible, y eso más que nunca en el momento donde se apresta a ir más lejos en el sentido de la subversión, lo que constituye, como lo hemos explicado, la segunda fase de esta acción.
   Así pues, es tanto más importante para él desviar las investigaciones que tienden hacia el conocimiento tradicional cuanto que, por otra parte, estas investigaciones, al recaer sobre los orígenes y las causas reales de la desviación moderna, serían susceptibles de desvelar algo de su propia naturaleza y de sus medios de influencia; hay en eso, para él, dos necesidades en cierto modo complementarias la una de la otra, y que, en el fondo, se podrían considerar incluso como los dos aspectos positivo y negativo de una misma exigencia fundamental de su dominación. 

   A un grado o a otro, todos los empleos abusivos de la palabra «tradición» pueden servir a este fin, comenzando por el más vulgar de todos, el que la hace sinónimo de «costumbre» o de «uso», provocando con eso una confusión de la tradición con las cosas más bajamente humanas y más completamente desprovistas de todo sentido profundo. Pero hay otras deformaciones más sutiles, y por eso mismo más peligrosas; por lo demás, todas tienen como carácter común hacer descender la idea de tradición a un nivel puramente humano, mientras que, antes al contrario, no hay y no puede haber nada verdaderamente tradicional que no implique un elemento de orden suprahumano.
   Ese es en efecto el punto esencial, el que constituye en cierto modo la definición misma de la tradición y de todo lo que se vincula a ella; y eso es también, bien entendido, lo que es menester impedir reconocer a toda costa para mantener la mentalidad moderna en sus ilusiones, y con mayor razón para darle todavía otras nuevas, que, muy lejos de concordar con una restauración de lo suprahumano, deberán dirigir, al contrario, más efectivamente esta mentalidad hacia las peores modalidades de lo infrahumano. Por lo demás, para convencerse de la importancia que es dada a la negación de lo suprahumano por los agentes conscientes e inconscientes de la desviación moderna, no hay más que ver de qué modo todos los que pretenden hacerse los «historiadores» de las religiones y de las otras formas de la tradición (que confunden generalmente bajo el mismo nombre de «religiones») se obstinan en explicarlas ante todo por factores exclusivamente humanos; poco importa que, según las escuelas, esos factores sean psicológicos, sociales u otros, e incluso la multiplicidad de las explicaciones así presentadas permite seducir más fácilmente a un mayor número; lo que es constante, es la voluntad bien decidida de reducirlo todo a lo humano y de no dejar subsistir nada que lo rebase; y aquellos que creen en el valor de esta «crítica» destructiva están desde entonces completamente dispuestos a confundir la tradición con no importa qué, puesto que ya no hay en efecto, en la idea de ella que se les ha inculcado, nada que pueda distinguirla realmente de lo que está desprovisto de todo carácter tradicional.
   Desde que todo lo que es de orden puramente humano, por esta razón misma, no podría ser calificado legítimamente de tradicional, no puede haber, por ejemplo, «tradición filosófica», ni «tradición científica» en el sentido moderno y profano de esta palabra; y, bien entendido, no puede haber tampoco «tradición política», al menos allí donde falta toda organización social tradicional, lo que es el caso del mundo occidental actual. No obstante, esas son algunas de las expresiones que se emplean corrientemente hoy, y que constituyen otras tantas desnaturalizaciones de la idea de la tradición; no hay que decir que, si los espíritus «tradicionalistas» de que hablábamos precedentemente pueden ser llevados a dejarse desviar de su actividad hacia uno u otro de estos dominios y a limitar a ellos todos sus esfuerzos, sus aspiraciones se encontraran así «neutralizadas» y hechas perfectamente inofensivas, ello, si es que no son utilizadas a veces, sin su conocimiento, en un sentido completamente opuesto a sus intenciones.
   Ocurre en efecto que se llega hasta aplicar el nombre de «tradición» a cosas que por su naturaleza misma, son tan claramente antitradicionales cómo es posible: es así como se habla de «tradición humanista», o también, de «tradición nacional», cuando el «humanismo» no es otra cosa que la negación misma de lo suprahumano, y cuando la constitución de las «nacionalidades» ha sido el medio empleado para destruir la organización social tradicional de la Edad Media. ¡No habría que sorprenderse, en estas condiciones, si se llegara algún día a hablar también de «tradición protestante», e incluso de «tradición laica» o de «tradición revolucionaria», o, también, que los materialistas mismos acabaran por proclamarse los defensores de una «tradición», aunque no fuera más que en calidad de algo que pertenece ya en gran parte al pasado! Al grado de confusión mental al que han llegado la gran mayoría de nuestros contemporáneos, las asociaciones de palabras más manifiestamente contradictorias ya no tienen nada que pueda hacerles retroceder, y ni siquiera darles simplemente que reflexionar. 

   Esto nos conduce directamente también a otra precisión importante: cuando algunos, habiéndose apercibido del desorden moderno al constatar el grado demasiado visible en el que está actualmente (sobre todo después de que el punto correspondiente al máximo de «solidificación» ha sido rebasado), quieren «reaccionar» de una manera o de otra, ¿no es el mejor medio de hacer ineficaz esta necesidad de reacción orientarles hacia alguna de las etapas anteriores y menos «avanzadas» de la misma desviación, donde este desorden no había devenido todavía tan manifiesto y se presentaba, si se puede decir, bajo exteriores más aceptables para quien no ha sido completamente cegado por ciertas sugestiones? Todo «tradicionalista» de intención debe afirmarse normalmente «antimoderno», pero puede no estar por ello menos afectado, sin sospecharlo, por las ideas modernas bajo alguna forma más o menos atenuada, y por eso mismo más difícilmente discernible, pero que, no obstante, corresponden siempre de hecho a una u otra de las etapas que estas ideas han recorrido en el curso de su desarrollo; ninguna concesión, ni siquiera involuntaria o inconsciente, es posible aquí, ya que, desde su punto de partida a su conclusión actual, e incluso todavía más allá de ésta, todo se encadena inexorablemente.



   A este propósito, agregaremos también esto: el trabajo que tiene como meta impedir toda «reacción» que apunte más lejos de un retorno a un desorden menor, disimulando el carácter de éste y haciéndole pasar por el «orden», se junta muy exactamente con el que se lleva a cabo, por otra parte, para hacer penetrar el espíritu moderno en el interior mismo de lo que todavía puede subsistir, en Occidente, de las organizaciones tradicionales de todo orden; el mismo efecto de «neutralización» de las fuerzas cuya oposición se podría temer se obtiene igualmente en los dos casos. Ni siquiera es ya suficiente hablar de «neutralización», ya que, de la lucha que debe tener lugar inevitablemente entre elementos que se encuentran así reducidos, por así decir, al mismo nivel y sobre el mismo terreno, y cuya hostilidad recíproca ya no representa por eso mismo, en el fondo, más que la que puede existir entre producciones diversas y aparentemente contrarias de la misma desviación moderna, no podrá salir finalmente más que un nuevo acrecentamiento del desorden y de la confusión, y eso no será todavía más que un paso más hacia la disolución final. 

Desde el punto de vista tradicional o incluso simplemente «tradicionalista», entre todas las cosas más o menos incoherentes que se agitan y entrechocan al presente, entre todos los «movimientos» exteriores de cualquier género que sean, no hay pues que «tomar partido» de ninguna manera, según la expresión empleada comúnmente, ya que sería ser engañado, y, puesto que detrás de todo eso se ejercen en realidad las mismas influencias, mezclarse a las luchas queridas y dirigidas invisiblemente por ellas sería propiamente hacerles el juego; así pues, el solo hecho de «tomar partido» en estas condiciones constituiría ya en definitiva, por inconscientemente que fuera, una actitud verdaderamente antitradicional. No queremos hacer aquí ninguna aplicación particular, pero debemos constatar al menos, de una manera completamente general, que, en todo eso, los principios faltan igualmente por todas partes, aunque, ciertamente, no se haya hablado nunca tanto de «principios» como se habla hoy día desde todos los lados, aplicando casi indistintamente esta designación a todo lo que menos la merece, y a veces incluso a lo que implica al contrario la negación de todo verdadero principio; y este otro abuso de una palabra es también muy significativo en cuanto a las tendencias reales de esta falsificación del lenguaje de la que la desviación de la palabra «tradición» nos ha proporcionado un ejemplo típico, ejemplo sobre el que debíamos insistir más particularmente porque es el que está ligado más directamente al tema de nuestro estudio, en tanto que la tradición debe dar una visión de conjunto de las últimas fases del «descenso» cíclico.
   En efecto, no podemos detenernos en el punto que representa propiamente el apogeo del «reino de la cantidad», ya que lo que le sigue se vincula muy estrechamente a lo que le precede como para poder ser separado de ello de otro modo que de una manera completamente artificial; no hacemos «abstracciones», lo que no es en suma más que otra forma de la «simplificación» tan querida por la mentalidad moderna, sino que queremos considerar al contrario, tanto como sea posible, la realidad tal cual es, sin recortar de ella nada esencial para la comprensión de las condiciones de la época actual.

DIFERENCIA ENTRE TRADICIÓN Y COSTUMBRE


   De importancia fundamental es la distinción neta entre los términos de Costumbre y Tradición, que pueden llegar a ser incluso opuestos. El fino olfato sicológico, filosófico y antropológico de René Guenón queda patentizado en los análisis que establecen una realidad oculta y certera.

RENÉ GUENÓN


   Hemos denunciado en diversas ocasiones la extraña confusión que casi constantemente cometen los modernos entre tradición y costumbre; nuestros contemporáneos, en efecto, ofrecen de buen grado el nombre de "tradición" a todo tipo de cosas que en realidad no son sino simples costumbres, a menudo totalmente insignificantes, y a veces de invención muy reciente: así, es suficiente que no importa quién haya instituido una fiesta profana cualquiera para que ésta, después de algunos años, sea calificada de "tradicional". Este abuso del lenguaje es debido evidentemente a la ignorancia de los modernos con respecto a todo lo que es tradición en el verdadero sentido de la palabra; pero puede también discernirse aquí una manifestación de ese espíritu de "falsificación" al cual ya hemos aludido en tantos otros casos: allí donde no hay tradición, se pretende, consciente o inconscientemente, sustituirla por una especie de parodia, a fin de llenar, por así decir, desde el punto de vista de las apariencias exteriores, el vacío dejado por esta ausencia de la tradición; no es suficiente con decir que la costumbre es completamente diferente de la tradición, pues la verdad es que le es incluso claramente contraria, y sirve en más de una forma a la difusión y al mantenimiento del espíritu antitradicional.
   Lo que ante todo es preciso comprender es esto: todo lo que es de orden tradicional implica esencialmente un elemento "supra-humano"; la costumbre, por el contrario, es algo puramente humano, sea por degeneración, sea desde su origen mismo. En efecto, es necesario distinguir aquí dos casos: en el primero, se trata de cosas que han podido tener en otro tiempo un sentido profundo, a veces incluso un carácter propiamente ritual, pero que lo han perdido completamente debido a que han dejado de estar integradas en un conjunto tradicional, de manera que no son más que "letra muerta" y "superstición" en el sentido etimológico; no comprendiendo ya nadie su razón de ser, son además, debido a ello, particularmente aptas para deformarse y mezclarse con elementos extraños, que no provienen sino de la fantasía individual o colectiva. Este caso es, muy generalmente, el de las costumbres a las cuales es imposible asignar un origen definido; lo menos que se puede decir es que dan prueba de la pérdida del espíritu tradicional, y en esto pueden parecer más graves como síntoma que por los inconvenientes que presentan en sí mismas.
   Sin embargo, no deja de haber aquí un doble peligro: por un lado, los hombres llegan a realizar acciones por simple hábito, es decir, de una manera totalmente irreflexiva y sin razón válida, resultado tanto más lamentable cuanto que esta actitud "pasiva" les predispone a recibir toda clase de "sugestiones" sin reaccionar ante ellas; por otro, los adversarios de la tradición, asimilando ésta a esas acciones mecánicas, no dejan de aprovecharse para ponerla en ridículo, de modo que esta confusión, que en algunos no siempre es involuntaria, es utilizada para obstaculizar toda posibilidad de restauración del espíritu tradicional.
   El segundo caso es aquel por el cual se puede hablar propiamente de "falsificación": las costumbres que aquí entran en cuestión son aún, a pesar de todo, vestigios de algo que ha tenido en un principio un carácter tradicional, y, por este motivo, pueden no parecer aun suficientemente profanas; se tratará entonces, en un estadio posterior, de reemplazarlas tanto como sea posible por otras costumbres, éstas enteramente inventadas, y que serán aceptadas tanto más fácilmente cuanto que los hombres ya están acostumbrados a hacer cosas desprovistas de sentido; es ahí donde interviene la "sugestión" a la cual hemos aludido hace un instante. Cuando un pueblo ha sido apartado del cumplimiento de los ritos tradicionales, es aún posible que sienta lo que le falta y que compruebe la necesidad de retornar a ello; para impedirlo, se le ofrecerán "pseudo-ritos", e incluso se les impondrán si ha lugar a ello; y esta simulación de los ritos es algunas veces llevada tan lejos que no cuesta mucho esfuerzo reconocer la intención formal y apenas disimulada de establecer una especie de "contra-tradición".
   Hay además, en el mismo orden, otras cosas que, pareciendo más inofensivas, están en realidad lejos de serlo: queremos hablar de las costumbres que afectan a la vida de cada individuo en particular más bien que a la del conjunto de la colectividad; su papel es inclusive de reprimir toda actividad ritual o tradicional, sustituyéndola por una preocupación, y no sería exagerado decir incluso una obsesión, hacia una multitud de cosas perfectamente insignificantes, si no de todo punto absurdas, y cuya "pequeñez" misma contribuye poderosamente a la ruina de toda intelectualidad.
   Este carácter disolvente de la costumbre puede ser especialmente comprobado de forma directa hoy en día en los países orientales, pues en cuanto a Occidente ya hace mucho tiempo que ha superado el estadio en que era simplemente concebible aún el que todas las acciones humanas pudieran revestir un carácter tradicional; pero, ahí donde la noción de la "vida ordinaria", entendida en el sentido profano que ya hemos explicado en otra ocasión, no está todavía generalizada, se puede ver en cierto modo la manera en la cual tal noción llega a tomar cuerpo, y el papel que desempeña la sustitución de la tradición por la costumbre.
   Es evidente que se trata aquí de una mentalidad que, actualmente al menos, no es la de la mayor parte de los orientales, sino solamente la de aquellos que pueden ser llamados indiferentemente "modernizados" u "occidentalizados", no expresando en el fondo ambas palabras sino una sola y la misma cosa: cuando alguien actúa de una manera que no puede justificar de otro modo más que declarando que "es la costumbre", se puede estar seguro de que se trata de un individuo apartado de su tradición e incapaz de comprenderla; no solamente no cumple los ritos esenciales, sino que, si ha mantenido algunas "formalidades" secundarias, es únicamente "por costumbre" y por razones puramente humanas, entre las cuales la preocupación por la "opinión" tiene frecuentemente un lugar preponderante; y, sobre todo, jamás deja de observar escrupulosamente una multitud de esas costumbres inventadas de las cuales hemos hablado, costumbres que no se distinguen en nada de las necedades que constituyen el vulgar "savoir-vivre" de los occidentales modernos, y que incluso no son a veces sino una imitación pura y simple de éstas.
   Lo que es quizá más llamativo en estas costumbres profanas, sea en Oriente o en Occidente, es ese carácter de increíble "pequeñez" que ya hemos mencionado: parece que no apunten a nada más que a retener toda la atención, no solamente sobre cosas completamente exteriores y vacías de todo significado, sino incluso sobre el detalle mismo de estas cosas, en lo que tiene de más banal y más estrecho, lo que es evidentemente uno de los mejores medios que pueden existir para conducir, a aquellos que se someten a ello, a una verdadera atrofia intelectual, de la cual lo que se ha llamado en Occidente la mentalidad "mundana" representa el ejemplo más definido.


    Aquellos en quienes las preocupaciones de este género llegan a predominar, incluso sin alcanzar este grado extremo, son demasiado manifiestamente incapaces de concebir ninguna realidad de orden profundo; hay aquí una incompatibilidad de tal forma evidente que sería inútil insistir más; está claro además que éstos se encuentran desde entonces encerrados en el círculo de la "vida ordinaria", que no está hecha precisamente sino de un espeso tejido de apariencias exteriores como aquellas sobre las cuales han sido "adiestrados" a ejercer exclusivamente toda su actividad mental. Para ellos, el mundo, podría decirse, ha perdido toda "transparencia", pues no ven nada que sea un signo o una expresión de verdades superiores, e, incluso aunque se les hablara de ese sentido interior de las cosas, no solamente no comprenderían nada, sino que incluso empezarían inmediatamente a preguntarse lo que sus semejantes podrían pensar o decir de ellos si acaso llegaran a admitir tal punto de vista, y más aún conformar a él su existencia.
   Es en efecto el temor a la "opinión" lo que, más que ninguna otra cosa, permite a la costumbre imponerse como lo hace y tomar el carácter de una verdadera obsesión: el hombre no puede actuar jamás sin algún motivo, legítimo o ilegítimo, y cuando, como es el caso aquí, no puede existir ningún motivo realmente válido, puesto que se trata de acciones que no poseen verdaderamente ningún significado, es preciso que se encuentre en un orden tan contingente y tan desprovisto de todo alcance efectivo como aquel al cual pertenecen estas propias acciones. Se objetará quizás que, para que ello sea posible, es necesario que una opinión ya se haya formado con respecto a las costumbres en cuestión; pero, de hecho, basta con que éstas estén establecidas en un medio muy restringido, aunque no sea en principio sino bajo la forma de una simple "moda", para que este factor pueda entrar en juego; de aquí, las costumbres, estando fijadas por el hecho mismo de que no se ose abstenerse de observarlas, podrán después extenderse cada vez más, y, correlativamente, lo que no era en un principio sino la opinión de algunos acabará por convertirse en lo que se denomina la "opinión pública".
   Se podría decir que el respeto a la costumbre como tal no es en el fondo distinto al respeto por la sandez humana, pues es ésta lo que, en semejante caso, se expresa naturalmente en la opinión; por otra parte, "hacer como todo el mundo", según la expresión corrientemente empleada a este respecto, y que parece para algunos ocupar el lugar de la razón suficiente para todas sus acciones, es necesariamente asimilarse a lo vulgar y aplicarse en no destacar en modo alguno; sería con seguridad difícil imaginar algo más bajo, y también más contrario a la actitud tradicional, según la cual cada uno debe esforzarse constantemente en elevarse según la medida de sus posibilidades, en lugar de descender hasta esa especie de nada intelectual que traduce una vida completamente inmersa en el cumplimiento de las costumbres más ineptas y en el temor pueril a ser juzgado desfavorablemente por los primeros que aparezcan, es decir, en definitiva, por los necios y los ignorantes.
   En los países de tradición árabe, se dice que, en los tiempos antiguos, los hombres no se distinguían entre ellos sino por el conocimiento; después, se tomó en consideración el nacimiento y el parentesco; más tarde aún, la riqueza vino a ser considerada como una señal de superioridad; por fin, en los últimos tiempos, no se juzga a los hombres sino según las solas apariencias exteriores. Es fácil darse cuenta de que ésta es una descripción exacta del sucesivo predominio, en orden descendente, de puntos de vista que son respectivamente los de las cuatro castas, o, si se prefiere, las de las cuatro divisiones naturales a las cuales éstas corresponden.

YUGAS ó EDADES

   Ahora bien, la costumbre pertenece indudablemente al dominio de las apariencias puramente exteriores, detrás de las cuales no hay nada; observar la costumbre por tener en cuenta una opinión que no aprecia sino tales apariencias es entonces propiamente lo que corresponde a un Shûdra.

sábado, 16 de febrero de 2019

REALIDAD DE LAS CRUZADAS

  Aclarando situaciones históricas que desde hace mucho están ya aceptadas –que estaban erradas –aunque las aclaraciones, además que para los buenos académicos, no han trascendido más que a una parte muy minoritaria de la población, dados los intereses políticos y desintegradores que siguen actuando, colando y subrayando (tergiversando) la realidad histórica.


Las Cruzadas – Una Defensa
Por Don Closson, The Crusades

  Si hay un mito que genera un cargo de conciencia en los cristianos y en la civilización occidental, es la idea de que las cruzadas emprendidas por el catolicismo fueron un vergonzoso episodio en la historia del cristianismo. Los apologistas del islam no pierden ocasión de traerlo a la memoria para justificar el odio y resentimiento de los predicadores en las mezquitas, y de las hordas musulmanas en las calles quemando banderas y pregonando muerte a EEUU, Israel y/o al occidente en general. Bin Laden y sus secuaces no se cansan de arengar al mundo musulmán contra las “cruzadas” modernas por parte de Inglaterra y los EEUU. El humanismo de occidente bate el mismo tambor como parte de su agenda anticristiana en procura de la total secularización de nuestra civilización. La continua vilificación de las cruzadas en los círculos intelectuales y los medios de comunicación es crucial para poder culpar a la civilización occidental en general, y al cristianismo en particular, del avance del terrorismo en el mundo.
  La indoctrinación ha sido tan exitosa que el ciudadano común y corriente, al escuchar de las cruzadas, las concibe como algo negativo en forma automática. Por muchos años los libros de texto, los planteles docentes de las universidades, la prensa liberal, las documentales de televisión y las películas de Hollywood, han pintado las cruzadas como el producto de las mentes diabólicas del papado, de señores feudales sedientos de poder y riquezas, y los instintos criminales de hordas de hombres miserables en busca de un botín. Por supuesto, la idea es que los musulmanes fueron las víctimas inocentes de estas turbas sedientas de sangre que quisieron imponer el cristianismo a la fuerza sobre los tolerantes y progresistas pueblos del Islam.

  El panorama no es más alentador en círculos cristianos. Con mucho pesar, debemos decir que la gran mayoría de los cristianos modernos conocen poco o nada de historia. Sus principales fuentes de información sobre el pasado son, también, las películas de Hollywood, los programas de televisión, y la ignorancia típica del hombre de la calle.
  Proponemos en este breve bosquejo, una guía práctica para conocer la verdad acerca de las cruzadas. Es nuestra esperanza que el lector sea motivado a profundizar en la historia y conocer la verdad acerca de ellas, al mismo tiempo que toma en consideración que la historia es más complicada de lo que los apologistas de diferentes causas aducen a menudo. Factores como la pecaminosidad del hombre, la corrupción de los sistemas políticos y religiosos, las rivalidades ancestrales, los intereses feudales y la providencia divina ejerciendo su soberanía al dirigir la historia hacia su escena final, son cruciales para entender el “cuadro grande” del choque de civilizaciones. El bosquejo a continuación es una base para que el alumno o el lector realicen su propia investigación en búsqueda de los documentos y los datos históricos relacionados con el tema.
EL ASEDIO DE SAN JUAN DE ACRE, EN JERUSALEM

Mito: Las Cruzadas fueron una agresión del mundo occidental contra la cultura musulmana. Realidad: Las Cruzadas fueron guerras defensivas, una respuesta a la agresión musulmana.
Mito: Las Cruzadas fueron una invasión de territorios musulmanes. Realidad: Durante los 400 años anteriores a la primer Cruzada, los musulmanes atacaron y sometieron Palestina, Siria, Egipto, todo el norte de África y España (áreas cristianas por excelencia). Dos tercios del mundo cristiano estaban bajo la espada musulmana.
Mito: El motivo de las Cruzadas fue la ambición de la Iglesia Católica por expandir su poder. Realidad: Durante el siglo 11, los musulmanes conquistaron prácticamente toda Asia Menor (Turquía moderna). El emperador de Constantinopla, último bastión cristiano en la zona, pidió ayuda a los cristianos del oeste europeo para defender su territorio. Ese fue el origen de la primera Cruzada.
Mito: El objetivo de las Cruzadas fue conquistar territorios. Realidad: El papa Urbano II propuso dos objetivos específicos a los cruzados: 1) Rescatar a los cristianos del este, y 2) Liberar Jerusalén y otros lugares santificados por la vida de Cristo.
Mito: Los cruzados eran individuos sin tierra ni recursos que aprovecharon la oportunidad para saquear otros pueblos y hacerse ricos. Realidad: Este mito ha sido ya pulverizado por la erudición. Los expertos ya están de acuerdo en que los caballeros cristianos fueron en buena medida, hombres ricos dueños de suficiente tierra en Europa. Estos hombres renunciaron a todo esto para cumplir lo que ellos llamaron una “santa misión”. Muchos de ellos lo perdieron todo.
Mito: La piedad y el cristianismo de los cruzados fue sólo una cortina de humo para esconder sus intenciones de dominación y acumulación de riquezas. Realidad: Existen miles de documentos que establecen que muchos cruzados estaban en conocimiento de su condición pecaminosa y emprendieron su misión como un acto de penitencia, caridad y amor por Dios (su teología fue errónea, cortesía de la iglesia de Roma). Por supuesto, no estaban en contra de obtener botín cuando era posible. Unos pocos se enriquecieron. La mayoría retornó sin nada.
Mito: El objetivo central de las Cruzadas fue la conversión del mundo islámico a la religión cristiana. Realidad: A los musulmanes que vivieron en los territorios conquistados por las Cruzadas se les permitió conservar sus propiedades, su sustento de vida y su religión. La conversión forzada fue una práctica exclusiva de los poderes islámicos, no de los cristianos.
Mito: La violencia manifestada por los cruzados fue brutal. Varias masacres se llevaron a cabo. Realidad: La verdad es que los derramamientos de sangre brutales sucedieron de ambos lados. Los musulmanes fueron, en general, barbáricos en su tratamiento de los cristianos y judíos. Los prisioneros que tomaron los musulmanes en la primera Cruzada fueron ejecutados, con excepción de los que se “convirtieron” al Islam. El mismo Saladino, tan ponderado por los libros de historia como un ejemplo de tolerancia, fue un gran carnicero.
Mito: Las Cruzadas fueron un fracaso total. Realidad: Si bien en las Cruzadas no faltaron fracasos y derrotas, en el panorama más amplio establecieron el tono para tratar con el imperio islámico y evitar su expansión. Fueron en ellas mismas un acto de autopreservación cultural. Sin ellas, la civilización occidental hubiera sucumbido y la religión cristiana hubiera desaparecido por mano de los musulmanes, de la misma forma que extinguieron el Zoroastrismo en Persia.
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COROLARIOS: 
Un dato muy importante para conservar las cosas en su perspectiva correcta: Las Cruzadas comenzaron en 1096, el Jihad comenzó en el 624, 472 años antes. A pesar de las Cruzadas, hacia los siglos 14, 15 y 16, los gobiernos musulmanes continuaban creciendo en poderío. Los turcos otomanos continuaron avanzando hacia el oeste llegando hasta las puertas de Viena.
  La Reforma Protestante, que acertadamente rechazó el papado corrupto y la doctrina de las indulgencias, e inauguró una nueva era para la difusión de la Palabra de Dios y la salvación de millones, trajo a colación su lado negativo. Si bien presentó los defectos existentes y provocó la Contrarreforma, que puso en buen camino la decadencia que había comenzado en la Iglesia, restó mucho poder para enfrentar a la amenaza musulmana. Para muchos protestantes, la idea de persistir en el espíritu de las cruzadas se transformó en algo impensable y antibíblico. Esto dejó la responsabilidad de la lucha contra los voraces musulmanes en los hombros de la Iglesia Católica.
  En 1571, la llamada Santa Liga derrotó a la flota otomana en Lepanto, marcando el comienzo de la neutralización del peligro del islam. Lamentablemente, el monstruo vuelve a alzar su cabeza hoy, más amenazante que nunca.

   

SOCIEDAD IDIOTIZADA=SOCIEDAD DOMINADA


   Este artículo, de buenos y enjundiosos contenidos, no carece sin embargo de lo mismo que está denunciando: una dosis de manipulación para la dominación ideológica. Por eso hemos tomado tres medidas: esta advertencia, tres comentarios (únicos que había en internet) y los que este servidor se permite en letra azul, tocando aspectos puntuales.
   Con todo, vale la pena darnos cuenta de cómo trabaja el proceso de idiotización social, que de hecho no es que vuelva estúpidos a todos –solo algunos, no pocos –pero “aborrega” a grandes grupos; y esto ocurre en lo sociológico, político y hasta en lo religioso.

La idiotización de la sociedad como estrategia de dominación
Por Fernando Navarro
Publicado originalmente en la revista Al Margen # 102, Valencia
EL CELULAR SACA A PASEO AL SER HUMANO, COMO MASCOTA

La gente está imbuida hasta tal extremo en el sistema establecido, que es incapaz de concebir alternativas a los criterios impuestos por el poder
Para conseguirlo, el poder se vale del entretenimiento vacío, con el objetivo de abotagar nuestra sensibilidad social, y acostumbrarnos a ver la vulgaridad y la estupidez como las cosas más normales del mundo, incapacitándonos para poder alcanzar una conciencia crítica de la realidad.
En el entretenimiento vacío, el comportamiento zafio e irrespetuoso se considera valor positivo, como vemos constantemente en la televisión, en los programas basura llamados “del corazón”, y en las tertulias espectáculo en las que el griterío y la falta de respeto es la norma, siendo el fútbol espectáculo la forma más completa y eficaz que tiene el sistema establecido para aborregar a la sociedad.

En esta subcultura del entretenimiento vacío, lo que se promueve es un sistema basado en los valores del individualismo posesivo, en el que la solidaridad y el apoyo mutuo se consideran como algo ingenuo. En el entretenimiento vacío todo está pensado para que el individuo soporte estoicamente el sistema establecido sin rechistar. La historia no existe, el futuro no existe; sólo el presente y la satisfacción inmediata que procura el entretenimiento vacío. Por eso no es extraño que proliferen los libros de autoayuda, auténtica bazofia psicológica, o misticismo a lo Coelho, o infinitas variantes del clásico “cómo hacerse millonario sin esfuerzo”.
En última instancia, de lo que se trata en el entretenimiento vacío es de convencernos de que nada puede hacerse: de que el mundo es tal como es y es imposible cambiarlo, y que el capitalismo y el poder opresor del Estado son tan naturales y necesarios como la propia fuerza de gravedad. Por eso es corriente escuchar: “es algo muy triste, es cierto, pero siempre ha habido pobres oprimidos y ricos opresores y siempre los habrá. No hay nada que pueda hacerse”. No he querido borrar ni modificar nada, pero llamo la atención que las frases escogidas, son unas de tantas que pudiesen serlo, en este caso con dedicatoria anticapital.
El entretenimiento vacío ha conseguido la proeza extraordinaria de hacer que los valores del capitalismo sean también los valores de los que se ven esclavizados por él. Esto no es algo reciente, La Boétie, en aquel lejano siglo XVI, lo vio claramente, expresando su estupor en su pequeño tratado Sobre la servidumbre voluntaria, en el que constata que la mayor parte de los tiranos perdura únicamente debido a la aquiescencia de los propios tiranizados.
El sistema establecido es muy sutil, con sus estupideces forja nuestras estructuras mentales, Y para ello se vale del púlpito que todos tenemos en nuestras casas: la televisión. En ella no hay nada que sea inocente, en cada programa, en cada película, en cada noticia, siempre rezuma los valores del sistema establecido, y sin darnos cuenta, creyendo que la verdadera vida es así, nos introducen sus valores en nuestras mentes. Notemos que “el sistema establecido (stablishment) no consiste únicamente en una forma de democracia capitalista sino también de la muy poderosa realidad del marxismo cultural, conectados ambos a través del liberalismo.
El entretenimiento vacío existe para ocultar la evidente relación entre el sistema económico capitalista y las catástrofes que asolan el mundo. Por esto es necesario que exista el espectáculo vacuo: para que mientras el individuo se autodegrada revolcándose en la basura que le suministra el poder por la televisión, no vea lo obvio, no proteste y continúe permitiendo que los ricos y poderosos aumenten su poder y riqueza, mientras las oprimidos del mundo siguen padeciendo y muriendo en medio de existencias miserables. Claro que el “espectáculo vacuo” hipnotiza, disuelve, obnubila y degrada… pero de ello no sólo se aprovecha el capitalismo salvaje, sino igual o más los socialistas, de quienes vienen los instrumentos o herramientas de divulgación que los intelectuales orgánicos de Gramsci utilizan para confundir y halar “agua para su molino”. El Mundialismo Globalista es la más clara muestra.


Si seguimos permitiendo que el entretenimiento vacío continúe modelando nuestras conciencias, y por lo tanto el mundo a su antojo, terminará destruyéndonos. Porque su objetivo no es otro que el de crear una sociedad de hombres y mujeres que abandonen los ideales y aspiraciones que les hacen rebeldes, para conformarse con la satisfacción de unas necesidades inducidas por los intereses de las élites dominantes. Así los seres humanos quedan despojados de toda personalidad, convertidos en animales vegetativos, siendo desactivada por completo la vieja idea de luchar contra la opresión, atomizados en un enjambre de egoístas desenfrenados, quedando las personas solas y desvinculadas entre ellas más que nunca, absortas en la exaltación de sí mismas. La rebeldía sólo es valiosa en función de haber tenido conciencia de la injusticia, lo que implica que previamente deben cimentarse los valores tradicionales.
Así, de esta manera, a los individuos ya no les queda más energía, para cambiar las estructuras opresoras… mentales y cultural-marxistas (que además no son percibidas como tales), ya no les queda fuerza ni cohesión social para luchar por un mundo nuevo.
No obstante, si queremos revertir tal situación de enajenamiento a que estamos sometidos, solo queda como siempre la lucha, solo nos queda contraponer otros valores diametralmente opuestos a los del espectáculo vacuo, para que surja una nueva sociedad. Una sociedad en que la vida dominada por el absurdo del entretenimiento vacío sea tan solo un recuerdo de los tiempos estúpidos en que los seres humanos permitieron que sus vidas fueran manipuladas de manera tan obscena. Muy buen párrafo.
  Quiero agregar un pensamiento dirigido -dentro del contexto de esta cultura light, superficial, alienante y masificadora –al incremento del uso del celular como elemento que coadyuva a la (ya de por sí) alarmante carencia de lectura, pues ha llevado primero a que se desprecie al libro por el celular, e incluso hoy por hoy hasta la misma lectura a través de los celulares. Todo es vídeo, grabados, fotos, dibujos y, en el mejor de los casos pocas páginas o pocos minutos.
CELULARES APRISIONAN A LOS LIBROS

COMENTARIOS a este artículo, provenientes de la red… …
 1) Excelente artículo, pero, en primer lugar, la promoción de la ignorancia no se limita a la TV; intervienen todos los medios posibles de enajenación del individuo, incluyendo los planes de estudio, la falta de ideología magisterial, lo que incluye la formación cívica, el desprecio a la ciencia y el método científico, la filosofía imperante en la academia, la negación de la verdad y la realidad, la falta de una base cívica y de integración social, la moda, la industria cinematográfica, los ídolos juveniles que se les obliga a seguir patrones predefinidos y luego se invita a los jóvenes a imitarlos y muchas otras formas de denigración intelectual, a los que estamos tan acostumbrados, que ya es casi imposible notarlo.
2) Comentario Articulo debatible. No estoy de acuerdo del todo, es la EDUCACION el pilar de la incultura y de la idiotización social… "Élites dominantes, estructuras opresoras..." en fin....Que se hable con propiedad de anomia, de corrosión del carácter, como Sennet, me parece correcto... pero relacionar los programas basura con intoxicación promovida por las elites, esto es muy  debatible.

3) Opinión de Juan Vicente Martín. Este artículo que trata de "concienciarnos" del uso de la idiotización por parte de algunos como estrategia de dominación y con el que puedo coincidir, solo en algunas cosas está cargado de un claro deseo de manipulación y de utilización para conseguir la idiotización de la que nos quiere prevenir, añadiendo frases aparentemente inocentes, en las que pretende dar por aceptadas las nefastas influencias del capitalismo y su relación con desastres, etc. Por favor, no nos dejemos manipular.

miércoles, 13 de febrero de 2019

UN BARCO TEOLÓGICO DE TONTOS

no se puede seguir callando por un falso respeto, sentido de caridad humana o por el simple hecho de “no buscar líos” el monstruoso ataque que la iglesia de siempre está recibiendo por el individuo más nefasto de los últimos tiempos. si bien pueden escandalizarse de entrada, analicen pidiendo el discernimiento divino, para penetrar en el mero misterio de iniquidad que abandera josé mario. el misterio en sí no son las burradas que proclama, sino el que se las crean.

UN BARCO TEOLÓGICO DE TONTOS…

Publicado por Radio Cristiandad el Martes 12 febrero 2019 por lorenavzq
MISTERIOS DE INIQUIDAD
ARCA DE LA APOSTASÍA: ¿POR QUÉ EL DOCUMENTO INTERRELIGIOSO DE LA FRATERNIDAD DE FRANCISCO NO ADMITE UNA INTERPRETACIÓN ORTODOXA?
NAUFRAGIO SEGURO DE LA FALSA ARCA

El jesuita Jorge Bergoglio, más conocido por su nombre artístico Potato Francesco, causó un alboroto la semana pasada cuando firmó un documento sobre “fraternidad humana” con el musulmán suní Imam Ahamad Al-Tayyib declarando que Dios quiere que haya Una pluralidad y diversidad de religiones.
Justo antes de la firma de la declaración conjunta, Decimejorge pronunció un largo discurso en el que convocó a todos los participantes de la conferencia interreligiosa a la que asistía a “entrar juntos como una sola familia en un arca que puede navegar por los mares tormentosos del mundo: el arca de fraternidad.”
En un artículo separado, desmantelamos el sofisma de Bergoglio y demostramos cómo su patochada contradice las enseñanzas católicas tradicionales e inmemoriales de izquierda a derecha.
Mientras tanto, y bastante previsiblemente, algunos expertos y apologistas del Novus Ordo han intervenido con el objetivo de defender a su líder de los cargos de herejía y apostasía, sin éxito, como veremos en breve.
Primero, debemos mirar de nuevo el pasaje que está en el centro de toda la controversia. Decimejorge y su amigo imán firmaron una declaración que incluye la siguiente afirmación:
La libertad es un derecho de toda persona: cada individuo disfruta de la libertad de creencia, pensamiento, expresión y acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la cual se deriva el derecho a la libertad de creencia y a la libertad de ser diferente.
(Antipapa Francisco y Gran Imam Ahmad Al-Tayyib, “Un documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia  , Vatican.va , 4 de febrero de 2019; subrayado agregado).
Esto es una blasfemia y apostasía tan audaz y clara que uno debe asombrarse de que Dios no mató a Bergoglio en el acto cuando lo firmó.
¡No puede haber excusa ni defensa de tal abominación, especialmente cuando se trata de alguien que se dice ser el Papa de la Iglesia Católica!
Por desgracia, esto no significa que la gente no lo haya intentado. La llamada Agencia Católica de Noticias no perdió tiempo para tratar de convertir las palabras de Bergoglio en algo que se aproxima a la ortodoxia. Con este fin, consultaron al Dr. Chad Pecknold del estudio modernista conocido como la Universidad Católica de América:
Esta declaración debe leerse en el contexto y la perspectiva adecuada, dijo el Dr. Chad Pecknold, profesor asociado de teología sistemática en la Universidad Católica de América en Washington, DC.
“En contextos interreligiosos sensibles, es apropiado que la Santa Sede reconozca que, a pesar de los graves desacuerdos teológicos, los católicos y los musulmanes tienen mucho en común, como la creencia común de que los seres humanos son “queridos por Dios en su sabiduría””. Pecknold le dijo a CNA.
“La idea de que Dios quiere la diversidad de color, sexo, raza y lenguaje es fácil de entender, pero a algunos les puede parecer desconcertante escuchar al Vicario de Cristo hablar sobre que Dios haya dispuesto la diversidad de religiones”, señaló.
“Es desconcertante y potencialmente problemático, pero en el contexto del documento, el Santo Padre se refiere claramente no al mal de muchas religiones falsas, sino que se refiere positivamente a la diversidad de las religiones sólo en el sentido de que son evidencia de nuestro deseo natural de conocer a Dios”.
“Dios quiere que todos los hombres lo conozcan a través de la libre elección de su voluntad, y así se puede decir que se puede hablar de una diversidad de religiones según lo permita Dios sin negar el bien sobrenatural de una religión verdadera”, agregó.
(Mary Rezac, “El Papa Francisco firma la declaración de paz sobre la ‘Fraternidad humana con el Gran Imán” Agencia de Noticias Católica , 5 de febrero de 2019)
Pecknold usó la única excusa posible disponible para él: que Bergoglio y el imán se referían a la voluntad permisiva de Dios, lo que significa que Dios quiere la diversidad de las religiones en una forma de tolerancia. En otras palabras, de acuerdo con esta interpretación, Dios no desea sino simplemente tolerar o permitir el mal de las falsas religiones, en aras de un bien mayor.
Tal afirmación con respecto a la Voluntad de Dios sería ortodoxa. Por lo tanto, Pecknold está convencido de que ha salvado a Bergoglio de haber desertado de la Fe, y señala que el contexto de la declaración justifica esta lectura.
El problema es que Pecknold está equivocado. El contexto confirma que Bergoglio y sus compañeros co-firmantes no cristianos no se referían a la Voluntad permisiva de Dios sino a su Voluntad positiva y activa, y esto es bastante fácil de demostrar.
Miren la redacción original del documento:
El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.
Decimejorge menciona el pluralismo y la diversidad de religión junto con “color, sexo, raza y lengua”. Pero estos últimos no son deseados por Dios simplemente de manera permisiva; es decir, no son un mal que Dios simplemente tolera... Más bien, son parte integrante de la creación original y positiva de Dios (en el caso del sexo, la raza y el color; ver Gén., 1: 27; cf. Lc., 3: 38) o de su intervención activa (en el caso de una pluralidad de idiomas; ver Gén., 11: 7), aunque Él los introdujo como un castigo.
Así como sería obviamente absurdo decir que Bergoglio y Al-Tayyib afirman que Dios simplemente permite diferentes sexos, razas e idiomas, del mismo modo es absurdo sostener que los dos no católicos hayan querido decir que Dios simplemente permite diferentes religiones.
No, de hecho, se atreven a afirmar que los diferentes credos son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.
Aparte de eso, es dudoso que el clérigo musulmán suní hubiera estado dispuesto a firmar un documento que Bergoglio entiende estar diciendo que el Islam es un mal que Dios simplemente tolera.
Nosotros, los sedevacantistas, no somos los únicos que hemos encontrado que la argumentación de Pecknold carece de valor. El sitio de vida conservador Novus Ordo, Life Site, consultó a un teólogo dominicano que declaró abiertamente que el sentido obvio del pasaje en cuestión es herético , y llamó a la lectura de Pecknold “una interpretación tensa y antinatural”, que es exactamente lo que es.
El Novus Ordo Dominicano agregó: “También podría decir que alguien que dijo que gasear a los judíos era bueno sólo significaba que es bueno que tengamos el conocimiento químico y fisiológico que lo hace posible”. ¡Touché!
Así resulta que Pecknold no tuvo una interpretación genuina del texto. Más bien, se dedicó a dar vueltas con el único objetivo de sacar a Bergoglio del gancho … Al igual que el reverendo John Zuhlsdorf, y no se avergonzó de admitirlo: “Debemos buscar una manera de entender esto sin que parezca una herejía”, el popular bloguero presentó su “explicación” de la última afrenta de Bergoglio a la sana doctrina y razón correcta.
¿Pero debemos aceptarlo? No, Sr. Zuhlsdorf: no solo no estamos obligados a entender las palabras de Decimejorge en un sentido ortodoxo, sino que no somos razonablemente capaces y, por lo tanto, ni siquiera tenemos permiso para hacerlo.
No hace falta decir que, antes que nada, debemos tratar de entender el texto tal como fue pensado por los autores. La intención se capta al examinar lo qué se dice, cómo se dice, en qué contexto se dice y quién lo dice, y la única conclusión posible a la que uno puede razonablemente llegar es que la intención de Bergoglio fue la herejía, de hecho, la apostasía..
El giro de Zuhlsdorf de las palabras de Bergoglio fue esencialmente el mismo que el de Pecknold y, por lo tanto, es igualmente insostenible.
Naturalmente, el Reverendo John Hunwicke elogió el intento del “Padre” Z y lo llamó “una interpretación característicamente buena e inteligente de las palabras del Potato Francesco“. Curiosamente, sin embargo, solo unas pocas líneas más tarde, agregó: “Pero si lo hago creo que es indignante que los pastores y académicos tengan que perder el tiempo soñando con estas “interpretaciones” de otro desastre de Francisco.” Nos complace ver que el “Padre” Hunwicke admite que lo que hizo Zuhlsdorf no es una interpretación correcta en absoluto, sino simplemente estiércol bovino. ¿Por qué, al mismo tiempo, él dice que el giro del Sr. Z es una “interpretación característicamente buena e inteligente”?
Otros comentaristas semi-tradicionales no se molestaron en tratar de defender a Decimejorge o de hacer girar sus palabras. Entre ellos se encuentran Christopher A. Ferrara, John Lamont y Roberto de Mattei. Diremos unas palabras sobre cada uno de ellos.
Chris Ferrara, uno de los retóricos en jefe de los falsos tradicionalistas, ofreció un análisis que, con razón, era crítico con Bergoglio pero sorprendentemente moderado en su tono. En lugar de desgarrar sus vestimentas cibernéticas por un acto de apostasía “papal” descarado e inexcusable, Ferrara escribió una crítica del último crimen espiritual de Bergoglio que fue notablemente restringido en términos de emoción y retórica. Para Ferrara, un acto más aburrido de abandonar lo que Dios ha revelado por parte de su “Papa”, no debe ser demasiado para enojarse.
¿Por qué debería desconcertarlo? Después de todo, ha decidido por mucho tiempo que Bergoglio, a quien ha denunciado como un “papa anticatólico” , un “papa enterrador”  y un “luterano pelagiano”  en el pasado, definitivamente  es el Papa sin importar qué, porque de lo contrario los sedevacantistas estarían bien, y simplemente no podemos tolerar eso. Además, si llega la presión, está feliz de declarar que “no importa” si Francisco es un verdadero Papa o no ( vea aquí , comenzando a las 6:46 y 15:24 minutos). Solo alguien que ha abandonado la creencia en el Papado puede decir tonterías tan peligrosas.
Luego estuvo la contribución del Dr. John Lamont . Admite que lo que Decimejorge firmó “es directamente contrario a la fe católica”. Eso significa que es herético. Lamont reconoce que algunos han tratado de argumentar que cuando el texto habla de que Dios desea una pluralidad de religiones, lo que se quiere decir es Su Voluntad permisiva, pero rechaza con razón que tal explicación es injustificable. Y concluye: “Esta declaración del Papa Francisco es, por lo tanto, un repudio claro y público de la fe católica. Sigue una serie de repudios más o menos claros y públicos de este tipo”.
Lamentablemente, sin embargo, Lamont todavía no llega a ninguna conclusión a partir de esta clara salida de la Fe por parte de Bergoglio. En cambio, se queja de que nadie está tomando ninguna medida: “Ya se ha dicho lo suficiente sobre este rechazo de la fe; es hora de que se haga algo al respecto”. Lo invitamos a que comience denunciando públicamente a Bergoglio como apóstata, como el impostor papal y el criminal espiritual más peligroso que lleva a innumerables almas al infierno por su repudio público y continuos ataques a La fe católica. Esto es crucial; porque seguir reconociéndolo como el Papa de la Iglesia Católica hace a un cómplice del daño que inflige a las almas, porque ser reconocido como Papa es lo que le otorga todo su poder defacto espiritual y doctrinal sobre tanta gente.
Por último, no debemos dejar de mencionar la pieza escrita por el historiador semi-comercial Prof. Roberto de Mattei . Para su crédito, él tampoco hizo ningún esfuerzo por explicar la herejía de Francisco. En cambio, lo acusó con razón de promover ideas masónicas. Pero llegó a la conclusión con este comentario sin intención y divertido: “En realidad, la Francmasonería sigue siendo condenada por la Iglesia, incluso si los hombres de la Iglesia, en los niveles más altos, parecen abrazar sus ideas”.
Tal simple y absurdo es el resultado de tratar desesperadamente de reconciliar lo irreconciliable: las personas que son herejes manifiestos o apóstatas pueden, sin embargo, ser jerarcas católicos legítimos. Piénselo: De Mattei está diciendo esencialmente que la Iglesia condena algo que su Papa y sus obispos respaldan. ¿Tiene esto algún sentido? ¿Quién es la autoridad gobernante y docente en la Iglesia si no es el Papa y los obispos en comunión con él?
Es realmente trágico ver qué tipo de argumentación están dispuestos a proponer las personas inteligentes para evitar la conclusión sedevacantista. No parecen darse cuenta de cuánto daño le están haciendo a la fe católica y a las almas por su obstinada negativa a reconocer los hechos.
Uno de los problemas más grandes que mantiene a las personas atrapadas en la iglesia del Vaticano II es el hecho de que hay demasiados leguleyos teológicos por ahí que constantemente intentan descolgar a Bergoglio o sus predecesores modernistas porque no quieren tener que lidiar con ello, las consecuencias de un “papa” herético. Un claro ejemplo puede verse en la evidente admisión de Zuhlsdorf de que no está interesado en descubrir lo que Francisco dijo o quiso decir, sino sólo en hacer girar el pasaje de tal manera que lo salvara de la acusación de herejía.
Pero, ¿qué logra tal maniobra? Todo lo que hace es mantener vivo y viable el reclamo de Bergoglio de ser el Papa, pero, de nuevo, eso es todo lo que está destinado a hacer. Si eso significa que la Fe tiene que salir por la ventana, entonces eso es muy malo para la Fe.
Irónicamente, estas personas están dispuestas a sacrificar el papado para tener un papa. Es como deshacerse del concepto de paternidad para tener un padre: en el mejor de los casos, es una victoria pírrica.
Hoy mismo, Rorate Caeli tuiteó: “Los católicos liberales, en general, no creen en Dios en absoluto” ( fuente ). Y, sin embargo, los llaman “católicos”, ¡incluso identifican al principal “católico liberal” de todos, Jorge Bergoglio, como su Papa! Como si nada siguiera por poseer la primacía papal. Ninguno es tan ciego como los que se niegan a ver.
Los blogueros, profesores, periodistas, etc. semi-tradicionales parecen ignorar el hecho de que la Teología Sagrada no es su campo de juego personal, donde pueden afirmar casi todo lo que quieran. Sin embargo, esto parece ser exactamente lo que piensan, con una supuesta precaución de seguridad: nunca afirmarán que Francisco no es realmente un verdadero Papa o que la Sede de Pedro está vacante. Porque eso sería simplemente una locura, cismática y herética, ¿no es así?
Hemos llamado a esto el fenómeno “Cualquier cosa menos sedevacantismo” , y es tan popular como siempre.  No es sin razón lo que hemos preguntado en el pasado: ¿Por qué hay un temor tan irrazonable al Sedevacantismo¿Cómo seremos soldados de Cristo, listos para morir como mártires, si es necesario, si no podemos ni siquiera ser hombres y enfrentarnos a los hechos sobre lo que le sucedió a la Iglesia Católica?
La ignorancia puede ser bastante culpable , y rechazar la verdad puede tener consecuencias eternas. San Pablo dio una advertencia a los tesalonicenses que claramente pertenece a nuestros tiempos:
Y entonces se revelará a aquel malvado quien el Señor Jesús matará con el espíritu de su boca; y destruirá con el resplandor de su venida, aquel cuya venida sea conforme a la obra de Satanás, con todo poder y señales, y maravillas mentirosas, y con toda seducción de maldad a los que perecen; porque no reciben el amor de la verdad, para que sean salvos. Por lo tanto, Dios les enviará la operación del error, para creer la mentira: para que todos puedan ser juzgados que no hayan creído la verdad, pero hayan aceptado la iniquidad. (II Tesalonicenses 2: 8-11)
Por desgracia, con cada día que pasa, este mundo se está haciendo cada vez más merecedor de la llegada del Anticristo.