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Roberto López-Geissmann.

Aparte de mi familia y mis seres queridos, amo profundamente los paisajes, siendo para mi más valiosos que el oro –principalmente las vistas de lagos y montañas; la frescura, las cabañas de troncos; café, licorcito, pipa y un buen perro; la buena comida y los viajes. Así los libros, películas y el arte de la conversación.

Escribo novela y cuento; soy creativo. Estudié con los Maristas. He sido diplomático, asesor de seguridad, profesor universitario y periodista. Dos carreras universitarias. Me declaro en total orgullo y apoyo de la civilización occidental cristiana. Suelo estar por lo políticamente incorrecto, pero igual lo tradicional como sabiduría. Tengo la firme convicción de que la humanidad ha sido y está siendo atacada por ideas y personas malignas. Debemos protegernos.

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martes, 15 de enero de 2019

EL GUERRERO Y LO SAGRADO - de Julius Évola


Correcta ubicación del guerrero y lo sagrado
2ª Parte
   Continuamos con esta muestra no exhaustiva del pensamiento del gran pensador italiano. Estuve en su departamento en Roma… poco después que él feneciera.
WOTAN y FENRIR

   El politólogo Samuel Huntington habló del fin de las ideologías (la llamada post-modernidad), bien que pensando que con el fin del comunismo en el poder, escenificado con la caída del Muro de Berlín, se rendía el orbe a las excelencias del capitalismo liberal, aunque más bien el mundo caía en manos de los caprichos del capitalismo financiero, impulsor de la globalización. Cierto altruismo que se conservaba, quedaba defenestrado con el fin de las ideologías y el advenimiento del Quinto Estado con la hegemonía del hombre fugaz egoísta e individualista por antonomasia. Y se trataba, asimismo, de acabar con la pasividad fatalista del hombre moderno,… en el sentido de que incluso en pleno auge hegemónico de fuerzas disolventes el hombre no debe renunciar a la gesta heroica de reconstituir en sí mismo la Unidad perdida y de restaurar el orden tradicional. (...)
     Si el Hombre de la Tradición es un hombre que no conoce de fatalismos paralizantes, huelga comentar que tampoco (Évola) concibe la existencia de determinismos inmovilizantes, así, no reconoce:
Ni determinismos de casta, por más que los miembros de unas (guerreros) sean más propicios para emprender actos heroicos que los de las restantes o resulten más aptos para llegar a estados de conciencia más sutiles de la realidad suprasensible, o para llegar, incluso, más allá de cualquier realidad sutil.
Ni determinismos históricos (el determinismo histórico que, de acuerdo a los postulados del materialismo dialéctico, postula que la Historia se hace a sí misma: tesis más antítesis = nueva tesis; o igual a cambios y nueva etapa histórica). El historicismo considera al hombre como sujeto pasivo, sin posibilidad de escribir la Historia por sí mismo, sin posibilidad de hacer Historia. Ésta última sería algo así como una entidad con vida autónoma cuyas nuevas manifestaciones no serían más que la consecuencia de su misma dinámica interna y en las cuales el ser humano no tendría ningún papel activo. La dinámica económica, social, cultural y política de un período dado serían la lógica, fatal, e inevitable consecuencia de la que aconteció en la etapa anterior.
Ni determinismos religiosos concretados en un dios omnipotente que hace y deshace a su antojo y sin que, fatalmente, el hombre-criaturilla pueda hacer nada para marcar su propio rumbo.
Ni determinismos ambiental-educativos hasta el punto que condicionen totalmente el camino a elegir y a seguir por el hombre.
Ni determinismos cósmicos en la forma de un Destino que todo lo tiene irremisiblemente programado de antemano.

     El Héroe se niega a ser arrastrado por la corriente porque está convencido de que nada puede contra su voluntad y de que, por tanto, puede sobreponerse al accionar de las leyes cósmicas. Está convencido de que la libertad que ha conseguido en su interior (su des-condicionamiento con respecto a cualquier atadura y determinismo) lo ha hecho invulnerable a esas leyes cósmicas, a estos númenes; en definitiva, al Destino.
   En otros pueblos (pelásgicos, semitas) cuyas religiones ordenaron y/u ordenan hasta el extremo, mediante normas y dogmas, toda la existencia de sus miembros. Para la élite espiritual de ese hombre indoeuropeo cualquier ligadura social y moral hubiera representado un obstáculo en medio de la vía de des-condicionamiento que estaba recorriendo.
    Pero, cuando dicho hombre se aleja de la Tradición y rompe, por tanto, con lo Alto, no halla en su caída ni férreas morales ni dogmas ni reglamentaciones omnipresentes que atenúen dicha caída; morales y dogmas que, a modo de ataduras, si bien le hubieran impedido ascender, también le hubieran evitado el estrellarse, de forma tan estrepitosa y categórica, contra los abismos.
     Aquí podemos encontrar las razones de esa caída libre que este hombre viene protagonizando. Caída libre no fatal ya que, no lo olvidemos, siempre puede ser frenada en acto heroico que, de realizarse, le puede volver a catapultar desde lo más bajo hacia lo más elevado.
LOS HOMBRES Y LAS RUINAS

     Igualmente nos advertía Évola de que considerar, tal como hace el Vedânta, al mundo manifestado como mera ensoñación (Mâya) puede abocar a posturas evasionistas con respecto al plano de la inmanencia. Puede llevar al refugio en el mundo de la Trascendencia y a dar la espalda a una realidad sensible sobre la que el hombre Tradicional debe tener muy claro que debe actuar para sacralizarla y convertirla en un reflejo de lo Alto y nos olvidaríamos, pues, de la materialización del Espíritu que debe seguir a la fase de espiritualización de la materia propia de los procesos iniciáticos.

     Pensamos que a lo largo de todas estas líneas ha quedado bien aclarada la postura existencial que defiende Évola, como aquella que debe adoptar cualquier persona que vea en la Tradición Perenne el faro y la luz que debe guiar su existencia. Esta postura ha quedado claro que es la de la vía de la acción (que puede convertirse en heroica) y la del rechazo a concepciones deterministas, fatalistas, evasionistas, pasivas e inmovilizantes. La lucha (interna y externa) debe ser el arma utilizada por el hombre que aspire a restaurar lo permanente y estable frente a lo caduco y corrosivo del mundo moderno. La lucha externa le hará siempre concebir, a Évola, la esperanza de acabar con las manifestaciones políticas, económicas, sociales y culturales combatiéndolas en lid directa con el fin de abatirlas y hacer triunfar un nuevo Ciclo Heroico en plena Edad del Lobo. Esta esperanza y este objetivo son los que transmiten libros suyos que no son precisamente de los primeros que escribió en su definitiva etapa tradicionalista, obras tales como "Orientaciones" (1950) y "Los Hombres y las Ruinas" (1953).

     Más adelante se apercibió de que pese a la inconsistencia interna de que hacía gala la modernidad los aparatos políticos que le eran propios a ésta se habían dotado de una fuerza represiva tan fuerte que resultaba casi ilusorio el aspirar a acabar con ella, por lo cual Évola creyó que antes que enfrentarse directamente con el Sistema que abanderaba los anti-valores propios del mundo moderno se hacía más conveniente emplear otra táctica también extraída de las enseñanzas del Mundo Tradicional; concretamente, de las enseñanzas extremo-orientales. Y esa táctica no era otra que la de "cabalgar el tigre" y que nos transmitió en una obra homónima escrita por él el año 1961.
      Para Évola "cabalgar el tigre" es adoptar tácticas como la de fomentar las contradicciones de nuestro degradante mundo moderno y del Establishment que lo sustenta y que a la vez es su consecuencia. Se trata de fomentar sus contradicciones y ponerlas de manifiesto y en evidencia. El desarrollo de sus contradicciones debe provocar tales tensiones, fricciones, desajustes y desequilibrios que acabe en el estallido de todo el entramado plutocrático materialista de este orbe globalizado (que Évola definió como el de la hegemonía del Quinto Estado) y que dé, en consecuencia, paso a una nueva Edad Áurea. Sin la acción heroica del hombre, el final de esta etapa terminal de la Edad de Hierro podría prolongarse más de lo que las dinámicas cósmicas podrían indicar. "Cabalgar el tigre" que representa el mundo moderno hasta que éste se agote y llegue a su fin, en lugar de enfrentarlo directamente, pues, de este modo, el tigre nos destrozaría.
     Évola contempla los procesos disolventes por los que se atraviesa y piensa que el principio de "cabalgar el tigre" se puede, también, aplicar en el plano interno, en el sentido de utilizar los venenos (como el sexo, el alcohol, las drogas, ciertos bailes/ritmos frenéticos...) —que, por su naturaleza o por su omnipresencia, embriagan a la modernidad crepuscular— como medio de alterar el estado de conciencia ordinario y hacer más accesible el paso a otros estados de conciencia superiores. Sobra señalar lo peligroso de esa vía de la mano izquierda (como la definió el tantrismo), vía húmeda (en términos hermético-alquímicos) o vía dionisíaca, por cuanto aquel que se aventura por el camino de la Iniciación y elige el tránsito por esa vía sin la preparación ardua de des-condicionamiento previo seguramente se verá desgarrado y devorado por el tigre de esos venenos y convertido en adicto y en esclavo de ellos. Es por ello que sólo unos pocos hombres cualificados son aptos para aventurarse por semejante peligrosa vía de acceso a planos superiores de la realidad.
     Ha quedado claro a lo largo de todo este escrito el que para el Hombre de la Tradición no existe fatalismo ninguno que le relegue a un vegetar pasivo y ovino a la espera de cambios predeterminados que le vendrán de fuera y cuyo cumplimiento le será totalmente ajeno a su voluntad. Ha quedado diáfana la idea de que las potencialidades espirituales que anidan aletargadas en su seno interno pueden actualizarse y liberarlo.
     
   Cambiando de temática, abordamos ahora lo relativo a Estilo Militar, “Militarismo”, Guerra. Tomado del capítulo IX de Gli Uomine e le Rovine. Cito: debemos oponernos con resolución a la concepción democrática, burguesa y humanística del siglo XIX, la cual, en correspondencia con el advenimiento de un tipo humano inferior, ha presentado su interpretación como la única legítima e incuestionable.

   La lucha contra el militarismo ha sido uno de los gritos de batalla favoritos de la democracia, asociado con un pacifismo hipócrita y con el intento de legitimar la "guerra justa", la que fue concebida únicamente en los términos de una necesaria operación policial internacional contra un "agresor". Lo que tenemos aquí es una antítesis característica que no se refiere tanto a las relaciones entre grupos de naciones rivales como más bien a dos concepciones generales de la vida y del Estado, e incluso a dos formas distintas e irreconciliables de civilización y sociedad.
   En esencia, la antítesis de la cual se trata se refiere a la contrapuesta relación entre el elemento militar y el elemento burgués, y al diferente significado y función que al primero se le reconoce en el complejo de la sociedad y el Estado. La concepción de las democracias modernas que, como se ha dicho, primero surgieron en Inglaterra, bajo el patrocinio del mercantilismo, consiste en que en la sociedad el elemento primario está constituido por el tipo burgués y la vida burguesa durante tiempos de paz; tal vida está determinada por la preocupación física por la seguridad, el bienestar y la prosperidad material, con el "desarrollo de las letras y las artes" sirviendo como un marco decorativo. En esta visión el elemento guerrero y militar tiene el sentido subordinado de un mero instrumento: no debería tener ninguna influencia particular o ejercer alguna interferencia en absoluto en la vida social cotidiana. Incluso si se reconoce que el elemento militar tiene su propio código de ética, no es deseable que ese código sea aplicado a la vida normal y general de una nación.
   La visión a la que me refiero está estrechamente asociada con las creencias humanitarias y liberales de que la verdadera civilización no tiene nada que ver con aquella necesidad trágica y carnicería inútil llamada la "guerra"; de que los fundamentos de una verdadera civilización no son las virtudes guerreras sino las virtudes "cívicas" y "sociales" inspiradas por los "principios inmortales"; y de que la "cultura" y la "espiritualidad" son expresadas en el mundo del "pensamiento", en las ciencias y las artes, mientras todo lo que está relacionado con la guerra y con los asuntos militares equivale a la fuerza bruta, a algo materialista y desalmado.
     Sin embargo, parece que en este contexto habría que hablar de un elemento "soldadesco" más bien que de uno guerrero o militar. De hecho, el término "soldado" originalmente se refería a un hombre que se involucraba en la profesión armada por un sueldo (casi en el sentido de un "asalariado"). Es un término que se refería a las tropas mercenarias que una u otra ciudad contrataba y mantenía para que la que defendieran o para que atacaran a sus enemigos, no participando en la guerra los verdaderos y propios ciudadanos, prefiriendo en cambio ocuparse de sus negocios privados. En nota a pie de pág. dice Es significativo que, no hace mucho, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos no había ninguna conscripción militar obligatoria: las fuerzas armadas estaban constituidas por voluntarios, quienes recibían una buena paga. De esa manera se conseguía que el sector mercantil y burgués de la nación no tuviera nada que ver con la profesión y la disciplina de las armas.
   Opuesto al "soldado", en este sentido, estaba el tipo del guerrero y el miembro de la aristocracia feudal. La casta a la cual este tipo pertenecía era el núcleo central en una organización social correspondiente. Esa casta no estaba al servicio de la clase burguesa sino que más bien tenía al burgués bajo sujeción, ya que la clase que era protegida dependía de aquellos que tenían el derecho a las armas.
   A pesar de la conscripción militar obligatoria y de la creación de ejércitos permanentes, el papel desempeñado por el hombre militar en las democracias modernas es más o menos el de un simple "soldado". Todavía tenemos al "soldado" que trabaja al servicio del "burgués" en su función específica de "comerciante". El "comerciante", en el sentido más amplio de la palabra, es el tipo o casta social que está en el primer plano en esta civilización substancialmente capitalista En particular, la concepción democrática no admite que la clase política deba tener rasgos y estructuras militares; ése sería el peor escenario y equivaldría a un verdadero "militarismo". En las democracias modernas, los miembros de la burguesía deben gobernar los asuntos del Estado como políticos y como representantes de una mayoría numérica. Pero, como es bien sabido, en las democracias modernas tal clase dirigente está prácticamente al servicio de intereses y grupos económicos, financieros, laborales o industriales.
   A todo ese orden de ideas se le contrapone la verdad, aunque profesada por pocos: aquellos que reconocen el derecho superior de una concepción guerrera de la vida, que tiene su espiritualidad, valores y ética propios. En ese contexto los valores "militares" se aproximan a los específicamente guerreros, y se considera deseable que ellos se unan a los valores políticos y éticos y que suministren al Estado el más firme fundamento. La anti-política concepción burguesa de lo que es el "espíritu" es rechazada aquí, como lo son los ideales humanísticos y burgueses de una supuesta "cultura" del supuesto "progreso"; se desea establecer un límite a la burguesía y al espíritu burgués en las articulaciones y el orden general del Estado.
   Esto no significa que los militares deben tener en su mano la dirección de los asuntos públicos, con la excepción de casos de emergencia sino más bien reconocer que las virtudes, la disciplina y los sentimientos de tipo militar adquieren la preeminencia y una dignidad superior con respecto a todo lo que es genéricamente burgués. Podemos añadir que esta visión no respalda el "cuartel como un ideal", ni tampoco busca una reglamentación estricta de la existencia (que es uno de los rasgos del totalitarismo), lo cual es sinónimo de rigidez y de una disciplina mecánica y obtusa.
HÉROE EN LUCHA CONTRA EL MAL
   
      Sin embargo, esto no impide que, como en un caso límite, a los valores propiamente heroicos les sea tributado un reconocimiento preciso y que el fenómeno de la guerra en este contexto tenga un sentido diferente del solamente negativo atribuido a ella por las democracias y el humanitarismo, así como por un hipócrita comunismo "anti-imperialista" y pacifista; ni tampoco excluye que ciertas dimensiones espirituales, e incluso metafísicas, de tal fenómeno sean sentidas como posibilidades reales. No existe, por una parte, ninguna antítesis sino más bien una identidad entre espíritu y civilización superior, y el mundo de la guerra y de los guerreros, por otra, según el sentido general ya declarado. De esto se sigue una conjunción de la idea guerrera con la de una cierta "ascesis", una disciplina interior y superioridad con respecto a sí, o control del propio Yo, que aparece en varios grados en las mejores tradiciones guerreras y que permanece en el plano militar (en el sentido específico del término) con el auténtico valor de una cultura, en el sentido anti-intelectualista del desarrollo y dominio del Yo propio.
   Contrariamente a lo que la polémica burguesa y liberal afirma, la idea guerrera no puede ser reducida a un materialismo, ni es sinónimo de la exaltación del uso brutal de la fuerza y la violencia destructiva. Más bien, el desarrollo tranquilo, consciente, que domina el ser interior y la conducta; el amor a la distancia, la jerarquía, el orden; la facultad de subordinar el elemento pasional e individualista del Yo a objetivos y principios superiores, sobre todo en nombre del honor y el deber, todos éstos son los elementos esenciales de la idea guerrera, y ellos actúan como los fundamentos de un "estilo" preciso que en gran parte se ha perdido.
     Dicha pérdida ocurrió con el cambio desde los Estados que son considerados como "militaristas", en los cuales todo esto correspondía a una tradición larga y severa, a los Estados democráticos y nacionalistas, en los cuales el deber de servir en las fuerzas armadas ha sustituido al derecho a las armas. Por lo tanto, la verdadera antítesis no es entre los "valores espirituales" y la "cultura", por una parte, y el "materialismo militarista", por otra; la antítesis es entre dos modos de concebir qué es lo que son realmente el espíritu y la cultura; y aquí debemos oponernos con resolución a la concepción democrática, burguesa y humanística del siglo XIX, la cual, en correspondencia con el advenimiento de un tipo humano inferior, ha presentado su interpretación como la única legítima e incuestionable.
   El prusianismo, esta "bestia negra" de las democracias, no debería por lo tanto ser considerado como la anomalía de un cierto pueblo; al contrario, en ello debemos ver el mismo estilo que, gracias a un conjunto de circunstancias favorables, fue preservado, en base a un ideal general de la civilización y la cultura, que dio forma a una de las tradiciones militares europeas más estrictas y aristocráticas, pero al mismo tiempo manifestó su influencia en todo lo que es servicio al Estado, en todo lo que es lealtad y anti-individualismo.
   Así, en la polémica acerca del sentido del elemento guerrero y militar se refleja la antítesis entre dos épocas; además, en ello se revela adicionalmente la polémica entre los dos componentes de un organismo real: la parte social y la parte política. La democracia anti-militarista es la expresión de la "sociedad" que, con sus ideales físicos de paz o, como máximo, de guerras defensivas para mantener la paz, se contrapone al principio político, es decir, al de la "sociedad de hombres", la fuerza formadora del Estado que siempre ha dependido de un elemento guerrero o militar, que tenía sus propios otros ideales, no físicos sino de honor y superioridad. Por lo tanto, sigue siendo una sospecha de fenómenos regresivos y de la agresiva aparición de elementos inferiores, ya estudiada por nosotros, lo que se ha concretado, en el plano internacional, en la ideología democrática movilizada durante las dos Guerras Mundiales.
     Aparte de esto, desde un punto de vista práctico debemos reconocer que en tiempos modernos, ya que la sensibilidad con respecto a los valores y a la dignidad puramente espirituales en gran parte se ha atrofiado entre los pueblos occidentales ("espiritual" en un sentido tradicional, no "intelectualista" o "cultural"), el modelo de una jerarquía militar, a pesar de no ser el más alto ni el original, es casi lo único que todavía puede suministrar la base y actuar para enfatizar los valores jerárquicos en general, y así salvar lo que todavía puede ser salvado. Aquel modelo todavía conserva un cierto prestigio, y ejerce una cierta atracción sobre cada tipo humano que no está todavía completamente desintegrado y "socializado". A pesar de cualquier propaganda anti-militarista que culmina en los actuales disidentes, los escuálidos invertebrados llamados "objetores de conciencia", hay una dimensión heroica en el alma occidental que no puede ser totalmente extirpada. Tal vez todavía es posible apelar a esta dimensión por medio de una adecuada visión de la vida.
     En relación a esto, una consideración adicional tiene que ver con una actitud general y un cierto nivel de tensión, que en muchos sectores de la vida contemporánea se hacen necesarios, con el efecto de relativizar la diferencia entre tiempos de paz y tiempos de guerra. Se trata más bien de todos aquellos aspectos de la vida moderna que, a fin de ser dominados y no tener consecuencias destructivas en el individuo, requieren una asunción completa de la propia posición de alguien, un estar en el lugar que, como el soldado, no se abstiene de convertir el riesgo y la disciplina en una parte integrante del modo de ser. En este caso, también, tenemos una actitud opuesta a la del hombre burgués.
   Habrá una cierta continuidad de espíritu y actitud, un denominador moral común en la paz y en la guerra que facilita el cambio de un estado al otro. Se ha dicho con razón que la guerra muestra a una nación lo que la paz ha significado para ella. La formación "militar" del espíritu tiene, como se ha dicho, un valor independiente del "militarismo" y de la guerra; sin embargo, eso crea el potencial necesario de modo que, si se impone una guerra, una nación está lista para ella, y la emprende con un número suficiente de hombres que reproducen en una nueva forma el tipo guerrero más bien que el del "soldado".
   . Así, resulta conveniente concentrarse en lo que constituye sólo una degeneración del militarismo, vale decir, aquellas situaciones en las cuales una cierta clase de soldados profesionales, de visiones bastante estrechas y limitadas competencias, ejerce una influencia artificial sobre la política de una nación, empujándola al borde de la guerra con el apoyo de lo que suelen llamarse elementos belicistas. Tales situaciones pueden ser definitivamente condenadas sin por ello comprometer el valor de la concepción guerrera total de la cual he hablado hasta ahora. Sin embargo, eso no equivale a la adopción del pacifismo teórico de las democracias ni a compartir su visión totalmente negativa acerca de la guerra y el sentido del combatir.
   Las democracias actuales se encuentran atrapadas en una contradicción que debilita su misma existencia física. Después de tratar de nuevo de persuadir al mundo de que su última "cruzada" anti-europea fue una "guerra contra la guerra", o al menos la última de las guerras, ahora se encuentran en la necesidad de rearmarse, ya que ellas no pueden defender sus intereses contra los nuevos "agresores". Por lo tanto, las democracias teóricamente siguen desaprobando la guerra, concibiéndola sólo en términos de "defensa" y "agresión", aborreciendo el "militarismo", y casi identificando al guerrero como un criminal; y a pesar de todo, con tales desmoralizantes y derrotistas visiones ideológicas, ellas deben armarse para hacer frente a sus nuevos adversarios.
MERCENARIOS  DE HOY DÍA

      Ciertamente, el ideal para estas democracias sería encontrar a alguien que emprendiera la guerra por ellos, como sus "soldados", en el sentido de asalariados, limitándose ellas a suministrar los armamentos, la financiación, y una difundida propaganda (empleando lemas como "defensa del mundo libre""defensa de la civilización", etc.), De aquí surge el nuevo tipo de mercenario (desde finales del siglo pasado sobre todo), reclutado entre ex combatientes, a veces de élite, a veces hasta de estratos criminales y, últimamente están logrando convertir a las “fuerzas de paz” de la ONU en “soldados universales” para la “consecución y defensa del Estado Mundial”.
   La civilización del comerciante y el burgués que alaba sólo las "virtudes cívicas" y que identifica el standard de valores con el bienestar material, con la prosperidad económica, con una existencia segura y conformista basada en el trabajo, la productividad, los deportes, las películas y la sexualidad, tiene como efecto la involución y la extinción del tipo guerrero y del héroe, quedando únicamente el hombre militar como "material humano", cuyo desempeño en el campo de batalla es muy problemático debido a la ya mencionada carencia del factor interior, a saber, de una correspondiente tradición y visión guerrera de la vida.
   Al hombre moderno no le queda ninguna otra opción. Podemos estar ciertamente de acuerdo con la opinión de Ernst Jünger, según la cual el hombre moderno, al crear la tecnología para dominar la Naturaleza, ha firmado un pagaré que no está sujeto a descuento, y además a través de un tipo de guerra en la cual la tecnología se vuelve contra él y lo amenaza con la destrucción no sólo física sino también espiritual. En nota al pie, dice sobre Junger: Es significativo que Jünger no haya sido un simple "escritor" sino también un oficial, un voluntario combatiente, herido muchas veces, y condecorado, entre otras, con la máxima medalla alemana al valor.
   Se puede decir, por lo tanto, que la guerra moderna conducirá sólo a una transformación de la disposición heroica, y que su naturaleza cada vez más técnica constituirá una especie de prueba de fuego, donde tal disposición asume una forma esencial, se purifica y casi se des-individualiza, uniéndose a formas particulares y complejas de control, de lucidez, de dominio. Tal suposición de heroísmo puramente espiritual y simple, es quizá la única que es todavía posible.
   Naturalmente, en estos términos el heroísmo asume un valor autónomo como pura experiencia, como realización individual. Ahora las circunstancias en los tiempos modernos parecen tales que aquellos que todavía quieren ser héroes y guerreros deben colocar esos valores en un primer plano. En una novela escrita durante el clímax de la Segunda Guerra Mundial, un personaje termina diciendo: "Es un lujo poder luchar por una causa justa". Éste es un testimonio significativo acerca de la profunda desconfianza que se ha difundido en cuanto al trasfondo ideológico de las recientes guerras, un trasfondo formado por mentiras y ficciones. Así, bien puede darse que las guerras muestren cada vez más los supuestos caracteres atribuidos a ellas por cierta sociología, rasgos similares a aquellos de los fenómenos elementales e inevitables de la Naturaleza, y el resultado es la relativización del significado y el valor de la "causa" en nombre de la cual, en un caso u otro, se lucha.
EL CID CAMPEADOR

   Por supuesto, será así, pero sólo en aquellos que tienen una actitud pasiva frente al fenómeno de la guerra y que en su espíritu son simplemente burgueses. La visión de la vida respaldada por las democracias modernas propicia a fondo esta eventual inversión de perspectivas. Para una franca tradición militar, el odio es desconocido como la base de la guerra. Se puede reconocer la necesidad de luchar e incluso de exterminar a otro pueblo, pero eso no implica el odio, la cólera, la animosidad y el desprecio por el enemigo. Todos esos sentimientos, para un verdadero soldado, son una cosa degradante: para combatir él no necesita ser motivado por tales bajos sentimientos, ni tampoco necesita ser exaltado en base a una propaganda, una retórica llena de humo, y mentiras. Todas esas cosas han entrado en juego con la plebeyización de la guerra, ya que los hombres que han sido formados por una natural tradición guerrera o militar aristocrática han sido colectivamente sustituidos por la "nación en armas", es decir, por las masas reclutadas indiscriminadamente por una conscripción obligatoria, mientras que paralelamente el Estado tradicional comenzó a desaparecer y surgieron los Estados nacionales, movidos por pasiones, odios y orgullo propio colectivos.
   A fin de movilizar a las masas, es necesario intoxicarlas o engañarlas, con el resultado, de hecho, de envenenar la guerra con factores pasionales, ideológicos y propagandísticos que le han conferido y le siguen confiriendo el carácter más atroz y deplorable. Los Estados tradicionales no tuvieron necesidad de eso. Ellos no necesitaron crear un pathos chovinista ni casi una psicosis a fin de movilizar a sus tropas e incrementar su "moral". Para eso bastaba el principio puro del Imperium y la referencia a los principios de la lealtad y el honor. Objetivos claramente definidos eran establecidos para una guerra necesaria que era emprendida en una manera desapegada, para que no dejara una huella de odio y desprecio entre los combatientes.
     De esto se puede ver que también en este aspecto las perspectivas se invierten: en la época de las democracias la guerra misma es degradada y acompañada por una exasperación y un radicalismo que eran desconocidos en la época del presunto militarismo y de los "Estados militares". Y la inevitable consecuencia de eso es que los conflictos adquieren un carácter cada vez más irracional, que conduce a lo que menos se había previsto y deseado, y su trágico balance es a menudo negativo, sólo en términos de una "matanza inútil" o una contribución adicional al desorden universal.
   No consideramos aquí la idea de un "Estado mundial o universal" como alternativa ya que la nivelación completa de la Humanidad se ha convertido en un hecho consumado. No es necesario más que coordinar con fuerza, y a los globalistas les es incluso más fácil así.

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