Évola
frente al Fatalismo
1ª Parte
|
'NO IMPORTA LA DESPROPORCIÓN |
En el último artículo de esta blog mencioné una
iniciativa conjunta de presentar, a manera de aportar información y
reflexiones, de un trabajo conjunto y periódico de un grupo que oportunamente
se identificará, como asimismo lo que nos proponemos. Pocos autores son tan
representativos en su conjunto de la weltanschaung
o cosmovisión que nos anima, que Julius Évola. En su oportunidad presentaremos
a este personaje.
Hay varios pensadores,
escritores y filósofos a los que hemos de referirnos, pero adelanto una visión
un tanto holística sobre las ideas que apoyamos. La elección ha sido obviamente
arbitraria en medio del rico caudal de su producción; hemos resumido un trabajo
de Eduard Alcántara (que a su vez es resumen del pensamiento del maestro) con
algunos agregados, grabados y opiniones. Iniciación de la buena.
Una
rígida interpretación de la Doctrina de las 4 Edades podría
comportar un pre determinismo atentatorio contra el principio Tradicional de la
libertad inalienable del Hombre Reintegrado a su esencia metafísica. El maestro
italiano le dio una especial relevancia a la idea de que la involución
podía ser frenada e incluso eliminada antes de que aconteciera el final de un
ciclo cósmico; esto es, antes del ocaso del Kali-yuga. Para los
tiempos crepusculares Évola barajaba la posibilidad de acelerar el fin
del Kali-yuga "cabalgando el tigre": acelerando los
procesos disolventes que se dan en estos tiempos deletéreos.
TESITURA DEL HEROE U
HOMBRE TRADICIONAL
El
Iniciado o Despertado plasmará en sí la imperturbabilidad del Principio Primero
que ha desarrollado en su interior, y dicha imperturbabilidad e identificación
con lo permanente y eterno le hará inmune a cualquier tentación hacia lo caduco
y superfluo y le hará, por ende, idóneo para dirigir a su comunidad hacia las
metas que enfocan hacia lo Alto, Sacro, Estable y Permanente, y le alejarán de
cualquier veleidad que tienda hacia lo bajo, lo materialista, lo transitorio,
lo inestable y lo perecedero.
¿Es
posible que se afirme este tipo de Hombre Superior en medio del marasmo
vermicular y disoluto por el que discurre el hombre del mundo moderno? ¿Es
posible esto en el cenagal de la etapa crepuscular de la Edad oscura —Kali-yuga o
Edad de Hierro— por la que atravesamos? El Tradicionalismo, especialmente en
boca de Julius Évola, nos responde afirmativamente, aun consciente de lo
enormemente complicado que puede resultar. Pero complicado no equivale a
imposible. No existe nada imposible para el hombre que se lo proponga. El
hombre que opta transitar por las vías de la Tradición no encuentra fatalismos,
no encuentra determinismos que no pueda superar. Somos, pues, portadores de
dicho Principio Superior e Imperecedero del que emanamos y tenemos la
posibilidad de emprender la tarea heroica de despertarlo en nuestro interior.
Las
religiosidades de tipo lunar ponen al alcance del hombre: la simple fe, la
creencia y la devoción, aduciendo que el hombre no comparte esencia con lo
Trascendente y no puede, pues, actualizarlo en sí, por sostener que no emana de
Él y que en la naturaleza de dicho hombre no se esconde el Espíritu en
potencia. Con
todo respeto esta aseveración es muy discutible en el cristianismo católico, ya
que sí se acepta en este el compartir naturaleza con el creador; si bien se
afirma que la “potencia” es activada únicamente por la “gracia”, siendo otra
forma de expresar el proceso de superación espiritual.
La
convicción Tradicional del hombre como portador de Atman o
Espíritu hace concebir la esperanza de su Despertar y del heroico cometido de
aspirar a culminar la Restauración del Orden Tradicional mediante lo que,
etimológicamente, comporta la auténtica Revolución, en el sentido de re-volvere,
esto es, de volver a recuperar la cosmovisión, los principios y los valores que
siempre han caracterizado al Mundo Tradicional y que se hallan en las antípodas
de la desacralización, del materialismo, del positivismo, del hedonismo, del
consumismo y del gregarismo despersonalizado propios de este mundo moderno.
E irremediablemente cuando el hombre ha sido
obligado a descender al plano meramente humano, cuando la mente ocupa la cúpula
en su jerarquía constitutiva, nadie podrá extrañarse de que la facultad
racional que se halla inmersa en la mente se atrofie y pueda dudar de la
existencia de cualquier realidad no sensible, como lo es una realidad
trascendente (más que humana) que no podrá aprehender con sus herramientas tan
sólo humanas (el método discursivo, el especulativo...). Nos hallaremos, pues,
en los albores del racionalismo, del posterior relativismo para el que no
existen verdades absolutas y todo plano de la realidad (aun el superior) puede
ser cuestionado, y nos hallaremos asimismo, como consecución lógica posterior,
en la antesala del agnosticismo y del materialismo. Frente a ellas se alza un
tipo de espiritualidad solar y activa (la Tradicional) para la que el fatalismo
no existe y para la que el hombre debe trazar su camino, tal cual el río
circula por el cauce que él mismo ha socavado.
El
escamoteo de otra cosa que no sea la lucha contra el mal, demuestra lo apolíneo
y viril del ideal de justicia encarnado en esa especie de mito omnipresente.
Batman es el
límite del héroe con sus emociones y ansiedades, Superman representaría lo
trascendente.
El
Mundo Tradicional observó y trató siempre al cuerpo humano como el templo del
Espíritu, mientras que, p. ej., el judeo-cristianismo lo contempló como la
mazmorra que impedía la liberación del alma (entiéndase, del Espíritu);
asimismo la vida terrenal en la que este encarcelamiento tenía lugar la definió
como un valle de lágrimas. No es exacto atribuir a toda la doctrina cristiana este
particular exceso, pero diremos que la sana exaltación de la vida es tan santa
y factible como la consideración contraria, siempre que en todo caso se asimile
una lucha permanente en sí mismo, dirigida a Dios.
El
catolicismo o heleno-cristianismo (opuesto al judeo-cristianismo) se hallaría
en una situación de superioridad frente a otra de las Religiones del Libro como
lo es el islamismo, ya que el concepto trinitario defendido por el primero
reconoce la posibilidad de divinización del hombre (su palingénesis o
segundo nacimiento a la realidad del Espíritu) al considerar a la divinidad
también en su expresión humana de Hijo. Esta visión permite no dejarse
arrastrar por las corrientes disolutorias dominantes en el mundo moderno.
En
la misma línea acorde con la Tradición se hallarían todas aquellas
manifestaciones que en el entorno de la cristiandad se reflejaron ya en la saga
Artúrica alrededor de un Ciclo del Grial que se prolongó en el
Medievo asociado a órdenes ascético-militares. En este ámbito el gobernante
también ejerce de Pontifex o "hacedor de puentes"
entre lo terrestre y lo celestial, entre sus súbditos y la trascendencia.
Es importante indicar que el misticismo
cristiano se tendrá que conformar con recibir de lo Alto (como si se tratase de
una especie de dádiva en agradecimiento por la devoción mostrada) una especie
de fogonazo cegador que tan sólo le dará una idea poco aproximativa y muy
difusa de lo que se halla más allá de la realidad sensitiva. Esto acontecerá en
el mejor de los casos, ya que en muchos de ellos dicho fogonazo no será, en
realidad, más que una especie de alucinación provocada en el místico por sus
ayunos extremos enajenantes, por la repetición hasta la saciedad —extenuante—
de letanías y/o por su actitud mental obsesiva hacia lo divino. En todo caso
este “camino” es muy restringido, e incluso peligroso, pudiendo hacer que el
que lo tome llegue incluso a voltearse hacia el abismo.
Tan
sólo vamos a apuntar que la cosmovisión lineal no sólo atañe al hecho religioso
(de carácter lunar y pasivo) sino también a las excrecencias que ha originado
su secularización. Así pues el Liberalismo apunta a un camino marcado por una
suerte de fatalismo, irremisible como tal y "superior" a las
potencialidades del hombre, que está marcado por el progreso continuo
(progresismo) y conducirá a una suerte de paraíso terreno atestado de bienes de
consumo inacabables, de abundancia ilimitada y, por tanto, de total
"felicidad". Y en la misma línea el marxismo trazó otra línea
inalterable que conduciría al ideal del comunismo y de su sociedad sin clases
sociales y sin superestructuras de ningún tipo: ni Estados, ni ejércitos…
|
CAMBIO DE ERAS: DE KALI (HIERRO) A SATYA (ORO) |
De hecho el hombre,
haciendo buen uso de la libertad que posee, en el sentido de poder marcar su
propio camino superando determinismos y condicionantes que pueden parecer
fatalmente insalvables, tiene en sus manos el que el final de la etapa
crepuscular del Kali-yuga o Edad de Hierro por la que
atraviesa, acontezca antes y dé paso, en consecuencia, a una nueva Edad de Oro
o Satya-yuga dentro de un nuevo ciclo humano o manvântara o,
por el contrario, el que (como consecuencia de posturas pasivas, conformistas,
alienadas o marcadas por determinismos varios) dicho final pueda prolongarse
más allá de lo que las dinámicas cósmicas podrían hacer indicar. Este camino,
nos dice, no es otro que el de la vía de la acción, ya sea ésta
interna, buscando el desapego y transformación interiores, o ya sea externa,
luchando por intentar demoler el deletéreo edificio en ruinas en el que
vivimos, con el objetivo de construir, en su lugar, un Orden cimentado en
valores imperecederos y en principios inmutables.
Y es por todo esto por lo que la vía más
apropiada para completar el arduo y metódico proceso iniciático es, repetimos,
aquella conocida como "vía de la acción" o "vía del
guerrero" o shatriya. Con la degradación sufrida en los
estertores del Mundo Tradicional, las funciones regia o dirigente y sacra se
escinden y ya no estarán representadas por aquella élite, dándose paso, por
ello, ya en el seno del mundo moderno, a sociedades divididas en las siguientes
castas no representativas del Mundo Tradicional: brahmanes o
sacerdotes, shatriyas o guerreros, vashias o
mercaderes y sudras o mano de obra.
Existen
otros Ciclos Heroicos que igualmente se suceden en los momentos menos propicios
(Edad de Hierro o, acorde con la ciclología mítica nórdica, Edad del
Lobo) para enfrentar una tarea de Revolución (recuérdese: de re-volvere)
Tradicional. Ciclos Heroicos como los que rodean la saga Artúrica y el misterio
del Grial o como el que representa el Sacro Imperio Romano
Germánico en buena parte de la Edad Media.
Los
Ciclos Heroicos relacionados son un ejemplo más que representativo de la
posibilidad real que el hombre posee de trazar su rumbo al margen de las
adversidades que pueda encontrar en su periplo vital, destruyéndose, así,
cualquier visión del mundo y de la existencia marcada por el fatalismo.
Recalquemos
que el Héroe es un Iniciado y que, por tanto, si en el terreno del hecho
trascendente se destierra la iniciación, sólo queda la perspectiva religiosa.
Sólo quedan, pues, la fe y las creencias en que todos los píos, creyentes,
devotos y cumplidores de una serie de dogmas y preceptos religioso-morales
(establecidos pensando en las posibilidades de cumplimiento de la mayoría de
los mortales) alcanzarán la salvación, en una suerte de democratísmo espiritual
marcado por la accesibilidad de la masa a la vida celestial, cuando, por el
contrario, el Despertar al que va asociada la Iniciación es un logro que sólo
una minoría apta y voluntariosa puede alcanzar. Lo que es indiscutible como percepción y
que, sin embargo en su real interioridad se reconoce el principio natural y aristocrático.
Lo grave de esta perspectiva es que, creyendo que es verdadera… la
consecuencia de esto es la promoción de un evasionismo en el plano de lo
interno que, por lógica consecuencia, acabará afectando al plano externo del
individuo conduciéndole a la inacción exterior y a su pasividad ante la
posibilidad de cambiar los signos deletéreos de los tiempos.
Un encriptado grupo de personas, allá por
los años '70, redactaron una serie de escritos que bebían del legado
Tradicional transmitido por Julius Évola. Se dieron a conocer como los Dioscuros (así
eran conocidos los hermanos Cástor y Pólux de los que nos habla la mitología
griega) y nos dejaron sentencias y reflexiones muy ilustrativas, algunas de
ellas las relacionamos a continuación:
Ni se llegue a
un compromiso consigo mismos fingiendo encerrarse en una torre de marfil en la
cual se espera el último derrumbe; el dicho justo sea en vez "Si cae el
mundo, un Nuevo Orden ya está listo”.
Existe quien no tiene armas, pero el que las
tiene, que combata. No hay un dios que combata por aquellos que no están en
armas.
No hay justificación o comprensión, sino
inexorable condena, hacia aquellos que, teniendo las posibilidades, no combaten
y que por inercia se dejan abandonar en forma masoquista a un perezoso fatalismo.
Preparar silenciosamente las escuadras de los
combatientes del espíritu para que, si y cuando los tiempos se tornen
favorables, este tipo de civilización pueda ser destruida en sus raíces y ser
sustituida con una civilización normal, recordando siempre al respecto que los
tiempos pueden ser convertidos en favorables y que el hombre es el artífice del
propio destino.
No existe una condición externa en la cual no
se pueda sin embargo estar activos por sí y para los otros.
Ha habido una indulgencia en femeninas perezas
permaneciendo en la espera de lo que debe acontecer, casi como si se tratara de
un buen espectáculo televisivo en el cual el espectador no está directamente
implicado.
La espera pasiva y mesiánica no pertenece al
alma occidental.
Verdad tradicional que justamente en la edad
oscura son preparadas las semillas de las cuales surgirá el Árbol del ciclo
áureo futuro, por lo que nunca, ni siquiera en la época férrea, la acción
tradicional se perderá.
El prejuicio materialista remite las causas de
los acontecimientos únicamente a fenómenos de carácter natural. A tal obtusa
concepción nosotros oponemos resueltamente la enseñanza según la cual cada
pensamiento viviente es un mundo en preparación y cada acto real es un
pensamiento manifestado.
Nosotros encendemos tal llama, en conformidad
con el precepto ariya de que sea hecho lo que debe ser hecho, con espíritu
clásico que no se abandona ni a vana esperanza ni a tétrico descorazonamiento.
El
hombre de alma pasiva y mesiánica (del que hablaban los Dioscuros)
aceptará con bíblica resignación el destino que le ha impuesto su dios y, a
diferencia del héroe solar, nunca pensará en rebelarse contra sistemas
políticos anti-tradicionales, injustos, alienantes y explotadores. El Hombre de
la Tradición, por contra, más que amilanarse por la tremenda dificultad de
encontrar el Norte que supone el vivir en la etapa crepuscular de la Edad Sombría
o Kali-yuga, más que amilanarse verá en ello una oportunidad de
arribar más alto que, tal vez, donde hubiera podido llegar en otras edades no
tan abisales del discurrir del hombre por la existencia terrena, pues al
encontrarse en las ciénagas más espesas necesita de un mayor impulso para salir
de ellas y ese mayor impulso le puede catapultar mucho más arriba: a la
actualización del Principio Eterno que aletarga en su fuero interno.
En
contraste con el Héroe Olímpico que nunca supo ni sabe de complejos de
inferioridad ni de ineptitudes cuando miraba y mira a la Trascendencia,
encontramos al hombrecillo producto del mundo moderno, alicorto e incapaz de
arribar al Despertar a la Realidad Metafísica. Hombrecillo al que, por ej., ya
vemos cómo en la antigua Roma los Libros Sibilinos obligan a
practicar la genuflexión dentro del contexto representado por el alejamiento
del mundo romano con respecto al Ciclo Heroico que le fue propio.
En
verdad, no en balde se puede constatar que en los últimos 50 años la vida y las
costumbres han cambiado mucho más de lo que habían cambiado en los 500 años
anteriores. Los traumáticos conflictos generacionales que se sufren, hoy en
día, entre padres e hijos no se habían dado nunca en épocas anteriores (al
menos con esta intensidad) debido a que los cambios en gustos, aficiones,
hábitos y costumbres se sucedían con más lentitud. Los cambios bruscos,
frenéticos y continuos propios de nuestros tiempos han dado lugar a lo que
Évola definió como el hombre
fugaz.
Hombre fugaz que es el propio de la fase
crepuscular por la que atraviesa la presente Edad de Hierro, caracterizada
(esta fase) no ya por la hegemonía del Tercer ni del Cuarto Estado o casta
(léase burguesía y proletariado) sino por la del que, con sagacidad premonitorio,
Évola había previsto, pese a no haber vivido, como preponderancia del Quinto
Estado o del financiero o especulador propio del presente mundo globalizado,
gregario y sin referentes de ningún tipo. Este sujeto hegemónico en el Quinto
Estado equivaldría al paria de las sociedades hindúes, que no es más que aquél
que ha sido infiel, innoble y disgresor para con su casta y ha sido expulsado
del Sistema de Castas para convertirse en alguien descastado y sin tradición ni
referentes.
Noogena es la surgida en el individuo por faltarle, no encontrar, el sentido de la vida.
El hombre fugaz no se siente jamás
satisfecho, vive en continua inquietud y convulsión. Su vacío existencial es
inmenso y nada lo llena. Intenta distraer dicho vacío con superficialidades, y
por ello su principal objetivo es poseer, tener y consumir compulsivamente.
Cuando consigue poseer algo, enseguida se siente insatisfecho porque ansía
poseer otra cosa diferente, de más valor económico o de mayor apariencia para
así poder impresionar a los demás. Y es que el mundo moderno es el mundo del tener y aparentar,
en oposición al Mundo Tradicional que lo es del Ser. Este hombre fugaz se mueve
por el aquí y ahora, pues lo que desea lo desea inmediatamente, no puede
esperar. Su agitación no le permite pensar en el mañana.
Hasta aquí la primera parte de esta introducción a J.
Évola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario